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Obama ante la falta de liderazgo mundial

Antes de que lo hiciera el pueblo de Estados Unidos de América, la Comunidad de Naciones ya había votado en su gran mayoría por Obama. Expresaba así la esperanza de un cambio radical en Washington, tanto más apremiante cuanto que coincide con una crisis global sin precedentes. En efecto, no se trata sólo de la economía. Nos enfrentamos, sobre todo, a un vacío político y a una clamorosa falta de liderazgo moral. Y, al constatarlo, todos miramos a Barack Obama dando por supuesto, o deseándolo, que será él quien colme este déficit ético y nos devuelva la confianza perdida.

La tarea no es sencilla; muy al contrario. Porque los Estados Unidos de América han perdido la estatura moral que habían alcanzado al término de la II Guerra Mundial en tanto que debeladores de los fascismos y liberadores de los imperialismos coloniales. Para recuperar la credibilidad perdida no basta, desde luego, con que sean ellos mismos quienes reafirmen tan noble condición, como hizo recientemente Brent Scowcroft en su conversación con Zbigniew Brzezinski (America and the world, conversations on the future of American Foreign Policy, David Ignatious, 2008): "sólo nosotros podemos ser la luz que guía". Han de ganárselo a pulso, con hechos y no con palabras, y así tiene que hacerlo el próximo presidente por mucho crédito que le concedamos cuantos apostamos por él sin poder votarlo. El catálogo de asignaturas pendientes es interminable pero, a su inmediato alcance, tiene una piedra de toque de sus verdaderas intenciones: retirarse de Guantánamo. Ya. Cerrar esa cárcel ignominiosa no es suficiente. Es imperativo y urgente que la nueva Administración norteamericana ponga fin a este vergonzoso capítulo del imperialismo que también practicó Estados Unidos, al sur del río Grande sobre todo, siempre claro está en nombre de nobles causas y no por rapacidad, como hicieron las potencias europeas.

La retirada de Guantánamo sería la piedra de toque de las intenciones del nuevo presidente

La Casa Blanca también debería dar, de paso, una explicación a los países aliados de la OTAN cuyas manos ensuciaron con aquellos vuelos semiclandestinos. No deja de ser sorprendente, a este propósito, que el todavía presidente Bush, principal responsable del desaguisado en que nos hallamos sumidos, se permita desairar a su homónimo español, desairándonos también al menos a cuantos le votamos, sin que nadie le recuerde, alto y claro, el uso y el abuso que con tal motivo, y con evidentes complacencias por nuestra parte, se hizo de las disposiciones del Convenio de Cooperación para la Defensa suscrito entre dos países amigos y aliados. ¿Para cuándo la reducción "progresiva" de la presencia militar de Estados Unidos en territorio español, aprobada en referéndum por el pueblo soberano? ¿No convendría recordarlo de tanto en tanto así en Washington como en Evère?

El mundo unipolar que se abrió con la caída de la URSS, dando paso a una sola hiperpotencia, tiene los días contados; como también los tiene ésta y no sólo en el terreno moral, porque la guerra no lo es todo. ¿Acaso los países que integran los hoy tan manidos Grupos-G se contentarán con acudir en bloque a los llamamientos de la Casa Blanca, del FMI o del Banco Mundial y jugar dócilmente el papel que les corresponde en el exclusivo terreno de la economía y de las finanzas? Vamos de cabeza a un nuevo orden multipolar en el que nuevos actores protagonistas ocuparán el espacio que naturalmente les corresponde y que reclaman. Es ahí donde la Unión Europea, salvo que abdique de su Destino, tendrá que desempeñar un papel preponderante. Y, esta vez sí, también como "luz que guía"; como una gran potencia ética en este nuevo concierto internacional. No hay razón alguna, a la vista de lo que ya ha sucedido una vez, que en este terreno Bruselas tenga que ceder el paso a Washington.

Pero para que este nuevo régimen funcione adecuadamente; para que los protagonistas principales de este nuevo sistema multipolar puedan cooperar entre sí, y también competir pacíficamente, es necesario levantarlo sobre un conjunto de reglas de moral universal unánimemente aceptadas. Y estas pautas de conducta no son otras que el respaldo decidido al multilateralismo y a un sistema de Naciones Unidas más fuerte y democrático; el respeto a la legalidad internacional; la observancia irrestricta y universal de los derechos humanos; el cumplimiento, sin discriminaciones, de las resoluciones de un Consejo de Seguridad reformado; la democracia para todos. Todo ello en las antípodas del pensamiento neocon, tan en boga hasta que aparecieron los primeros nubarrones en el horizonte.

Todos estos principios de gobernanza de un nuevo entramado internacional, también es necesario recordarlo ahora, son precisamente los mismos que inspiraban el discurso de investidura del presidente del Gobierno de España, el 15 de abril de 2004, y su intervención ante la Asamblea General de las Naciones Unidas cinco meses más tarde, cuando propuso al secretario general Kofi Annan el lanzamiento de una Alianza de Civilizaciones. No los ha inventado Obama. Son los mismos, claro está, que recoge el Informe del Grupo de Alto Nivel presentado en Estambul va a hacer ahora dos años. Se explica así que esta iniciativa no fuera del agrado de la Administración Bush.

Máximo Cajal es diplomático

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