Suárez, Zapatero
Durante su segunda legislatura democrática, la que se inició tras las elecciones de marzo de 1979, Adolfo Suárez se quejaba amargamente de "la cloaca madrileña", expresión que utilizaba con sus colaboradores más íntimos para referirse a esa red viscosa de periodistas, políticos y conspiradores varios de la Villa y Corte que no descansaban nunca en su tarea de acoso y derribo al presidente. Y que consiguieron crear una atmósfera asfixiante en la que Suárez aparecía como el origen de los graves problemas a los que se enfrentaba el país, desde el terrorismo hasta la crisis económica. Acabó dimitiendo, desmoralizado por el rápido y profundo desgaste sufrido, él, que había protagonizado la Transición y bajo cuyo mandato se habían elaborado la Constitución, los Pactos de la Moncloa y la Ley de Amnistía.
La cloaca madrileña del poder conspiró contra los dos presidentes
La composición de la "cloaca madrileña" ha ido cambiando en los últimos 30 años, pero sus aires fétidos siguen impregnando la vida política cada cierto tiempo. La campaña de descrédito contra el actual presidente del Gobierno guarda parecidos notables con la que sufrió Suárez en su día. Zapatero es hoy la causa de todos los males que asuelan a la economía y a la política de España. El tono de los ataques es tan grueso y el contenido tan brutal como lo era entonces. Las acusaciones son sorprendentemente parecidas. Por ejemplo, de los dos políticos se ha dicho en innumerables ocasiones que su gestión consiste en improvisar.
Durante sus primeros mandatos, tanto Suárez como Zapatero dieron claras muestras de audacia política, cada uno a su manera. Se arriesgaron enormemente, a veces de forma temeraria, y contaron con la complicidad de amplias capas de la sociedad, las cuales les renovaron su apoyo electoral cuando llegó el momento de las segundas elecciones.
En su primera legislatura, Zapatero se metió de lleno en asuntos muy vidriosos, desde la memoria histórica hasta el proceso de paz, pasando por las leyes de derechos civiles y el desafío a Bush mediante la retirada de tropas de Irak. Contaba para ello con un amplio aval en la opinión pública. Tras la victoria de 2008 las cosas comenzaron a torcerse. Hacia el otoño de ese año, a causa del retraso en el reconocimiento de la crisis económica, Zapatero perdió la sintonía con buena parte de la sociedad que le había apoyado hasta entonces. A partir de ese instante, cuando dio las primeras muestras de debilidad, muchos de quienes estando próximos a él políticamente se habían mantenido a la expectativa, pasaron al ataque considerando que todas aquellas aventuras de la primera legislatura habían sido un paréntesis anómalo del que había que olvidarse.
En la segunda legislatura, el prestigio de Zapatero, como el de Suárez en su momento, ha ido de mal en peor. Se ha intentado reinventar a sí mismo como un presidente reformista, pero nada de lo realizado hasta el momento (recortes del gasto, reformas de las pensiones, cambios en el mercado de trabajo) ha servido para detener la pérdida de apoyos. Esa caída en la estimación de la gente ha dado pie a que se inicien movimientos para regresar a la "normalidad".
De la misma manera que las iniciativas de Suárez entre 1979 y 1981 se encontraron con la incomprensión generalizada de la clase política, los medios de comunicación y gran parte de la opinión pública, parece que nada de lo que haga o diga Zapatero ahora puede ya detener su declive. Cualquier medida que tome o deje de tomar se enfrenta de inmediato a una descalificación global y sin matices.
Hay una coincidencia adicional que resulta especialmente llamativa. Ni Suárez ni Zapatero han pertenecido nunca a la que Javier Cercas llama "el pequeño Madrid del poder". Suárez llegó al poder desde una posición secundaria dentro del franquismo. De ahí el pasmo y la sorpresa que produjo su nombramiento como presidente del Gobierno por el Rey en julio de 1976. Zapatero alcanzó la Secretaría General del PSOE en 2000 siendo un perfecto desconocido. Los dos llegaron desde los márgenes. No es que fueran outsiders, pues Suárez había tenido numerosos cargos públicos desde los años sesenta y Zapatero salió elegido diputado en 1986. Pero tampoco estaban en el centro de las operaciones en las que se deciden las carreras políticas. Tanto Suárez como Zapatero han sido reñidos severamente y con tono de superioridad por parte de las élites y centros de poder de sus familias políticas, los conservadores en el caso de Suárez, los progresistas en el de Zapatero. El pequeño Madrid del poder, ya sea en su versión derechista o izquierdista, siempre los ha contemplado como unos advenedizos, astutos pero de limitada formación intelectual, que en algún momento fueron demasiado lejos porque se creyeron que realmente tenían el poder.
La campaña infame contra Suárez alimentó peligrosamente la tentación golpista. Por fortuna, hoy no cabe imaginar nada parecido, aunque el sistema democrático cruja como consecuencia de un clima tan viciado. A pesar de la posterior trayectoria política de Suárez, más bien errática, el paso del tiempo ha conseguido poner las cosas en su sitio. Hoy produce vergüenza ajena leer lo que se escribía entonces sobre Suárez. ¿Pasará lo mismo en algún momento con Zapatero?
Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Sociología en la Universidad Complutense y autor de Más democracia, menos liberalismo (Katz).
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