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Reportaje:OPINIÓN

La sociedad más vigilada de Europa

En la tierra de Orwell, las prácticas orwellianas avanzan

Timothy Garton Ash

Smiley meció lo que quedaba de brandy en su copa y murmuró: "Hemos renunciado a demasiadas libertades para ser libres. Ahora tenemos que recuperarlas". Esta advertencia del legendario agente de espionaje sobre el exceso de interferencia y de poder de las redes estatales de seguridad nacional que construimos en el autodenominado "mundo libre" durante la guerra fría aparece en la novela de John Le Carré El peregrino secreto, publicada en 1991. Sin embargo, en vez de recuperar esas libertades, hemos perdido todavía más. En todo el mundo occidental, hoy son muchos más los datos personales nuestros que están en manos de Estados y de compañías privadas, las libertades tradicionales sufren restricciones, hay personas detenidas sin que medie ningún juicio, la libertad de expresión se ve aplastada.

El país que inventó el 'hábeas corpus' tiene uno de los periodos más largos de detención sin cargos de Occidente
Los británicos debemos volver a ser lo que creemos que somos: uno de los países más libres de la Tierra

Por desgracia, uno de los peores infractores, de los menos preocupados por las libertades de sus ciudadanos, de los más derrochadores a la hora de vigilar, es el Estado británico. Gran Bretaña, que en otro tiempo se llamaba a sí misma, con orgullo, "la madre de las libertades", tiene hoy la sociedad más vigilada de Europa. El país que inventó el hábeas corpus dispone hoy de uno de los periodos más largos de detención sin cargos del mundo civilizado. Y los guardianes de nuestra seguridad quieren prolongar ese periodo todavía más. Al mismo tiempo, esos guardianes no son capaces de ver que tienen a inmigrantes ilegales trabajando en sus propias oficinas (en un caso, al parecer, incluso ayudando a arreglar el coche del primer ministro, con todas sus medidas de seguridad), ni de detener en Londres a un presunto terrorista (que resultó ser un brasileño completamente inocente) sin meterle un tiro en la cabeza. La compulsión de legislar nuevas restricciones sin parar va unida a paroxismos de ineficacia asombrosa. ¿A alguien se le ocurre una fórmula mejor para sacrificar la libertad sin ganar seguridad? Smiley debe de estar removiéndose en su tumba. O si, como se rumorea a veces, sigue viviendo tranquilamente en Cornualles con otro nombre, entonces necesitamos volver a oír su voz: "Estamos renunciando a demasiadas libertades para ser libres. Tenemos que recuperarlas".

El troceamiento de nuestras libertades civiles, incluido nuestro derecho a la intimidad, tiene dos causas, por lo menos. Una es el espectacular crecimiento de las tecnologías de la información, la comunicación, la observación y el registro de datos desde la época de Smiley hasta hoy. La otra es la amenaza del terrorismo internacional, sobre todo el terrorismo yihadista, que se hizo drásticamente visible en los atentados de Nueva York, Madrid y Londres. Incluso aunque no se hubieran producido los horrores del 11-S y el 7-J, la información personal almacenada en servidores informáticos, historiales de teléfonos móviles, bases de datos de tarjetas de crédito, vídeos de circuitos cerrados y otros dispositivos semejantes habría aumentado enormemente. Incluso sin esa explosión de las posibilidades tecnológicas al alcance del Gran Hermano, tanto público como privado, los atentados terroristas habrían provocado el refuerzo de la seguridad.

Pero lo que resulta más alarmante es la combinación de los dos factores. Y el Reino Unido tiene el triste honor de estar en cabeza del mundo democrático en ambos frentes. El comisario de información de Gran Bretaña, Richard Thomas, dice que los británicos ya han entrado, sin darse cuenta, en la sociedad de la vigilancia. El grupo de derechos humanos Privacy International, que observa las sociedades de la vigilancia en todo el mundo, dice que Gran Bretaña es la democracia que peor se comporta en este sentido. En el mapa que figura en su página web (www.privacyinternational.org), Gran Bretaña es el único país del mundo occidental que está coloreado de negro, como una "sociedad de la vigilancia endémica", junto a la China comunista y la Rusia de Putin. Gran Bretaña cuenta con más de cuatro millones de cámaras de circuito cerrado (CCTV). Para finales del próximo año está previsto que la base nacional de datos de ADN -la mayor del mundo- incluya la información de unos 4,25 millones de personas, es decir, uno de cada 14 habitantes. Según el último informe publicado, en el periodo de 15 meses entre enero de 2005 y marzo de 2006 hubo más de 400.000 solicitudes oficiales para que se intervinieran teléfonos y mensajes de correo electrónico. Están autorizados a hacer esas solicitudes nada menos que 795 responsables de la policía y los gobiernos locales. ¿Hace falta que siga?

