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La maldición del unilateralismo

Joschka Fischer

Que Estados Unidos se haya dado cuenta de que ha perdido la guerra en Irak es tal vez el dato más trascendental de la política internacional en 2006. La era del unilateralismo norteamericano está objetivamente acabada. Sólo el futuro nos dirá si la política exterior estadounidense va a reflejar o no esa realidad. Por desgracia, esto significa también que se ha perdido una oportunidad extraordinaria. Porque sólo Estados Unidos -con todo su poder y su sentido de misión- tenía la capacidad de crear un nuevo orden mundial a principios del siglo XXI. Para lograrlo, habría tenido que supeditar su poder al objetivo de construir el nuevo orden, tal como hizo al terminar la II Guerra Mundial en 1945. En lugar de eso, sucumbió a la tentación del unilateralismo.

La grandeza nacional de una potencia mundial nace siempre de su capacidad de definir el mundo. Si la potencia mundial lo olvida, o pierde la capacidad de actuar en consecuencia, empieza su declive. Resulta casi tentador pensar que el gran rival de Estados Unidos en la guerra fría, la Unión Soviética, le dejó con su brusca desaparición -de la que se cumplen 15 años- un caballo de Troya: el regalo envenenado del unilateralismo.

Sin un vuelco fundamental en la conciencia política estadounidense, la amnesia unilateralista de su política exterior tendrá consecuencias de gran alcance y dejará un inmenso vacío en el sistema mundial. Ninguna otra nación -ni China, ni Europa, ni India, ni Rusia- tiene ese poder y ese sentido de misión necesarios para asumir el papel de Estados Unidos. Sólo este país podía (y potencialmente puede aún) aunar en su política exterior el realismo y el idealismo, el interés y la ética.

Sólo Estados Unidos tenía una política exterior que se proponía como misión la libertad y la democracia. No siempre fue así, ni tampoco en todas partes; desde luego, no en el caso de Latinoamérica. Pero, cada vez que ha actuado con arreglo a ese principio, su fuerza y su voluntad de buscar la cooperación internacional ha impulsado un orden cuyas instituciones siguen manteniendo unido el mundo.

La ONU, la OTAN, el FMI y el Banco Mundial, el derecho internacional público y el derecho penal internacional y hasta la Europa libre y unida de hoy son los logros supremos de la política exterior estadounidense. Señalan unos momentos históricos en los que Estados Unidos utilizó su poder para impulsar un orden mundial y, al mismo tiempo, proteger sus propios intereses de la manera más eficaz y sostenible.

El alejamiento de esta gran tradición no comenzó con los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. Ya en los últimos años de la guerra fría, EE UU había empezado a considerar todo el sistema de tratados e instituciones internacionales como un obstáculo para sus intereses. Las élites responsables de la política exterior veían cada vez más su país como un Gulliver maniatado y oprimido por enanos políticos, con sus leyes internacionales, sus tratados y sus instituciones multilaterales. Los estadounidenses empezaron por valorar menos el orden mundial que ellos mismos habían creado, luego lo debilitaron y, por último, lo atacaron deliberadamente.

Así, pues, el debate actual que existe en Estados Unidos sobre las consecuencias de la derrota en Irak no es todo lo profundo que debería, porque, a pesar de las críticas que se hacen al poder estadounidense, sigue siendo una discusión basada en el uso unilateral de dicho poder. Ocurre tanto con las opiniones de la oposición demócrata como con el Informe Baker-Hamilton.

Lo que hace falta es un regreso consciente y deliberado de la política exterior estadounidense al multilateralismo. Un cambio de actitud que es esencial para que mejoren las cosas, porque la situación en Irak representa, sobre todo, una derrota de la orientación unilateralista de EE UU.

Oriente Próximo, Corea del Norte, Darfur, África central y oriental, el Cáucaso: en ninguno de estos lugares puede actuar con éxito EE UU si lo hace solo. No obstante, sin EE UU y su poder, las perspectivas de futuro en todos esos sitios son aún más pesimistas: más peligros y más caos.

La situación es similar con respecto al crecimiento mundial, la energía, la gestión de los recursos naturales, el cambio climático, el medio ambiente, la proliferación nuclear, el control de armas y el terrorismo. Ninguno de estos problemas puede solucionarse, ni siquiera contenerse, de forma unilateral. Pero ninguna solución que se intente podrá llegar muy lejos sin Estados Unidos y su capacidad de dirigir con decisión.

Lo mismo sucede con el futuro del derecho internacional, el derecho penal internacional recién creado y Naciones Unidas. Si no desarrollamos más estas normas e instituciones, la globalización también será cada vez más caótica.

Madeleine Albright dijo una vez que EE UU era "el país indispensable". Tenía razón entonces, y sigue teniéndola hoy. Sólo hay una potencia capaz de arrebatar el puesto a Estados Unidos: Estados Unidos. Lo que hay que saber hoy es si su crisis de conciencia actual significa el comienzo de una vuelta al multilateralismo. ¿Volverán los estadounidenses a recuperar el espíritu de 1945 o decidirán, a pesar de la lección y la decepción, mantenerse en su camino solitario?

Ninguna otra potencia puede asumir el papel de Estados Unidos en el mundo en un futuro inmediato. La alternativa a su liderazgo es el vacío y el caos creciente. Ahora bien, de aquí a 10 o 20 años, si Washington sigue rechazando sus responsabilidades multilaterales, es posible que China defina las reglas. Por todo esto, los amigos de Estados Unidos no son los únicos vitalmente interesados en que regrese al multilateralismo. Dados los peligros que representa el unilateralismo para el orden mundial actual, también lo están sus enemigos.

Joschka Fischer, ex ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania, es profesor invitado en la Escuela Woodrow Wilson de la Universidad de Princeton. © Project Syndicate, 2006. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.

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