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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Veneno político

Alexandr Litvinenko, ex agente del KGB que ha denunciado el régimen de Putin, fue envenenado, supuestamente con talio, un raticida, el pasado 1 de noviembre en Londres cuando un supuesto ciudadano italiano estaba pasándole supuestas pistas sobre el asesinato de Anna Politkóvskaya, la periodista que investigó y crítico acerbamente la política de Putin en Chechenia. Decenas de periodistas, banqueros y otros, críticos con el Gobierno o simplemente molestos, han sido asesinados en los últimos años en Rusia y fuera de ella. Cabe recordar que en 2004, Víktor Yúschenko, el entonces candidato a las presidenciales de Ucrania tras la revolución naranja, fue envenenado por sus propios servicios, que mantenían estrechas relaciones con el SFS (Servicio Federal de Seguridad) ruso, sucesor del KGB.

Naturalmente, el Kremlin ha negado toda vinculación y el SFS no se ha dado por enterado. En este caso, y pese a que Litvinenko sigue vivo, aunque en estado grave, es difícil creer que alguien termine aclarando lo ocurrido, por más que Scotland Yard ponga todo de su parte. Hay demasiados crímenes rusos en los últimos años sin explicación. La cadena que vincula lo ocurrido a Litvinenko con el asesinato de Politkóvskaya sugiere que podría haber una trama para silenciar a todo el que trate de desvelar secretos sobre la forma de actuar de los servicios rusos en relación con Chechenia y otras acciones del Kremlin. Litvinenko había afirmado en un libro que estos servicios, y no los chechenos, fueron los responsables de un atentado en un bloque de pisos en Moscú en 1999 y de que le habían ordenado asesinar al oligarca Borís Berezovski.

No es que Putin haya dado alas al KGB, sino que con el líder ruso, que fue jefe de estos servicios secretos, se han institucionalizado en el Kremlin los malos usos de esta organización, históricamente diestra a la hora de envenenar y asesinar a quien le interesaba. La obligación del Estado era proteger incluso a un agente traidor como es Litvinenko, cuya casa londinense ya fue objeto de una bomba incendiaria en 2004.

Putin y el putinismo quieren controlarlo todo. La noticia de este envenenamiento se conoció en Rusia hace unos días, pero, significativamente, las grandes cadenas de televisión todavía no la han recogido. Putin no se puede presentar a las elecciones presidenciales de 2008 pero pretende controlar el proceso para dejar el cargo, aunque no el poder. Por mucho que pesen el gas y el petróleo, el déficit de confianza externo en la Rusia de Putin aumenta. El precio de la estabilidad da pavor.

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