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Análisis:EL ACENTO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Una extraña revuelta

Un siglo después de que estallara la Semana Trágica de Barcelona, los historiadores constatan que fue una revuelta extraña, y seguramente comprueban que aquella deriva anticlerical que desencadenó volvería acaso a desencadenarse hoy si tales estallidos pudieran darse ahora. Aunque a veces se diría que el laicismo y el clericalismo regresan como si no hubieran pasado los años.

Todo empezó el 26 de julio de 1909. Era lunes, y el proletariado catalán había convocado una huelga para protestar por el envío de tropas de reemplazo a proteger las minas del Rif. La operación estaba provocando una sangría que recordaba a las de Cuba y Filipinas. Pero, además, la vida de los soldados españoles se ponía en juego para, entre otras cosas, defender los intereses privados del marqués de Comillas, que prestaba sus barcos para que las tropas pasaran el Estrecho. El Gobierno de Maura no tardó en declarar el estado de guerra frente a una masa rebelde, que enseguida amplió los frentes de ataque. Si el asunto empezó por una cuestión colonial, rápidamente encendió la furia contra la Iglesia, que nunca se portó bien con la clase trabajadora.

Las cosas se desarrollaron, aun así, de manera extraña. Antes de irrumpir en el convento de la Asunción en Pueblo Seco, los alborotadores llamaron a la puerta y explicaron a la hermana tornera que se proponían saquear el edificio. A las domésticas de la burguesía, por otro lado, se les permitió hacer la compra en el mercado a primera hora de la mañana. Y el empresariado catalán pagó los salarios al final de los disturbios.

Eran tantos los frentes donde la turba proletaria encendió la pólvora de su descontento, que el ministro de Gobernación, Juan de la Cierva, dejó correr el rumor de que la revuelta era obra de separatistas, y consiguió así que no prendiera en otras ciudades. Fue una explosión de ira que casi no afectó a los intereses del enemigo: no se tocaron ni bancos, ni fábricas, ni empresas, y murieron tres religiosos. Trágico destino el de un estallido que se vuelve contra los que prendieron la mecha, y que ni siquiera debilitó a la Iglesia. Hubo 2.000 detenidos, 739 procesos, 17 condenas a muerte. Extraña revuelta, que fue presagio de la Guerra Civil: uno de los fusilados, el pedagogo Ferrer Guardia, ni siquiera estuvo allí.

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