Nixon, el racista universal
Entre los políticos del siglo XX que, por la llamada razón de Estado, más apoyaron la causa del sionismo, ha habido curiosamente grandes antisemitas. Ese fue el caso de A. J. Balfour, secretario del Foreign Office británico que en 1917 hizo la declaración que lleva su nombre, con la que ponía los cimientos del futuro Estado de Israel.
Del presidente norteamericano Richard Milhous Nixon (1968-1974) ya sabíamos por las revelaciones del escándalo Watergate que tenía opiniones poco edificantes sobre los judíos, pero la publicación de 265 horas de grabaciones de conversaciones privadas, pocos meses antes de que tuviera que dimitir por felón, convierte la anécdota en enciclopedia, al tiempo que extiende su racismo primario al universo mundo. "Los italianos no tienen la cabeza en su sitio"; "cuando beben, los irlandeses son inaguantables"; y los negros de EE UU "tardarán 500 años en ser útiles al país". Y a eso le llamaba "ciertas características de cada pueblo", que él, avispado, interpretaba como nadie.
Pero son los judíos, a los que sostuvo con denuedo como ciudadanos de Israel contra el mundo árabe, los que salen peor parados. En especial, los judíos norteamericanos, que son "agresivos, exigentes e insoportables"; les acusa de ser numerosos entre los desertores que no quisieron ir a la guerra de Vietnam; y cuando la primera ministra israelí Golda Meir le pide que presione a Moscú para que deje emigrar a los judíos soviéticos, le dice, pero siempre en privado, a su secretario de Estado Henry Kissinger -también judío y al que ponía con frecuencia como chupa de dómine- que aunque los rusos llevaran a sus judíos a las cámaras de gas "eso no concernía a la política exterior de Estados Unidos". Lo de las cámaras era, sin embargo, una metáfora presidencial, puesto que en la Unión Soviética nunca existió tal cosa.
La revelación de las cintas -aún quedan 400 horas por dar a conocer- es un modesto Wikileaks que a su manera contribuye, cuando Nixon ya es apenas un malsano recuerdo, a traspasar el velo de secreto con el que los grandes del planeta muestran en la intimidad una cara muy diferente de la benéfica beatitud con la que gustan comparecer ante la opinión.
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