La fosa de Lorca: unas precisiones
Desde hace meses, numerosos periodistas de aquí y fuera vienen repitiendo que los restos de Federico García Lorca y sus compañeros de infortunio -el maestro Dióscoro Galindo González y los banderilleros anarquistas Francisco Galadí Melgar y Joaquín Arcollas Cabezas- se encuentran en "el barranco de Víznar", donde yacen centenares, tal vez miles, de otros fusilados. Incluso los herederos del poeta han abundado en el mismo equívoco en una reciente carta a EL PAÍS (26 de noviembre de 2008). Y ello pese a que los informes más serios que tenemos indican que los cuatro fueron asesinados y enterrados juntos en el municipio granadino colindante de Alfacar, cerca de Fuente Grande (en tiempos de los árabes Ainadamar, "La Fuente de las Lágrimas"), a un kilómetro del mencionado "barranco".
Familiares del poeta y algunas autoridades de Granada zancadillean la investigación
Sorprende e irrita que a estas alturas los dos parajes se sigan confundiendo.
En 1979 la Diputación Provincial de Granada, entonces presidida por José Sánchez Faba, de la UCD, tuvo la encomiable iniciativa de formar una comisión para averiguar el último paradero del poeta y convertirlo en espacio protegido. Tuve el honor de repetir ante ella la información recogida en 1966 de labios del enterrador de Lorca, Manuel Castilla Blanco, publicada por primera vez en mi libro La represión nacionalista de Granada en 1936 y la muerte de Federico García Lorca (París, Ruedo Ibérico, 1971) y luego ampliada en sucesivas ediciones del mismo.
De las demás declaraciones recogidas por la comisión destacaba la de una antigua vecina de Víznar, María Luisa Illescas, que aportó una fotografía del mismo rodal en Fuente Grande señalado por Castilla Blanco y que un miembro de la "Escuadra Negra" responsable del asesinato habría señalado a su tío. Según Illescas, la instantánea se sacó al poco tiempo de los hechos.
Nadie entrevistado por la comisión abogó por el referido "barranco" de Víznar como posible destino final del poeta.
Lo extraño del caso es que, por razones que desconozco, el actual presidente de la Diputación Provincial de Granada y del Patronato Federico García Lorca de la misma entidad, el socialista Antonio Martínez Caler, lleva meses obstaculizando el acceso de los periodistas al expediente de aquella comisión e incluso negando que se encuentre en el archivo de la Diputación.
Han logrado consultarlo, sin embargo, tanto La Razón (Víctor Fernández) como Granada Hoy (Elisa Llompart), y los extractos publicados por ellos confirman su relevancia. Si el parque memorial Federico García Lorca se estableció, aunque con "dudas razonables", en Fuente Grande, y no en "el barranco de Víznar", se debe precisamente al trabajo de la comisión creada en 1979. No se comprende que la documentación reunida entonces no esté hoy a disposición de los investigadores, y me parece que el señor Martínez Caler nos debe una explicación al respecto.
Manuel Castilla Blanco estaba convencido, cuando me llevó a Fuente Grande en 1966 -y 10 años antes al investigador Agustín Penón- de haber enterrado a Lorca y a sus tres acompañantes en el sitio que me señalaba al lado de la carretera, junto al olivo que allí sigue hoy. Me lo volvió a asegurar, ya sin miedo, después de la muerte de Franco, cuando regresamos a Alfacar. Se pudo equivocar metro más o metro menos, pero sigo creyendo (con María Luisa Illescas, a quien nunca conocí) que la inhumación se efectuó allí, en el punto hoy marcado por el plinto que recuerda al poeta y a todos los demás muertos de la guerra.
Ahora bien, siempre cabe la posibilidad de que los rebeldes cambiasen de lugar el cadáver poco después, para borrar las huellas de lo sucedido, ya noticia mundial. ¿Y los herederos? Han negado cualquier intervención al respecto. Acepto su palabra, pero no cesan los rumores. Un periodista local insiste en que el poeta se encuentra debajo del suelo de la propiedad familiar de la Huerta de San Vicente, hoy perteneciente al Ayuntamiento de Granada; hay quienes alegan que sus despojos se llevaron a Madrid cuando el hermano del poeta volvió de Estados Unidos con los suyos en los años cincuenta; y, según la versión más reciente, se hallan nada menos que en un rincón oculto de la cripta de la catedral.
La ciudad, en realidad, es un hervidero de bulos y fantasías sobre las últimas horas de Lorca y la ubicación de sus huesos. Nada de ello me parece positivo para su recuerdo, para España y para quienes amamos la obra y admiramos al hombre. Sus herederos -no muy preocupados, al parecer, por obtener la demostración científica de dónde reposa- han dicho que no se oponen a que se busque y abra la fosa pero que, una vez identificados los restos, quieren que sigan allí. Están en su derecho y nadie les va a llevar la contraria.
Así las cosas, lo que hay que hacer es localizarla sin perder más tiempo.
Fuera de España, sobre todo en Chile y Argentina, nadie entiende que no se haya hecho ya. Y ello a iniciativa de las más altas instancias de la nación.
Ian Gibson es historiador
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