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Ségolène Royal, lecciones de una derrota

Sami Naïr

Ségolène Royal hubiera podido ganar las recientes elecciones presidenciales, pero ha perdido. ¿Por qué? Es demasiado pronto para ofrecer un análisis detallado y verdaderamente significativo de las elecciones, máxime cuando las próximas legislativas corren el riesgo de complicar aún más la situación. En cambio, ya es posible despejar las grandes líneas que se desprenden del análisis de los resultados electorales y cotejarlas con su trasfondo sociológico y político. Pero antes hay que considerar varios elementos vinculados al comportamiento electoral de la población francesa. Todo el mundo ha señalado el impresionante porcentaje de participación, que ha superado el 86% en las dos vueltas. Esto parece una revancha respecto al porcentaje extremadamente elevado de la abstención (¡más de 16 millones!) en las elecciones de 2002.

Aunque, habitualmente, los porcentajes de participación elevados favorecían a la izquierda, esta vez parecen haber beneficiado a la derecha. Y aquí nos encontramos ante un elemento nuevo que han puesto de manifiesto estas elecciones: como todas las sociedades ricas, Francia envejece e, independientemente de su origen social, el voto de los jubilados, cada vez más numerosos, tiende a ser conservador. Se trata de una tendencia sobre la que deberían reflexionar todas las fuerzas de la izquierda europea y que explica en parte el giro hacia la derecha que se está produciendo en todas partes. Por otro lado, esta situación no deja de ser contradictoria, puesto que ese voto conservador corresponde a unas poblaciones que disfrutan masivamente de los beneficios de las pensiones de reparto, heredadas del Estado de bienestar social y, no en vano, condenadas por todos los programas liberales y conservadores. Desde este punto de vista, el futuro viene cargado de comportamientos políticos irracionales e incoherentes...

Ségolène Royal ha obtenido su mejor resultado entre los jóvenes y los activos: el 53% entre los menores de 30 años y el 52% de los activos entre 30 y 50 años. Sin embargo, cae hasta el 40% entre los mayores de 50 años. También ha obtenido un buen resultado entre las mujeres menores de 25 años, mientras que Sarkozy seduce a las de 65 o más.

La principal victoria de Ségolène -sin duda porque comprendió que tenía que dialogar con las clases populares- es que más del 53% de los obreros han votado por ella. En cambio, es minoritaria entre los asalariados del sector privado, los empleados administrativos y las profesiones intermedias. Y también pierde entre los inactivos.

En conjunto, aunque el voto a Ségolène representa un retorno a la línea tradicional de la izquierda ("voto de la juventud y las fuerzas del trabajo" en favor del candidato de izquierdas), no es menos cierto que sectores enteros del viejo movimiento obrero han votado masivamente a la derecha. El ejemplo del norte de Francia, bastión tradicional de la clase obrera y de la izquierda, es inquietante: ¡más del 51,75% a favor de Sarkozy!

Otro elemento interesante, esta vez sobre Nicolas Sarkozy: la mutación sociológica que se perfila tras su voto debería, en mi opinión, desarrollarse en Europa en los próximos años. Sarkozy gana en las regiones que votan tradicionalmente a la derecha, sur de Francia, Lorena y Champaña-Ardenas, pero también en Île-de-France y Ródano-Alpes. En estas regiones ha logrado captar el voto de extrema derecha. Una gran parte del electorado ha creído su discurso sobre el trabajo, el empleo y en contra del euro fuerte para salir del paro y mejorar el poder adquisitivo. Un discurso muy egoísta sobre el tema "¡enriqueceos!" que ha gustado a las clases medias, lo mismo que su retórica sobre la seguridad, que hace del miedo un vector de movilización política y ha calado en casi todas las categorías de la sociedad. Es el resultado de una estrategia madurada a lo largo de varios años y que se apoya en las evoluciones profundas de la sociedad europea.

