¿Dónde está la extrema derecha?
Ante los buenos resultados de la extrema derecha en algunos países europeos, se repite a menudo una pregunta: ¿por qué en España no hay una extrema derecha con peso electoral? Sí la hay. Está en el Partido Popular. La unificación de la derecha española fue el gran mérito de José María Aznar que le llevó a la presidencia del Gobierno. Su ambición iba más lejos, llegó a pensar en una especie de confederación de derechas autónomas con CiU y con el PNV. Y este era el espíritu del pacto del Majestic. Pero fracasó, como era previsible, por la cuestión nacional y por el pacto de Estella que llevó al gran enfrentamiento con el PNV.
La extrema derecha está en el Partido Popular. Con un coste principal: la derecha española no ha desarrollado un proyecto ideológico moderno, que no viva a remolque de las exigencias de la Iglesia católica, de los ecos de la cultura franquista que durante tantos años fue la de buena parte de los suyos, y de la patrimonialización del nacionalismo español.
La integración de la derecha en un macropartido tiene mucho que ver con el sistema electoral. La política española -a diferencia de algunas comunidades autónomas- es claramente bipartidista. En más de 30 años de democracia todavía no ha habido un gobierno de coalición. La derecha sabe perfectamente que si se divide perderá muchísimas posibilidades de gobernar. Por eso, los duros de la derecha nunca han osado dar el paso de romper con el partido y el núcleo dirigente siempre ha estado dispuesto a tantas concesiones como fuera necesario para dar satisfacción a los que disfrutan saliendo a pasear con los obispos y acusando a los socialistas de romper la patria y de aliarse con terroristas.
Aznar, que venía directamente de la tradición franquista de la derecha, supo manejar a la vez el fundamentalismo constitucional, fruto de su conversión tardía a la Constitución, y la asunción de los valores de la derecha española más alejados del liberalismo cultural. Con la intransigencia instalada siempre en su cuerpo, fue capaz de desarrollar a la vez el discurso del bien y del mal que le llevó a la guerra de Irak y al conflicto de civilizaciones, y la intransigencia democrática, que utilizaba la Constitución como instrumento de exclusión. Fueron los años del patriotismo constitucional. Los años en que el Partido Popular exhibía a su jefe arropado por Rodrigo Rato -el dinero-, Mayor Oreja -la conspiración-, Acebes -la insolencia- y Rajoy, que andaba por ahí.
De todos ellos, oficialmente, ya solo queda precisamente Mariano Rajoy en sus puestos de mando. El principal atributo de Rajoy es el silencio. El silencio de Rajoy quiere decir que ha llegado hasta donde está sin haber hecho nunca una propuesta política. Rato intentó buscar el voto de los militantes para suceder a Aznar. Mayor Oreja tiene una sola idea, pero la repite hasta la saciedad. Rajoy, simplemente, estaba por ahí. Y fue el elegido, porque Aznar buscaba a un sucesor, no a un líder, confiando en ganar él, por persona interpuesta. Toda la estrategia de Rajoy se resume en una idea: no asustar a la población para que el miedo a la derecha no insufle nueva vida a un PSOE moribundo. Pero por mucho que Rajoy evite a los periodistas, el miedo a la derecha revivirá si la extrema derecha monopoliza el discurso del Partido Popular. Y es lo que está ocurriendo.
Para no tener problemas, Rajoy ha dejado que las listas electorales se pringuen de corruptos. Ha dejado que el PP vuelva a la ignominiosa utilización política del terrorismo que ya le ha costado perder dos elecciones. Ha dejado que Aznar vuelva a explicar su buena nueva por las Españas, cada vez más cargada de resentimiento. Y no ha dudado en apoyar a Sánchez Camacho cuando en Cataluña se ha hecho adalid del discurso anti-inmigración, eterno y miserable recurso, que hasta la extrema derecha francesa está dejando de lado. Al consentir todos estos movimientos Rajoy se entrega al sector más reaccionario de su partido. No se sorprenda después si vuelve el miedo a la derecha. Sus silencios quizás no asustan, pero tampoco entusiasman. Ahí está su valoración.
Con todos estos ingredientes, esparcidos estos días en abundancia por los reaparecidos Aznar y su vieja guardia, si en España no hay un partido explícitamente de extrema derecha es porque no hace falta: ya existe el PP para cobijarla. Quizás es menos aparatosa que en otros países, pero mucho más poderosa e influyente.
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