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Tribuna:LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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Termidor en La Habana

Como ocurrió en Francia tras la caída de Robespierre, Cuba entra ahora en un momento político en el que una nomenclatura se centra en perpetuarse en el poder y garantizar su enriquecimiento personal

Cuba es siempre una tierra prometedora para los politólogos. Éstos debatieron durante años sobre la esencia del poder derrumbado por Fidel Castro el 1 de enero de 1959, hasta recuperar un viejo concepto del sociólogo Max Weber para decir que era un "régimen sultánico". Tal como Rafael Leónidas Trujillo en la República Dominicana, Ferdinand Marcos en Filipinas o los Pahlevi, padre e hijo, en Irán, el dictador Fulgencio Batista utilizaba en Cuba la Administración y la fuerza militar como meros instrumentos de amenaza o de recompensa dentro de un sistema de gestión patrimonial del país. Poder personal, corrupción y ausencia de una ideología oficial eran normas de la vida política cubana hasta la revolución de los barbudos.

En el 50º aniversario del castrismo, el hermano del caudillo enfermo intenta inventar un futuro
Obama, por su condición de negro y su posible cambio de política, es un peligro para el régimen

Resulta más difícil definir el régimen cubano en la época de Fidel Castro. Su voluntad personal de mandar en la vida civil y militar hace pensar en el clásico caudillismo latinoamericano del siglo XIX y de principios del XX. Pero el totalitarismo de un Estado que rige cada detalle de la vida económica y social recuerda a un satélite del bloque socialista como la República Democrática de Alemania. La figura del "caudillo totalitario", sugerida por investigadores como Edward González y Kevin McCarthy, es una descripción útil aunque se queda corta. Elude el uso obsesivo del arte de la retórica por el líder, su desprecio por el trabajo colegiado y su voluntad de dar un papel en la política mundial a una isla de palmas y de azúcar. Los tres rasgos invitan a usar como alternativa la palabra "castrismo" para nombrar un sistema de poder con fuerte contenido ideológico, hecho a la medida de un hombre.

Hoy, después de la jubilación de Fidel Castro, Cuba tiene otro régimen resumido en la escenografía de la sesión de la Asamblea Nacional del Poder Popular durante los últimos días de diciembre: Raúl Castro, presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, explicó los planes del país para 2009 al lado del sillón vacío de su hermano, fantasma tan presente que tiene asiento. Este dudoso equilibrio entre el respeto a un pasado construido sobre una ruptura histórica y la obligación de inventar un futuro tiene un nombre: Termidor. Es la situación política de Raúl Castro hoy, en el momento de celebrar el 50º aniversario de la revolución cubana; fue la situación de los revolucionarios iraníes después de la muerte del ayatolá Jomeini y la situación de los neocomunistas de Hun Sen después de inventar una democracia en la Camboya post-Jemeres Rojos.

Termidor, escribe el historiador francés François Furet en Pensar la Revolución Francesa, es el momento preciso en que un régimen revolucionario "se aleja de las orillas de la utopía para descubrir el peso de los intereses". El término proviene de la era abierta en la Revolución Francesa por la ejecución de su líder, Maximilien Robespierre, el 10 de termidor del año II (28 de julio de 1794 en el calendario gregoriano). Fue el final del terror, la fase dura de la Revolución, y no hubo retorno a la monarquía anterior, sino la emergencia dentro de la élite revolucionaria de una clase política profesional, determinada a perpetuar su presencia en el poder y garantizar su enriquecimiento.

El proceso obedece a una sutil delicadeza política: se "habla todavía al pueblo el lenguaje de la Revolución", nota Furet, aunque se trata de hacer "otra Revolución, tapada detrás de la anterior, distinta: la Revolución de los intereses". Los beneficiarios configuran un grupo con múltiples enlaces internos. Existe en estos casos, según los trabajos del investigador en política comparada Jean-François Bayart, "un proceso clásico de superposición entre posición institucional, posición familiar, y posición en los negocios".

