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OPINIÓN
Columna
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Un enfoque nihilista

Javier Sampedro

Un filósofo nihilista al que tengo el privilegio de conocer -supongo que él no podrá decir lo mismo- afirma que la especie humana es capaz de estropear cualquier cosa convirtiéndola en un lenguaje abstracto. La música, por ejemplo, servía para cantar y bailar hasta que sus notas se transformaron en las 12 letras de un idioma extraterrestre, en un sistema tan perfecto y virtual que puede manejarse con total independencia de los sonidos a que hace referencia. La música occidental evolucionó de esa forma, en efecto, y alcanzó el clímax con el sistema dodecafónico de Schönberg: un reglamento que convierte las 12 notas en símbolos puros, o en las 12 facetas de un dodecaedro platónico. Yo no digo que esto sea necesariamente estropear la música. Eso lo dice el filósofo nihilista.

De igual modo, los folletines por entregas han generado la metanovela -o degenerado en ella, si se me permite el nihilismo-, una narración que no trata sobre el mundo, sino sobre otras novelas, o metanovelas, y que por tanto se ha ganado su acreditación de lenguaje, o metalenguaje. La abstracción de Kandinsky liberó a la pintura de sus ataduras terrenales, y desde entonces un trazo sólo se significa a sí mismo. Las vanguardias históricas de principios del siglo XX convirtieron el arte en un álgebra: su cero son el lienzo en blanco y la partitura del silencio.

Las propias matemáticas han seguido el mismo curso. Empezaron como una práctica ligada a la agricultura y el comercio. El "papiro Rhind", uno de los más antiguos documentos matemáticos que se conservan, consiste en 84 ejercicios como partir el pan para una cuadrilla, el cálculo de áreas y volúmenes, tablas de dividir y este problema: "Si una pirámide tiene una altura de 250 codos, y el lado de su base mide 360 codos, ¿cuál es su seked?". El seked es lo que medía la inclinación de las pirámides: una cuestión vital para los aprendices de escriba a los que se dirigía el papiro. Pero las matemáticas son la ciencia de la estructura, el orden y la relación. Se han estropeado, en la jerga nihilista.

O tomen los instrumentos financieros. Los futuros, por ejemplo, los inventaron los balleneros holandeses del siglo XVI. Como salir a cazar una ballena costaba una pasta, no tenían más remedio que venderla antes de haberla cazado para financiarse el viaje. Eso es un futuro: un compromiso de venderle algo a alguien dentro de unos meses por un precio acordado. Sirven desde hace siglos para proteger a los agricultores de los bandazos en el precio de las patatas.

Pero ahora se han convertido en contratos de futura compra de algo que casi nunca es una patata, sino otro contrato de futura compra de algo que tampoco es una patata. Se han vuelto tan complicados que la última teoría para manejarlos es la "finanza cuántica" del físico Belal Baaquie, del Risk Management Institute de Singapur. Su último trabajo se titula: "Tipos de interés en la financiación cuántica: la Hamiltoniana y la expansión de Wilson". Se espera con zozobra la segunda parte.

La Bolsa se ha convertido en un mero lenguaje que a veces significa la recesión de una economía, para gozo de nihilistas. Pero eso pueden ser fluctuaciones cuánticas, también para gozo de nihilistas.

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