La crisis moral
Como una apisonadora, el discurso de la austeridad se había impuesto a la sociedad. Izquierda y derecha juraban por ella y la convertían en el recurso ideológico para encubrir su incompetencia. Pero pasan los meses y no se ven por ninguna parte los beneficios de esta estrategia ni los resultados de las reformas que la acompañan. Al revés, se nos dice que la situación todavía empeorará, que el crédito no llegará y que los salarios seguirán a la baja. Todos somos culpables, dicen. Todos hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, todos debemos asumir nuestras responsabilidades. Un discurso obsceno: porque pretende poner en el mismo nivel a los ciudadanos y a los que dieron unos créditos de alto riesgo, con el apoyo del enorme sistema de propaganda y persuasión de que disponen. Y porque, además, los que pusieron en marcha la quimera del préstamo siguen en su mayoría en sus puestos y se han autopremiado por el desastre provocado con suculentas recompensas en bonos y otras prebendas. Por ahí se ha empezado a romper el hechizo.
Ante tanto abuso, el tabú ha empezado a resquebrajarse. La gente sigue teniendo miedo, pero ha empezado a perder el respeto. Ahora, a nadie le sorprende oír que la doctrina económica sobre la que está montada la ortodoxia política sabe mucho de grandes cifras, pero nada de economía real. Del mismo modo, cada vez es más usual que la gente se pregunte lo que el discurso de la austeridad esconde: ¿cómo se puede conseguir que una economía se recupere si lo único que se hace es recortarla por todos lados? ¿A quién beneficia este juego cruel? Creo que el caso de Grecia representa el principio del final del engaño. ¿Cómo nos podemos fiar de quienes imponen unas medidas de rescate que todo el mundo sabe que son imposibles de cumplir?
A la vista de este espectáculo, la sociedad va pasando poco a poco del miedo y la inquietud a la desmoralización. El mensaje que llega es descorazonador: tomamos las medidas que tomamos porque los mercados lo ordenan y no tenemos capacidad para desafiar su voluntad. Se puede decir más fino: los mercados, para que funcionen, deben ser regulados. España por sí sola no tiene potencia para hacerlo, solo sería posible si Europa actuara como un cuerpo único. Hoy por hoy, es una quimera. Por tanto, entreguémonos a los mercados. ¿Qué ánimo puede tener la ciudadanía ante tal manifestación de impotencia de la política?
En este contexto, hemos sabido que el presidente del principal banco de España ha estado defraudando a Hacienda durante un montón de años. Él mismo lo ha reconocido al regularizar una cantidad importantísima de dinero que tenía depositada en un banco suizo. No he oído o leído ni una sola reacción. Ningún dirigente político ha hecho comentario alguno ante una noticia que en las circunstancias actuales no debería pasar sin consecuencias. No he visto un solo editorial de periódico sobre el tema. ¿Por qué? Es fácil de deducir: porque la capacidad de intimidación de un banco de esta envergadura es infinita; y porque muchos otros han hecho lo mismo que el señor Botín. ¿No es esto realmente desmoralizante para la ciudadanía? ¿Qué ha de pensar el asalariado que cumple escrupulosamente con sus deberes fiscales?
Y, sin embargo, el presidente del Gobierno sigue a lo suyo, dispuesto a hundir definitivamente al partido socialista, a costa de unas reformas que solo él cree que le harán pasar a la historia, puesto que los mercados y los bancos las consideran insuficientes, y la ciudadanía, abusivas. Y el Partido Popular, que debería ser la intachable oposición dispuesta a asumir el relevo, practica la geometría política variable, sin respeto alguno ni por las ideas ni por los proyectos, apoyando la limpieza en Baleares y a los corruptos en Valencia, promoviendo la reducción de impuestos donde le conviene y su subida o mantenimiento en otros (Extremadura, por ejemplo), jugando a la xenofobia en unas regiones y a la integración en otras, pactando con los nacionalistas catalanes al mismo tiempo que Cospedal inicia en Castilla-La Mancha el recorte del Estado de las autonomías. No hay principios. Todo vale en función de la cuota de poder. E Izquierda Unida entrega el Gobierno de Extremadura al PP, el mismo día en que los indignados -a los que quiso acercarse y le dieron con la puerta en las narices- exhiben su poder de convocatoria. Ciertamente, además de estar metidos en una crisis económica y política, estamos en una profunda crisis moral de las élites.
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