Es lo que vincula, en la Cuba de hoy, a la parte de la población que vive en el oeste de La Habana y tiene altas responsabilidades en la política, el ejército o las empresas que facturan en moneda convertible en divisas. En este mundo privilegiado, esposos, hijos, amantes, compadres y socios corresponden a la descripción clásica de los aprovechones de Termidor según Furet: "Una mezcla de nomenclatura de la revolución y de dinero-rey, un mundo a la vez muy cerrado, pues lo dominan recuerdos compartidos, y muy abierto, pues nada parece tan viejo como para ser definido".

Redefinir elementos de la vida diaria sin trastornos mayores para el poder es posible y hasta útil: permite en el caso de Cuba tapar, en una supuesta "transición", el endurecimiento de la clase que monopoliza los mejores puestos de la era post-castrista. La actividad en los negocios, al lado de Raúl Castro, de su hijo Alejandro y de su yerno Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, no se comenta, al contrario que los anuncios de cambio del nuevo líder. En su investidura, el 24 de febrero del 2008, Raúl Castro ofreció computadoras, teléfonos móviles y electrodomésticos para el hogar, tierras ociosas para los campesinos y acceso a los hoteles de turismo de la isla para todos los cubanos. En otros términos, acabar con las absurdas prohibiciones de una vida socialista llena de trabas.

En unos meses, el mero anuncio de esta transición ha dado formidables resultados. El 19 de junio, la Unión Europea levantó las suaves sanciones (limitar los contactos diplomáticos e invitar a los disidentes a las recepciones en sus embajadas) tomadas en 2003 después del encarcelamiento de 75 opositores y periodistas. El dinámico dúo del Ejecutivo ruso, Medvédev y Putin (valga la redundancia), viajó varias veces a La Habana antes de mandar una fragata de la Marina de Guerra. Y Cuba se convirtió, en diciembre, en el miembro 23 del foro latinoamericano del Grupo de Río después de la participación de Raúl Castro en la última reunión del Mercosur.

Cuba mueve sus fichas afuera. Dentro de la isla se verifica otra vez el retrato de Termidor hecho por Furet: hay "una continuidad en los hechos aunque parece ser una ruptura en las conciencias". Generación Y, el blog disponible en 14 idiomas de Yoani Sánchez (la máxima autoridad moral en la isla), hizo reír a todo el ciberespacio al explicar cómo el calendario burocrático de oferta del electrodoméstico prohíbe la venta de tostador de pan antes de 2010. Para obtener tierras ociosas, los campesinos deben conseguir el apoyo de una cooperativa y someter su trabajo al representante local del Ministerio de Agricultura. Un total de 53 de los 75 encarcelados de 2003 están todavía en sus celdas. De transición, ni soñar: Cuba sigue siendo inmóvil.

Es el clásico conservadurismo de los que proclaman la revolución y después detienen el tiempo para siempre, hasta crear una distorsión de la realidad. Se resume en el título genial de la escritora Zoé Valdés para tratar de la historia reciente de su país: La ficción Fidel. Cuenta cómo "todo esto ha sido una pesadilla, o una película mala, o una novela mediocre, o una pésima telenovela, un chiste pesado". Empieza ahora "la ficción Raúl", remake moderno y caribeño de Termidor: la fidelidad proclamada a la herencia revolucionaria por parte de herederos atrincherados en el poder.

En esta situación, enseña el Termidor francés, sólo hay un parámetro fuera de control: la idea de la guerra. Para los herederos de la República de Robespierre, renunciar a la lucha contra las monarquías habría sido traicionar el proyecto revolucionario. De la misma manera, el fin de la hostilidad contra Estados Unidos sería una pérdida de identidad para la revolución cubana.

Barack Obama es una amenaza para el Termidor cubano. Es lógico: su "nueva estrategia" propone cambios con impacto real en Cuba. Permitir a las familias del exilio mandar una ayuda sin límites a sus parientes en la isla es aprobar un bombardeo de recursos imposible de denunciar en Cuba, donde reina la escasez. Aun más en el único país donde un dirigente blanco rige desde hace varias décadas una población de mayoría negra o mulata. El buró político del Partido Comunista cuenta con cinco negros o mulatos entre sus 24 miembros. Quizás, los cubanos se van a enterar que el organismo más poderoso del poder en la isla tiene una composición aún más extraña que un presidente negro en la Casa Blanca.

Jean-François Fogel es periodista.

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