Kosovo y la 'rebalcanización' de Europa
Kosovo: lo que pudo haber sido un fino ejercicio de diplomacia en el camino de la integración europea, se transformó con rapidez en un burdo tira y afloja entre poderes hegemónicos. Todo un panorama que recuerda demasiado al gran juego de las potencias a comienzos del siglo XX, incluyendo la creación de un Estado artificial con el fin de servir a los intereses norteamericanos: Panamá, 1903, en territorio del hasta entonces Estado colombiano. Objetivo: controlar el Canal. Ése fue el perfecto precedente de ese "caso único e irrepetible" que, dicen, es la autodeterminación inducida de Kosovo.
Tampoco es de extrañar que el éxito de la campaña para el reconocimiento internacional de Kosovo esté resultando cuestionable. La falta de entusiasmo es manifiesta, incluso entre socios europeos que han dado el brazo a torcer. En cuanto a la "comunidad internacional", esta vez no ha pasado por el aro de los hechos consumados: la gran mayoría no ha reconocido a Kosovo todavía y muchos han dicho que no lo harán. Tal ha sido el caso de los países latinoamericanos, asiáticos y africanos, cada vez más cercanos entre sí y entre los cuales hay muchos perfectamente democráticos que entienden que la independencia de Kosovo crea más problemas de los que soluciona. En efecto: si los norteamericanos han forzado el rediseño de fronteras en Europa, ¿qué no se podría hacer con las tan elásticas y recientes de los Estados africanos? También han arrugado el gesto las nuevas potencias emergentes (India, China), con un claro "no" a Kosovo por parte del Brasil de Lula da Silva.
Se ha sentado el precedente de un Estado minúsculo y de base étnica
La respuesta balcánica ha sido todavía más alarmante. Si la independencia de Kosovo debería estabilizar la región, ha resultado todo lo contrario. Como consecuencia, unos se siguen oponiendo al reconocimiento -o prefieren esconderlo bajo la alfombra- y otros han accedido por intereses inmediatos, combinados con presiones, lo que ha dado como resultado un mapa geoestratégico sospechosamente parecido al de 1913, al término de las Guerras Balcánicas.
Ahí está una Bulgaria, que ha reconocido a Kosovo porque supedita cualquier perspectiva global a un poco más de influencia sobre Macedonia; lo que ahora se asocia, además, al tendido del oleoducto AMBO, que atravesará esos dos países y Albania, también admitida como futuro miembro de la OTAN. Y una Grecia y una Serbia (respaldados por una Rumania preocupada) que contemplan -como hace un siglo- la creación del eje Albania-Macedonia-Bulgaria como una barrera de separación intolerable. Porque el veto impuesto por Atenas para el acceso de Macedonia a la OTAN, sólo tiene que ver tangencialmente con la cuestión del nombre de esa república: obedece en realidad a un deseo de obstaculizar el corredor Albania-Macedonia-Bulgaria, reforzado ahora por un Kosovo soberano que integra a una importante base militar norteamericana.
Todo este tinglado de la autoproclamada República de Kosovo, está "rebalcanizando" los Balcanes y malogrando el discurso de que el proceso de integración europea ayudaría a superar los viejos contenciosos
Y visto desde otro ángulo: durante la reciente cumbre de Bucarest, un país balcánico de la OTAN puso la zancadilla a su vecino, que pertenece a la misma organización, por motivos de confrontación regional. Queda demostrado, una vez más, que esta OTAN no es la garantía que muchos miembros del Este esperaban. Garantía contra las aspiraciones de sus conflictivos vecinos, se entiende. Ni tampoco contra los objetivos coyunturales de los que controlan la organización.
Mientras tanto, la organización atlántica, cuyo valor supremo se supone que es la eficacia militar, está patinando seriamente en Afganistán, puesto que carece de un plan político. Así empezaron las cosas a ir mal en Kosovo, desde un comienzo. Porque las potencias que intervinieron unilateralmente allí, eran las mismas que en 1995, en el marco de la pacificación de Bosnia, habían reconocido las fronteras de Croacia, Bosnia y Serbia, ésta incluyendo Kosovo dentro. A partir de 1999 empezaron a desdecirse, y ésa es la verdadera tragedia de lo ocurrido: la falta de coherencia ante la propia legalidad impuesta pocos años antes que ahora, con Kosovo, una vez más se intenta presentar como "inamovible". El resultado final es la falta de autoridad moral. De ahí las prisas por pasar página en Kosovo, para que las contradicciones no se acumulen con las que enfrentan abiertamente a los aliados en Afganistán.
De rebote, la cuestión de Kosovo parece demostrar que también la UE es patrimonio de un puñado de potencias hegemónicas, que con la ampliación hacia el Este rebajó los estándares de admisión reales, contribuyendo a crear una enorme confusión en torno al tipo de instituciones de base que la van a componer en el futuro: ¿Estados-nación de base étnica? Si ello es así, hay que irse preparando para darle la santa razón a las supuestas mayorías étnicas y comenzar a pensar en una Europa de las grandes patrias, entre ellas: la Gran Albania, la Gran Serbia, la Gran Bulgaria, y suma y sigue. Esto es: adiós a la idealizada Europa de los federalismos.
Francisco Veiga es profesor de Historia Contemporánea de Europa Oriental y Turquía en la Universidad Autónoma de Barcelona
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