¡Qué cometa más divertida!
Un joven ejecutivo de una firma de grandes almacenes ha conseguido unos magníficos resultados en la sucursal de su empresa, pongamos un ejemplo cualquiera, en Parla, Madrid. El gran jefe de la firma llama a su ejecutivo y le dice: "Veamos: como has obtenido esos buenos resultados, te voy a nombrar director de la gran sucursal del mejor barrio de Madrid. Tenemos una competidora muy, muy fuerte en aquella zona y tenemos que superarla". Pasa que a los tres años las ventas no solo no han mejorado, sino que la competidora ha engordado en ventas y beneficios, y cada día aparece más rolliza y lustrosa, y la diferencia con la tienda que rige el otrora titán de Parla es aún mayor.
El mismo gran jefe, ahora, por cierto, agobiado por otras cuestiones mucho más importantes, vuelve a llamar al ejecutivo. "Ya sé que te has esforzado mucho y que tienes el apoyo de tu equipo directivo y el cariño de tus empleados, pero necesitamos mejoras reales. Te propongo que sigas dirigiendo la tienda, pero vamos a poner a una persona para que atraiga clientes, que a ti se te han resistido, porque a la empresa que te paga le urge acabar con esta situación tan perjudicial para el conjunto de la firma". Y el joven ejecutivo responde: "No, a mí no me mueve nadie de aquí. Ganar no ganaré, como se ve, pero tengo contentísimos a los jefes de planta".
El plan de la prensa más reaccionaria es apoyar a Gómez para luego despedazarle
Si en algún momento se diera este hipotético ejemplo en la dura realidad, ¿valorarían ustedes favorablemente la valentía y la guapeza del joven? ¿O pensarían, más bien, que es un tozudo empleado, algo confundido respecto a su papel en esa empresa e incluso de los fines de esa corporación?
Escribía en estas páginas el siempre ecuánime Gregorio Peces-Barba, el día 8 de este mismo mes -Aznar, profeta de catástrofes-, que "Tomás Gómez es un buen socialista que conoce bien nuestro talante y nuestras tradiciones". Nadie lo duda, pero no parece gran mérito ni un especial señalamiento, por cuanto algo similar se le supone al común de los militantes y, desde luego, es de esperar que tal definición también cobije a Trinidad Jiménez. Pero decía otra cosa el admirado profesor: "Es un exceso y un desvarío acusar a Tomás Gómez de ser el candidato de la derecha". Bueno, diremos entonces que es el candidato al que jalean, piropean e incluso vitorean los medios de comunicación de la derecha o de la extrema derecha, fineza en ocasiones difícil de distinguir, con el ánimo infantil de pegar las patadas a Zapatero en cierta área de la anatomía de la ministra de Sanidad.
Seguramente muchos de los veteranos dirigentes socialistas o comentaristas de izquierdas que ahora han descubierto en Gómez poco menos que a una luminaria teórica del socialismo del siglo XXI, no podrían creer hasta dónde coinciden con la prensa más reaccionaria, para quien el secretario delPSM es poco menos que un héroe de nuestra época, un David contra el Goliat obsceno en su omnipotencia.
Hay una izquierda, siempre la ha habido, que parece necesitar el aplauso y el halago de la prensa de la derecha. Se muestran felices como rollizos bebés cuando esos articulistas les ríen las gracias y les señalan así: "Sois los mejores, vosotros sí sois rojos de verdad y no esos otros, qué grande vuestra coherencia, qué sana vuestra rebeldía, qué bien suena La Internacional cuando la cantáis vosotros". Deslumbrados por tanto apretón de manos y tanta lisonja, no entienden cuál es el juego de los truhanes. Pasa en Madrid y pasa en Valencia: Antoni Asunción no ha dudado en fichar como contertulio para participar en la radio más exaltada con el más exaltado de los locutores, a cambio de un piropo a su "integridad" o cualidad similar.
De vuelta a Madrid, ¿alguien duda de que esos comentaristas, esos tertulianos de las furibundas tedetés, van a dar hasta el último aliento de sus vidas para que Esperanza Aguirre repita victoria? ¿Acaso no ven que quienes despreciaron hasta ayer mismo a Gómez, ahora están haciendo todo lo posible para que gane, precisamente, para al día siguiente del improbable triunfo ante Jiménez, poder despedazarle en la plaza pública? ¿Dónde va esta criatura, dirán y escribirán, frente a la lideresa mundial del requiebro y el chotis, faro intelectual de nuestros días y dadivosa ejecutora de licencias y subvenciones?
¿Exageración? Vean lo que escribía el domingo, paladinamente, el más conspicuo de los representantes de esa prensa reaccionaria y desvergonzada a la que tanto le gusta dar lecciones de ética y moralidad: "Al final, este Tomás El Forzudo, que parece encantado de haberse conocido porque le invitan a programas de telebasura, seguirá siendo el mismo Gómez atolondrado y metepatas que fue capaz de boicotear un homenaje a las víctimas del terrorismo porque el Parlamento regional había dado carpetazo al falso affaire de la gestapillo esperancista. Pero, oye, que le quiten lo bailado en esta fase en la que quienes más simpatizamos con muchos de los valores de Aguirre, siempre cederemos a la tentación de darle hilo a una cometa divertida que todos sabemos que no llegará a ninguna parte".
¿Merecería la pena que él mismo, y su equipo de asesores, veteranos y primerizos, reflexionaran un poquito, solo un poquito, sobre este párrafo?
¿Y qué méritos tiene entonces Trinidad Jiménez?, podrían preguntar ustedes. Ni soy su jefe de campaña ni pretendo opositar a ser su hagiógrafo de cabecera. Esos méritos parece que tienen que ver con los resultados de las encuestas, de todas las encuestas, pero también de la opinión de mis familiares, vecinos de la escalera y contertulios del café, que demuestran que Trinidad Jiménez está en clarísima mejor posición que Tomás Gómez para intentar asaltar la presidencia de Madrid, actualmente en las muy seguras manos de Esperanza Aguirre.
Porque de eso, precisamente de eso, es de lo que estamos hablando. Y si les ha parecido en exceso frívola la comparación del comienzo con las ventas de los grandes almacenes, otro día, si quieren, comparamos la ingente y sólida obra teórica de renovación del socialismo que acreditan ambos candidatos, tan reconocida entre los exégetas de las ciencias sociales.
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