Una última enseñanza: la izquierda ha perdido buena parte de su electorado tradicional porque no lo ha seguido territorialmente; las clases populares han abandonado el centro de las ciudades y los suburbios cercanos para instalarse en zonas periurbanas o rurales, en las que los alquileres son menos caros y aún se puede comprar una casita. En ellas, la población crece un 3,5% al año, contra el 0,4% de los centros urbanos. Resultado: Ségolène obtiene buenos porcentajes en los centros urbanos habitados por los bobos (diminutivo para definir a las clases medias burguesas y bohemias de las ciudades, es decir, tolerantes, de izquierdas, pero insensibles a los problemas del mundo obrero); también ha triunfado entre los jóvenes de los suburbios y en los barrios populares de las ciudades. Pero en las zonas periurbanas y semirrurales, en las que se han instalado los obreros y los cuadros inferiores, y en las

que el aislamiento es grande, es Sarkozy quien gana.

Hoy la mayoría de los nuevos habitantes de las zonas rurales son obreros. Y la izquierda no se ha desplazado con ellos: en esas zonas no tiene la menor implantación. Este punto es importante, pues revela una tendencia visible por toda Europa. Los partidos de izquierda deberían, también en este punto, comprender la verdadera dimensión de esta transformación, si quieren seguir representando a las clases populares.

Más allá de estas consideraciones, quedan dos problemas de fondo que, en mi opinión, explican el fracaso de la candidatura de Ségolène. El primero es que no ha podido modernizar de una forma coherente los temas tradicionales de la izquierda. Qué duda cabe que ha marcado el camino hablando de la revalorización del trabajo, cuestionando el plan de ajuste estructural impuesto por la Unión Europea bajo la forma de pacto por la estabilidad, criticando la pujanza del euro, la ausencia de industrialización, la decadencia del pequeño comercio, etcétera. Pero no ha podido dar coherencia a esos elementos, sintetizarlos en ideas fuertes.

En resumen: no ha sabido transformar esa crítica de los males de la sociedad francesa en un programa.

Es cierto que tampoco podía hacer en cinco meses lo que la izquierda ha sido incapaz de hacer en 20 años. Para compensar una debilidad de la que era consciente, Ségolène basó su discurso en los valores de transformación de la sociedad, en las costumbres, en la crítica de las relaciones verticales entre los grupos sociales, en la no ocultación de la miseria cotidiana, etcétera. Pero una campaña basada en valores no basta; la gente quiere saber en qué se embarca políticamente: qué programa político, qué plazos, cuánto cuesta, quién va a pagar... Y, de hecho, hemos sido poco precisos en esos puntos.

Segunda razón, más inquietante aún: Ségolène no pudo, por diversas razones, conseguir que el Partido Socialista cerrara filas tras ella al día siguiente de su designación como candidata por los militantes. Ahora bien, en Francia no es posible ganar unas elecciones sin el apoyo de un partido poderoso. No es que el Partido Socialista no se movilizase por ella, que lo hizo. Pero los electores tuvieron la impresión de que había divergencias importantes entre los dirigentes, y eso introdujo una duda sobre las posibilidades de éxito de Ségolène una vez elegida. Más solapadamente aún, es evidente que el hecho de ser mujer no ha jugado en su favor: las primeras críticas contra su pretendida incompetencia, repetidas a coro por la derecha, llegaron desde el Partido Socialista y, concretamente, desde algunos de sus dirigentes. El hecho de que Eric Besson, responsable del programa económico de Ségolène, sea hoy ministro de Sarkozy no sólo concierne a la crónica de las traiciones políticas, sino que dice mucho sobre el funcionamiento de la campaña de Ségolène y los conflictos que la han entorpecido. Es una pena, pues la victoria era posible. Ahora se abre un nuevo periodo. Los ajustes de cuentas se harán tras el 17 de junio, segunda vuelta de las elecciones legislativas. Hay que esperar que se imponga la razón, pues el verdadero objetivo es la reconstrucción de la izquierda. Con seriedad y mentalidad de reconquista.

Sami Naïr, catedrático de Ciencias Políticas y profesor invitado de la Universidad Carlos III, ha sido miembro del comité de campaña de Ségolène Royal. Traducción de José Luis SánchezSilva

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Sobre la firma

Sami Naïr
Es politólogo, especialista en geopolítica y migraciones. Autor de varios libros en castellano: La inmigración explicada a mi hija (2000), El imperio frente a la diversidad (2005), Y vendrán. Las migraciones en tiempos hostiles (2006), Europa mestiza (2012), Refugiados (2016) y Acompañando a Simone de Beauvoir: Mujeres, hombres, igualdad (2019).

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