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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Izquierda en crisis

Los partidos socialdemócratas europeos pierden aceleradamente su relevancia política de antaño

El desplome electoral del Partido Socialdemócrata alemán, uno de los más consolidados referentes de la izquierda democrática, confirma la creciente hegemonía de las fuerzas conservadoras en Europa, a la que se sumará, si se cumplen los pronósticos, el triunfo de los tories británicos. La situación de la izquierda en Francia e Italia tampoco alimenta grandes expectativas, y otro tanto cabría decir de España, donde los sondeos han comenzado a dibujar un vuelco conservador en las preferencias de los votantes, insensibles de momento a la debilidad de la alternativa. La victoria parcial de José Sócrates en Portugal y los datos de ayer favorables para los socialistas griegos demuestran que siguen existiendo factores nacionales que inciden en los resultados de la izquierda, pero nada pueden contra lo que se perfila como corriente general.

La izquierda se muestra perpleja de que los ciudadanos no pasen factura a los partidos que inspiraron las políticas económicas causantes de la crisis. Se olvidan, así, de que mientras gobernó no trató de corregirlas ni de cuestionarlas. Más bien les ofreció un aval en la línea de la Tercera Vía de Tony Blair y se limitó a marcar sus diferencias con los conservadores en terrenos como los valores y las costumbres. Como consecuencia, la izquierda no sólo no se ha legitimado como alternativa cuando tenía que hacerlo, sino que, en muchos casos, la crisis le sorprendió en el Gobierno, gestionando la economía desde los presupuestos que han fracasado y que los electores castigan en su cabeza. Cuando ahora los conservadores adoptan para salir de la crisis las políticas que tradicionalmente se asociaban a la socialdemocracia, no hacen más que ocupar un territorio que ésta dejó vacío durante los años de bonanza.

La reacción de la izquierda ante esta situación no puede resultar más equivocada. Por una parte, se ha dedicado a buscar los problemas en su interior, desencadenando luchas de liderazgo que, hasta el momento, se han saldado con una victoria de los aparatos y, por consiguiente, de los dirigentes que mejor los controlan, no de los más capaces y experimentados. Por otra, ha reforzado el discurso de los valores y las costumbres, que la crisis ha convertido en una lengua de madera de acentos beatíficos y compleja traducción práctica. Mientras los partidos a la izquierda no dispongan de un análisis de lo que está pasando, y no tanto de lo que les ocurre a ellos, es difícil que puedan revertir una tendencia electoral que los está alejando del poder en los países más importantes de Europa.

Esta pérdida de peso no es una buena noticia para nadie, ni siquiera para los partidos conservadores. Entre otras razones porque el vacío que la izquierda deja está siendo ocupado en muchos casos por discursos y fuerzas populistas, contra las que los partidos democráticos, sea cual sea su ubicación ideológica, siempre han tenido serias dificultades para competir en el terreno electoral.

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