Las tenues fronteras del sensacionalismo
Quejas por la intromisión en la vida privada de una de las cooperantes españolas secuestradas en Kenia. Las fotos del cadáver de Gadafi plantean dilemas a las redacciones
Si hay algo que molesta a los lectores de EL PAÍS es el sensacionalismo. Con frecuencia, recibo cartas de lectores que acusan al diario de hacer concesiones al periodismo amarillo. El problema del sensacionalismo es que no tiene fronteras bien definidas. Mientras que una imagen puede ser aceptable para un lector, otro puede considerarla de una morbosidad intolerable. En los últimos días he recibido quejas de lectores que consideran que hemos incurrido en sensacionalismo por publicar las fotos del cadáver del dictador libio Muamar el Gadafi. Y también por hurgar en la vida privada de una de las dos cooperantes españolas secuestradas en Kenia.
Tanto las fotos como los vídeos sobre la captura y muerte de Gadafi son de una gran violencia. ¿Estaba justificada la publicación de esas imágenes? Ricardo Gutiérrez, redactor jefe de Fotografía, asegura que ni él ni los demás responsables del diario tuvieron la más mínima duda: el valor informativo era incuestionable. La única duda que se planteó fue sobre la autenticidad, pues la imagen no era del todo nítida y las mismas fuentes habían anunciado tiempo atrás la captura de uno de los hijos del coronel, y esta no se había producido. Advirtiendo de esta cautela, la foto fue publicada en la cabecera de la edición digital. Y enseguida llegaron cartas de lectores:
"Acabo de abrir elpais.com desde Londres, donde estudio, y me he encontrado, sin previo aviso, la cara de Gadafi muerto ocupando media pantalla", escribe Álvaro Corral Matute. "La imagen es bastante desagradable, y sé que es parte de una noticia y, por tanto, la deben publicar, pero estoy seguro de que muchos lectores agradecerían una advertencia sobre la violencia del contenido". Al día siguiente, José Ángel Fuentes fue al quiosco ávido de conocer la que para él era una noticia histórica, el abandono de la lucha armada por parte de ETA, pero en la portada de la edición impresa también se encontró con una enorme foto de Gadafi muerto. "No lo puedo evitar, me causa repulsa comprobar la foto del dictador muerto, ensangrentado y con la mueca corporal de su deceso. La crudeza de la muerte no debería aparecer en el primer plano de un periódico". En parecidos términos se expresaban otros lectores y algunos, como Patricia Perán, pedían, además, que la foto se retirara de la web.
Ricardo Gutiérrez defiende la decisión de publicar esas imágenes. "Hacía meses que se especulaba sobre el paradero del dictador y sobre cuál sería el desenlace del enfrentamiento armado. La imagen, en este caso, era la noticia. No solo reflejaba un acontecimiento de gran magnitud, sino que tenía un valor notarial: mostraba exactamente lo que había ocurrido"."Otros medios", continúa Ricardo Gutiérrez, "publicaron en portada de la edición impresa primeros planos del cadáver. Nosotros lo hemos evitado. Mostrar los detalles puede resultar desagradable y es innecesario para el propósito informativo que nos mueve. Creemos que en las fotos que hemos publicado, el valor informativo prevalece sobre el dramatismo del caso".
Vivimos en una sociedad en la que todo lo que ocurre queda registrado y todo puede ser transmitido al mundo de forma instantánea, de modo que el dilema de publicar o no este tipo de imágenes se plantea cada vez con más frecuencia. Conforme ha ido aumentando la circulación de imágenes escabrosas se ha incrementado también la tolerancia, tanto entre los editores como entre los lectores. Pero siempre hay lectores que no están de acuerdo.
Como las fronteras del sensacionalismo son imprecisas, al recibir las primeras quejas quise comprobar qué tratamiento estaban dando a esas imágenes -sobre las ocho de la tarde del jueves- las webs de otros periódicos de referencia. En la prensa británica, The Guardian colocaba la foto de Gadafi en portada, pero con un tratamiento discreto: la foto del cadáver era la primera de un mosaico de cuatro que, en conjunto, ocupaba un espacio más bien discreto. The Times mostraba en portada una gran foto de Gadafi aún vivo, aunque ensangrentado, y remitía a una galería de imágenes en la que había dos del cadáver. The Independent abría también su edición digital con la noticia, pero no llevaba la foto de Gadafi en portada. En el desarrollo interior incluía una imagen del coronel muerto, dentro de una galería con otras imágenes. El francés Le Monde abría con una gran foto en la portada, pero no era la del coronel muerto, sino la de un joven que exhibía un póster con la imagen del dictador muerto; era una forma muy indirecta de mostrar el cadáver. Por su parte, La Repubblica, en Italia, mostraba en la portada dos grandes fotos, una de un joven exhibiendo la pistola de Gadafi y otra del cadáver.