Mientras tanto, se aprueban leyes tras leyes que merman nuestros derechos tradicionales en nombre de la necesidad de combatir el terrorismo. Durante siglos, desde que se creó en Inglaterra a principios del siglo XIV, el derecho del hábeas corpus significaba que a un detenido había que acusarle de algo o dejarle en libertad transcurridas 24 horas; en 2004 se elevó ese plazo a 48 horas; el año pasado, a 28 días, y la policía británica quiere volver a aumentarlo. En las demás democracias importantes, como ha demostrado hace poco el grupo de defensa de los derechos civiles Liberty, ese plazo no es ni parecido, en general, a pesar de que se enfrentan a las mismas amenazas. En Canadá, el límite de la detención sin cargos sigue siendo de un día, y en Estados Unidos es de dos días; incluso en Turquía es de sólo 7 días y medio.

Evidentemente, no debemos ser ingenuos. Los terroristas, tanto locales como internacionales, representan una verdadera amenaza, que es especialmente difícil de detectar. Si es verdad lo que dice el responsable del organismo británico de seguridad interior, MI5, que puede haber unos 2.000 individuos así en el Reino Unido, debemos vigilarlos y detenerlos antes de que actúen. El equilibrio entre libertad y seguridad es delicado. Ahora bien, en los últimos 10 años, Gran Bretaña se ha inclinado demasiado hacia el lado de la seguridad. Es más, esto no deja claro el alcance del error cometido: seguramente, al reaccionar de forma desmesurada y ganarnos la antipatía de gente que, en caso contrario, podría no habernos negado su apoyo, y al construir la sociedad de la vigilancia -pública y privada- más tupida del mundo libre, hemos puesto en peligro nuestra propia seguridad.

Es interesante preguntar por qué esta patria histórica de la libertad se ha inclinado de tal manera hacia la restricción de las libertades. ¿Son meros reflejos autoritarios del nuevo laborismo, como se dice con frecuencia? ¿O es precisamente porque nos consideramos una tierra de libertades antiguas y evidentes por lo que dejamos tan alegremente que nos corten alguna libertad tradicional que otra (aparentemente menores, todas ellas)? El mito -el mito que los británicos sostenemos sobre nosotros mismos- está tan asentado que no vemos cómo ha cambiado la realidad por debajo. Me parece curioso que Gran Bretaña, tal vez la sociedad más libre de Europa en el siglo pasado, tenga hoy la sociedad más vigilada de Europa, mientras que Alemania, un país con una doble experiencia de falta de libertad en el siglo XX como ningún otro (nazis y Stasi), sea hoy, según Privacy International, el menos vigilado.

Sin embargo, más importante que preguntarnos cómo nos hemos metido en este lío es averiguar cómo salir de él. Lo que necesitamos en Gran Bretaña -y tal vez no sólo en Gran Bretaña- es un cambio de paradigma: de la libertad mediante la seguridad a la seguridad mediante la libertad. Ahora tenemos un primer ministro que presenta la libertad como un valor británico fundamental, tal vez incluso el más importante. Nos invita a estudiar cómo "podemos escribir, juntos, un nuevo capítulo en la historia de la libertad de nuestro país". Acepto la invitación. Empecemos por no ampliar el periodo de detención sin cargos ni un solo día más. Después, conviene que recortemos, no nuestros derechos, sino nuestro hinchado aparato público y privado de vigilancia. Un candidato a dirigir a los demócratas liberales, Nick Clegg, ha asegurado que prefiere ir a la cárcel antes de ofrecer los datos personales necesarios para el carnet de identidad proyectado, y el otro, Chris Huhne, ha propuesto una "ley anti-Gran Hermano". Unos comités de las dos cámaras del Parlamento van a presentar en los próximos meses un informe sobre la sociedad de la vigilancia. Los británicos debemos volver a ser lo que creemos que somos: uno de los países más libres de la Tierra. Que empiece el contraataque. -

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

Sala subterránea de control por circuito cerrado de televisión de las calles de la zona central de Londres.
Sala subterránea de control por circuito cerrado de televisión de las calles de la zona central de Londres.AP

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