En defensa de una libertad frágil
Me gustaría coincidir plenamente con el discurso pronunciado por Juan Luis Cebrián en el acto de entrega de los premios Ortega y Gasset y publicado por este diario al día siguiente, el 5 de mayo. Pero no sería leal a la amistad que nos une si dejara de expresar algunas consideraciones que empañan actualmente la noble y necesaria profesión del periodista.
En realidad, mi discrepancia viene a subrayar lo que él llama acertadamente "libertad frágil" de la profesión.
Es evidente que la opinión pública es básica para el funcionamiento de la democracia. "Los ciudadanos tienen necesidad de estar informados, han de ser capaces de conocer y discernir sobre las diversas opciones electorales, poder analizarlas y pronunciarse sobre ellas".
No conozco pasión más anacrónica que la del anticlericalismo
Las distintas declaraciones de los Derechos Humanos confirman este principio fundamental. También me alegra poder subrayar con el consejero delegado de PRISA que los periodistas no son "los representantes de la opinión pública". Más que representarla contribuyen a formar esa opinión. A la ética personal de esa necesaria contribución van a referirse mis reflexiones prácticas.
A estas alturas de la democracia española, muchos experimentamos con tristeza que la opinión pública que nos transmiten en general los periodistas españoles es muy diferente según el periódico que caiga en tus manos. No exagero si digo que parecen hablar de mundos distintos. No faltan quienes ya han dejado de tomarse en serio lo que dicen unos u otros. ¿Por dónde anda el sentido de la verdad? ¿O es que esto de la veracidad ha pasado a segunda fila?
Por lo visto, se puede poner en duda la honradez de los jueces, de los políticos y, por supuesto, de los curas después de releerse dos o tres periódicos para emprender un serio trabajo de discernimiento e intentar llegar sólo a sospechar más o menos por dónde anda en ese momento la opinión pública.
Merece la pena tomarse más en serio el llamado "periodismo de investigación". Yo, todo lo más, llego a dominar un campo muy reducido. Y con frecuencia inusitada me veo condenado a la insistencia sobre la misma noticia, generalmente contada de manera poco precisa y por personas no pocas veces inexpertas.
Todos conocemos la técnica de la repetición insistente, de la primera plana, del tono del comentario. El pensamiento liberal no es el de que admite todo lo que le dicen o lee, sino el del que se atreve a demostrar lo que dice y lo que piensa. Los hechos son más importantes que el alcalde de Londres.
¿No se podría hacer un esfuerzo mayor por liberarnos de nuestras filias y nuestras fobias? Unos toparon con la Iglesia, amigo Sancho, y otros toparon con su propia armadura que les obliga a comunicarse a través de lanzadas o a través de señales agresivas.
Como soy sacerdote y religioso, de ahora en adelante tendré que andar con especial cuidado en mi trato con los adolescentes. Me felicito, sin embargo, de tener un Papa que se ha enfrentado con el crimen nefando de la pederastia y al que no le ha importado hacer frente a una bronca masiva que, estoy seguro, no se ha producido en toda la historia, ni en la plaza de Las Ventas.
La profesión del periodismo es una de las más serias que se pueden ejercer en la vida. Pero, por favor, hablen más de la religión y tengan un poco más de consideración con los clérigos, que al fin y al cabo no ocupan el porcentaje más alto de pederastia en nuestros cuerpos sociales. Tolerancia cero para ellos, pero respeto para su dignidad personal, al menos como la que conceden los Derechos Humanos a todos los ciudadanos.
Con sinceridad de amigo. No conozco pasión más anacrónica que la del anticlericalismo. Ni causa de más descrédito que la de hablar públicamente de lo que uno no se ha informado suficientemente. Estoy seguro de que la mayoría de los periodistas no caen en los errores que denuncio. Pero, ¡caramba!, es que llevamos un invierno de miedo.
José María Martín Patino es presidente de la Fundación Encuentro.
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