Irene contra Katrina
La enérgica gestión de Obama ante el huracán desautoriza a los defensores del Estado mínimo
Los daños causados por el huracán Irene, que durante varios días ha barrido la Costa Este de Estados Unidos en dirección a Canadá, han resultado menores de lo que vaticinaban las autoridades. Aun así, más de 30 personas han perdido la vida y son cuantiosos los destrozos en viviendas e infraestructuras. El paso de Irene se ha producido coincidiendo con el quinto aniversario de otro huracán, el Katrina, que produjo casi dos millares de víctimas y arrasó Luisiana, colapsando los servicios de emergencias.
La movilización de la Administración norteamericana frente a este nuevo huracán es resultado de las lecciones extraídas tras la devastación provocada por el Katrina, tanto en lo que se refiere a las tareas de prevención como a la gestión política de la catástrofe. A diferencia de Bush, el presidente Obama ha querido dejar constancia desde el primer momento de que asumía la responsabilidad en los preparativos para contrarrestar los efectos del huracán y también en la coordinación de las labores de reconstrucción. Otro tanto han hecho los gobernadores de los Estados por los que ha pasado Irene, además del alcalde de Nueva York. Pese a la virulencia del huracán, los daños se han minimizado y los norteamericanos no han experimentado la sensación de desamparo que dejó el Katrina.
Obama era consciente de que cualquier error en la gestión de la catástrofe tendría graves consecuencias sobre sus posibilidades de reelección, mermadas por la difícil salida de la crisis económica. Y, hasta el momento, ha logrado superar con éxito la prueba en la que, por contraste con el Katrina, se había convertido Irene. Entre el riesgo de sobreactuar y el de verse abocado a la improvisación, el presidente ha escogido el primero. El recuerdo todavía vivo de la destrucción en Luisiana ha privado de receptividad a las críticas, incluidas las de sus más acerbos adversarios.
En el trasfondo de la elección de Obama no se encuentra solo un modelo de gestión de las catástrofes, sino también el papel que debe desempeñar el Estado en la prevención y en la reconstrucción de los daños. Los doctrinarios del Estado mínimo han recibido una implícita desautorización. Si Obama hubiera fracasado como le sucedió a Bush, la desautorización habría sido ensordecedora. Aunque el balance del paso de Irene ha resultado dramático, los norteamericanos tienen hoy más razones para confiar en la capacidad de sus instituciones y organismos públicos.
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