Los dilemas europeos
Nunca una elección europea fue tan rabiosamente trascendental. Nunca un Parlamento Europeo fue tan poderoso como el que va a salir del 7-J. Será más fuerte e influyente que cualquier parlamento nacional.
Sin embargo, la campaña en nuestro país, como en otros de la UE, parece haber sido entendida como un mero instrumento para conseguir objetivos que nada tienen que ver con Europa. Se escuchan mensajes confusos y desmotivadores de la participación ciudadana.
Por eso, me atrevo a pronosticar que el Parlamento Europeo 2009-2014 estará muy por delante, en iniciativa y en capacidad transformadora, de los partidos políticos que sigan atrapados por sus endogámicos demonios familiares y sean incapaces de levantar el vuelo y mirar más lejos.
Hay que evitar que el Parlamento Europeo caiga en una deriva euroescéptica
Lo anterior es la versión optimista. Pero la verdad es que nunca hemos estado tan cerca de que el Parlamento Europeo caiga en manos de una deriva euroescéptica, que, paradójicamente, está siendo uno de los subproductos de la más grave crisis económica que hemos conocido.
Es un momento clave. El Parlamento del 7-J tendrá los poderes legislativos suficientes para afrontar la crisis desde la solidaridad europea, con intervención pública y protección social, o, por el contrario, admitiendo una derrota de Europa ante el proteccionismo nacionalista y desregulador.
El Parlamento del 7-J puede convertir a la Unión en la defensora más decidida de los derechos sociales, de la igualdad entre el hombre y la mujer, o mirar para otro lado ante la discriminación de la pobreza infantil, de las mujeres maltratadas, de los homosexuales o de los inmigrantes.
El Parlamento Europeo próximo puede ser la institución más sólida de una Unión que le hable de tú a tú a Estados Unidos y a China, o puede ser la institución más débil de una Europa frágil que se resigne a ser dirigida por ese G-2 virtual.
El 7-J podemos alumbrar una Cámara capaz de representar a 500 millones de personas que quieren que el planeta no se destruya por una economía basada en el carbono, o sufrir una asamblea legislativa que boicotee el liderazgo de Europa en la lucha contra el cambio climático y las energías renovables.
Esos dilemas están aquí para quedarse. Y no determinarán su solución ni el Parlamento alemán, ni el francés, ni el británico o el español. La salida a la crisis, el modelo de crecimiento basado en el conocimiento, la Europa social, la seguridad frente a la proliferación nuclear, o la política migratoria, todo esto va a pasar por y va a ser posible gracias al Parlamento Europeo que elijamos este fin de semana en toda Europa.
Si los resultados arrojan una mayoría europeísta, la Europa de comienzos de siglo será solidaria, sabrá repartir el esfuerzo para lograr un crecimiento sostenible, mantendrá el Estado de bienestar, hará de la cohesión de la Unión un logro imprescindible para establecer la seguridad del continente y sabrá combatir por los objetivos del milenio. Si no hay esa mayoría, es seguro que todo lo anterior no se conseguirá.
De ahí la necesidad de darle el máximo perfil político a una campaña que debería ser recordada por hablar de Europa y no por el ruido ambiente.
Especialmente importante es esta reflexión en un país como España, que va a presidir el Consejo de la Unión Europea el año que viene. El Parlamento Europeo será el interlocutor esencial del Gobierno español para que éste pueda sacar adelante las ambiciones de nuestra presidencia.
La presidencia española del Consejo de la Unión va a situar como primera prioridad la lucha contra la crisis y la evolución a un modelo de crecimiento y creación de empleo que rompa con la hegemonía de la economía financiarizada, y que sitúe a la educación y a la economía "verde" en primer plano. La presidencia española quiere ir a una gobernanza europea de la economía europea, aunque suene a juego de palabras. La presidencia española tiene que hacer de la Unión un global player. Esperemos tener para ello el Tratado de Lisboa, la nueva "constitución" europea.
Sin el Parlamento Europeo y su complicidad será muy difícil que esta ambiciosa agenda se logre. Otra razón más para valorar, desde la perspectiva española, como trascendental lo que nos jugamos en la Unión este 7-J.
El 7 de junio no se vota ni se censura un Gobierno nacional. Se elige a quien hablará y decidirá durante cinco años en nombre de 500 millones de europeos y europeas. Algunos dirigentes, a pocos días de la votación, aún no se han enterado. Seguramente porque no saben distinguir la diferencia entre considerarse meramente europeo o sentirse ciudadano europeo. Su primer derecho es votar al Parlamento Europeo.
Diego López Garrido es secretario de Estado para la Unión Europea y miembro del Comité Federal del PSOE.
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