Al otro lado del Atlántico, The Washington Post no llevaba fotos del dictador en portada, ni vivo ni muerto. La noticia remitía, mediante un enlace, al vídeo de su captura y a una galería de fotos, entre las que solo había una del cadáver. ¿Y qué hacia The New York Times, el diario de referencia del resto de diarios? En ese momento la noticia de la muerte de Gadafi abría también su edición digital y como EL PAÍS, encabezaba la portada con una galería de fotos. Pero la que aparecía fija en primer lugar no era la del coronel muerto, sino una que mostraba el júbilo de los rebeldes. En la galería, la foto del cadáver figuraba en último lugar y cuando el lector iba a acceder a ella aparecía una advertencia en grandes caracteres: "La foto que sigue es una imagen del que se dice que es el cadáver de Gadafi".
No cabe duda de que en casos tan notorios como este se produce un fenómeno de contagio: ¿qué sentido tiene dejar de publicar una imagen que circulará por Internet y será reproducida en todas las televisiones? Precisamente porque el factor de arrastre juega en favor del sensacionalismo, es importante que los diarios rigurosos tengan criterios estables a los que atenerse. La primera frontera está clara: el valor informativo debe prevalecer sobre la capacidad de impacto. En este caso, la imagen de Gadafi muerto pertenece a la misma categoría que la del cadáver del dictador rumano Nicolae Ceausescu, ejecutado en 1989, o la del cuerpo de Benito Mussolini colgado por los pies en una plaza de Milán tras ser ejecutado en 1945.
Los editores de los diarios mencionados coincidieron en que el valor informativo de la imagen justificaba su publicación. Pero no todos la colocaron en portada y no todos le dieron el mismo tratamiento. De lo cual se deduce que la frontera del sensacionalismo se sitúa, en estos casos, en la medida, en los matices. Varios de estos diarios han aplicado en este caso un criterio implícito: que el lector no se encuentre por sorpresa con una imagen tan desagradable, pero que pueda acceder a ella si quiere verla. The New York Times es el que aplicó este criterio de forma más exquisita.
El otro asunto sobre el que he recibido quejas por sensacionalismo ofrece menos dudas. Se refiere a una noticia titulada: "Blanca es una mujer muy noble y educada", publicada en la sección de Política el 14 de octubre. En ella se explicaban detalles banales o que no venían al caso de la vida de una de las cooperantes secuestradas en Kenia. Y eso a pesar de que la propia crónica indicaba que ni la familia ni la organización a la que pertenecen querían facilitar datos de la vida privada. "Como amigo de Blanca Thiebaut me parece vergonzoso el artículo sensacionalista que han publicado. Ustedes mismos dicen que la familia quiere privacidad, y ¿qué hacen? Van a preguntarle al portero", escribe Javier Menéndez. "¿Desde cuándo os habéis convertido en un diario amarillo?", pregunta Nicolás Cuervo. Héctor Caballero, de Médicos Sin Fronteras, escribe desde Kenia para recriminarnos esta intromisión. Tomás Sánchez Criado, Paula Álvarez-Osorio y Jorge Álvarez-Sala acusan al diario de practicar en este caso un periodismo amarillo.
Javier Casqueiro, redactor jefe de la sección de España, admite el error: "He leído los correos de queja sobre el tono excesivamente frívolo y carente de datos relevantes de la información que ofrecimos en un primer momento en la web. Solo puedo decir que tienen gran parte de razón. Deberíamos haber reducido o incluso omitido esa información. La única explicación, y admito que no es suficiente, tiene que ver con que estuvimos todo el día intentando reconstruir lo mejor posible una pieza sobre su vida y nos fue realmente difícil por la nula colaboración tanto de Médicos Sin Fronteras como de la familia. Al final, se nos vino la hora de cierre encima y tuvimos que resolver con muy poco tiempo. La intención de EL PAÍS es siempre compaginar la mejor información posible con la mayor prudencia y el respeto a las personas para no entorpecer la solución del problema. Lamento la mala solución que ofrecimos en este caso". Los lectores tienen razón. Esa pieza nunca debió publicarse.
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