La corrección de la edad
Cuando se anunció que Alberto Oliart, abogado, poeta, memorialista, político y miembro de la generación de Carlos Barral, había sido nombrado, a los 81 años, presidente de la Corporación RTVE, los calendarios marcaban los siguientes cumpleaños: Manuel Aleixandre, actor, 92; Luz Casal, cantante, 51; Juan Pardo, cantante, 67; Rosa Regàs, escritora, 76; José Manuel Caballero Bonald, poeta, novelista y memorialista, 83; Carlos Fuentes, escritor, 81; Hans Magnus Enzensberger, escritor, 80; Leonardo DiCaprio, actor, 35; y Demi Moore, actriz, 47.
Ni Aleixandre ni sus compañeros de reparto en esta lista, excepto los dos actores norteamericanos, podrían trabajar ahora en la corporación que va a presidir el ex ministro de Defensa de la UCD. Sin embargo, todos ellos podrían ser, como Oliart, presidentes de esa compañía. Por cierto, Emilio Lledó, el filósofo, cumplió más de 80 el 5 de noviembre; a él le confió el Gobierno, cuando aún no había llegado a la edad de Oliart, que estudiara cómo iba a ser la televisión (estatal) del futuro. Presidió aquella comisión; un amigo le regaló un televisor, para que se fuera acostumbrando; y aunque ve la televisión en las casas ajenas, o en los hoteles, sigue sin abrir la caja donde guarda aquella caja.
Estábamos tan acostumbrados a creer que la vida ya se había parado...
Cualquiera de ellos, pues, podría haber sido elegido. ¿Carlos Fuentes? Por qué no. En México hay una buena tradición de televisión, y él es autor, por cierto, de un excelente documental que le sirvió a la BBC para explicar en 1992 de qué había ido el viaje de ida y vuelta de Colón. Luz Casal, a quien la edad estaría a punto de arrojarla a las tinieblas exteriores de la tele estatal, porque el ERE lo marcó así, no podría ser fija, pero sería una buena presidenta: tiene experiencia, buen gusto, muchas relaciones, sobre todo en Francia y en Grecia, y constituiría un factor interesante en la apuesta por la igualdad que se ha propuesto, con éxito, Rodríguez Zapatero.
Y ni qué decir tiene que los otros veteranos (Rosa Regàs, Caballero Bonald, Juan Pardo, el veteranísimo Manuel Aleixandre, e incluso Enzensberger, premio Príncipe de Asturias y autor ahora de En el laberinto de la inteligencia, en Anagrama) también tendrían derecho a ser considerados para ese puesto en el que ahora deseamos tanta suerte al octogenario nuevo presidente.
Ustedes creerán que es una ironía; no lo es. A este país le hace falta una corrección a la edad. Aquel ERE, que puso sombra sobre la edad de muchísima gente, parecía una mancha de aceite que podía cernirse sobre toda la profesión periodística, y no sólo. Este oficio en el que tanta gente murió vieja y escribiendo, o haciendo reportajes, o corrigiendo textos en las redacciones, de pronto tuvo encima esa guadaña: o tenías 49 o nada.
Un día, cuando cumplí 49 años (y lo conté aquí, en esta misma página), recibí una llamada de una compañía que buscaba editores, y alguien les había dicho que quizá yo podría tener cabeza para eso. Después de las primeras pesquisas, el hombre me dijo: "¿Y qué edad tiene usted, por cierto?". Le dije, y entonces, acaso azorado, el indagador me descartó:
-Ah, perdone. Demasiado mayor. No da el perfil.
El nombramiento de Alberto Oliart ha desatado una ola de bromas al respecto, acaso porque la edad y la broma ya se han consolidado en el lenguaje sandunguero de nuestra sociedad. Estábamos tan acostumbrados a creer que la vida ya se había parado para los que tenemos entre 60 y 100 años, que esa nueva esperanza de vida revivía la savia adormecida de muchos jubilados prematuramente, o en trance de dejar el carro porque la cuerda no da más de sí. No damos el perfil.
Claro, este nombramiento ha llamado mucho la atención. Un periódico cometió un error, en su versión digital: "Alberto Oliart, de 71 años". Ah, es más joven, dijeron alrededor. Cuando se restituyó la edad verdadera, la que tiene Oliart, nacido en 1928, ya se comenzó a hablar de su aspecto: pero si parece más joven. Como si la edad fuera el espejo del alma, o de la inteligencia, o de la sabiduría, o de la memoria. Por cierto, gran memorialista éste, que aún tiene tanto que contar, no sólo de aquella vida en la que fue el más serio entre los poetas y amigos de Barral, sino de la propia vida que ha venido luego y que él contó, en gran parte, en un libro que ahora sirve para apuntalar también la opinión de que es un escritor muy notable.
En fin, que a Oliart le han nombrado y mucha gente que tiene su edad o que está en los aledaños de su aventura biográfica le ha entrado una extraña euforia. La euforia ha llegado incluso a La Moncloa, que tiene mucho que ver, en esta etapa, con cierta propensión a creer que ser joven es más. Desde allí, desde el palacio presidencial, alguien dijo, y lo recogió este periódico: "A muchos de 40 años les gustaría tener la lucidez que tiene Alberto Oliart".
Pues haberlo pensado antes. Si lo hubieran pensado antes, hoy Oliart llegaría a Prado del Rey, o al Pirulí, y vería a mucha gente que se acuerda aún de cuando él fue ministro. Pero, claro, acabaron con más de 4.000 funcionarios que tenían más de 52 años, y ahora la memoria de los nuevos sólo se hará leyendo. Lo cual no está nada mal, por cierto. Pues que empiecen leyendo las memorias de Oliart, este octogenario que le ha dado una alegría a la tercera edad.
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