Los piratas eran ellos
No pararon hasta que consiguieron que nos cobraran un impuesto preventivo, un canon digital que presuponía que éramos culpables de copiar fraudulentamente material de otros, obviando que la presunción de inocencia es uno de los pilares básicos de nuestro Estado de derecho. Nos bombardearon con anuncios que nos comparaban con vulgares carteristas, con desalmados arrancadores de bolsos sobre motos ruidosas. Pretendieron convencernos de que copiar una canción o una película era como robar un coche deportivo o un diamante, obviando el hecho de que esos son artículos de lujo y la música y el cine son cultura, y como tal, pilares de nuestra sociedad, de nuestra democracia, de nuestra libertad. Se colaron en bodas para denunciar a los novios después por haber bailado Paquito, el Chocolatero o Macarena sin pasar por caja antes. Denunciaron a Ayuntamientos de 3.000 habitantes por representar obras de teatro del siglo XVII en la plaza del pueblo una noche de verano sin pedirles permiso a ellos. Pretendieron cobrar de conciertos benéficos más dinero en derechos de autor de lo que se había recaudado en taquilla. Acribillaron a bares de barrio por encender una tele o poner una radio para entretener a la clientela.
Y lo hicieron al más puro estilo mafioso, amenazando, aunque sin necesidad de ametralladora, que para eso el Gobierno aprobaba leyes que les hacían el trabajo sucio. Quisieron hacernos creer que eran los adalides de los artistas y creadores. Que defendían sus derechos y sus obras. Y al final resultó que los delincuentes eran ellos. No éramos nosotros los deshonestos ni los ladrones. Los piratas eran ellos.
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