Defender las lenguas
Me han coincidido en el tiempo la noticia de que cuatro carreras de Filología están ahora mismo amenazadas de desaparición en la UPV y un encuentro literario sobre El primer hombre, de Albert Camus. Y, como tantas veces sucede entre la literatura y la vida, los dos hechos se me representan, profunda, esencialmente unidos, porque El primer hombre es la novela autobiográfica del propio Camus, esto es, la historia de alguien que nació en un ambiente de absoluta pobreza material e intelectual (su familia era analfabeta) y al que la escuela pública francesa de aquellos años permitió convertirse en uno de los escritores-pensadores más influyentes del siglo XX, además de en Premio Nobel de Literatura.
Y la pregunta es si hoy los sistemas educativos son auténticos igualadores de oportunidades. Si garantizan que cualquier alumno, sea cual sea su entorno sociocultural de entrada, tenga a la salida un nivel de formación (de conocimientos, metodologías y curiosidad) que le abra el/al mundo con oportunidades equilibradas y posibilidades ciertas de elegir su futuro, y que le permita disfrutar plenamente del extraordinario patrimonio cultural de la humanidad. La respuesta negativa me parece, por desgracia, más que evidente. Y podríamos llegar muy lejos en la argumentación de esa evidencia, pero aquí cerca tenemos, por ejemplo, los informes oficiales. De acuerdo con la evaluación del último PISA, más del 40% de los alumnos vascos de ESO se sitúan en los niveles más bajos de competencia lectora (entre el 1 y el 2 de 5 niveles), es decir, casi uno de cada dos tiene serias dificultades para comprender lo que lee, lo que compromete seriamente las oportunidades futuras de todos esos alumnos y el porvenir de nuestras humanidades.
Por eso decía al principio que las dos noticias estaban íntimamente unidas, porque la eliminación de las filologías no es sólo cosa de la Universidad, sino también de la escuela; no se inicia con un decreto del Departamento de Educación, sino que empieza a fraguarse mucho antes, en el creciente abandono o en el progresivo desinterés de nuestro sistema educativo por las disciplinas humanísticas.
Vivimos seguramente en el país del mundo que más recursos personales, materiales y mediáticos destina al tema lingüístico, pero toda esa energía se concentra esencialmente en la convivencia entre nuestras dos lenguas. El debate no alcanza a la cuestión que, sin embargo, considero prioritaria, de la alarmante pérdida de capacidad lectora y verbal de los más jóvenes; es decir, de la grave crisis que va destruyendo su (nuestro) patrimonio lingüístico y, a partir de ahí, su capital de cultura, de desarrollo y expresividad de la inteligencia, de comunicación social y personal, de creatividad.
Suprimir las carreras de Filología me parece un disparate educativo al que hay que oponerse con urgencia, pero también con constancia, remontándose al origen del desastre, a su raíz.
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