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Giro sangriento en Bielorrusia

Timothy Garton Ash

Feliz Navidad? No para Bielorrusia. El Abuelo Escarcha, la versión de Papá Noel imperante en el mundo que rodea a Rusia, ha llegado temprano a Minsk este año, y los regalos que ha traído han sido el fraude electoral, las palizas policiales, las detenciones en masa, las mentiras de estilo soviético y una tarjeta navideña especialmente dedicada a la UE que dice "A la mierda Europa".

Natalia Koliada, del Teatro Libre Bielorruso, fue una de las detenidas el domingo pasado, cuando un grupo de gente en el que se encontraba se manifestó contra el presidente Alexandr Lukashenko y su escandaloso robo de otra elección presidencial. Según relató a la organización Index on Censorship, la mantuvieron retenida durante 14 horas sin darle agua ni comida ni dejarle dormir. Los detenidos, de los dos sexos, estuvieron en pasillos helados de la prisión, recibiendo insultos y malos tratos de los guardias ("Sois animales... Nuestro sueño es mataros"), y fueron obligados a defecar delante de los demás.

El Abuelo Escarcha ha llegado temprano a Minsk y ha traído fraude electoral y excesos policiales
Lukashenko quería que volviera a haber miedo en la calle
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Uno de los candidatos de oposición a la presidencia, Vladímir Neklyaev, recibió una terrible paliza ya antes de que comenzara la manifestación. Después lo sacaron de su cama de hospital y lo encerraron en la cárcel. El KGB (en Bielorrusia sigue llamándose así) detuvo a más de 600 personas, incluidas destacadas figuras de los medios de comunicación independientes y las artes. En algunos casos, sus familias no saben dónde están encerrados. Algunos se enfrentan a procesos por "instigar disturbios de masas", un delito que acarrea una pena máxima de 15 años de cárcel. Un joven colaborador de Neklyaev apareció en la televisión estatal, con aspecto agotado y temeroso, para proclamarse arrepentido en parte de su comportamiento. El presidente Lukashenko declaró en una conferencia de prensa que se había terminado la "democracia sin sentido".

Esto se llama de una forma: terror. No un terror total, estalinista, como en los años treinta, es cierto, pero sí, desde luego, una atmósfera cualitativamente distinta -no hace falta ni decirlo- a la de la violencia policial en las democracias de Europa occidental. A no ser, claro está, que creamos que las porras de la policía británica en la plaza del Parlamento pretendían defender un régimen autoritario y criminal.

Al mismo tiempo, es un enigma, aunque no insoluble. A corto plazo, Lukashenko no tenía por qué emprender una represión tan brutal para permanecer en el poder, que este Mugabe de Europa oriental ocupa desde 1994. Después de haber dejado espacio en la televisión estatal a los candidatos de la oposición y haber fingido que cumplía las exigencias de la Unión

Europea sobre unas elecciones libres y limpias, podría haber amañado los votos justo lo necesario para volver a salir. Podría haber dejado que la oposición, débil y dividida, siguiera manifestándose durante unos cuantos días en el frío helador de Minsk, y luego haberse llevado discretamente a los que quedasen en la Plaza de la Independencia mientras los dirigentes occidentales celebraban su Navidad.

¿Por qué tuvo que ser tan brutal? ¿Por qué tuvo que restregárnoslo por las narices?

Una respuesta que suele darse en estas circunstancias es la de las divisiones en el aparato de gobierno. Los partidarios de la línea dura se salieron con la suya. Puede que esa explicación tenga algo de cierto, pero hay otra más sencilla que me dio Andrey Dynko, director del principal semanario bielorruso, Nasha Niva. Lukashenko, en una vuelta a lo que Dynko llama "la tradición autocrática rusa", quería que volviera a haber un nivel saludable (para el autócrata) de miedo en la calle. El temor de la población había descendido de forma alarmante en el país durante los últimos años de relativa liberalización y apertura a Occidente. Hacía falta dar una buena lección a su pueblo. El miedo nacional debe estar por encima de la deuda nacional.

Lo que está claro es que la represión estaba planeada, independientemente del volumen y la trayectoria de la manifestación prevista por la oposición. A Neklyaev lo golpearon antes de que empezara la marcha. Los testigos dicen que unos hombres con todo el aspecto de provocadores rompieron las ventanas de varios edificios oficiales, lo cual ofreció el pretexto para que las fuerzas especiales que estaban preparadas actuasen. Siempre hay que tener cuidado con las teorías de la conspiración, pero a veces hay conspiraciones.

Ahora bien, si el Mugabe europeo se atrevió a actuar así fue porque, 10 días antes de las elecciones, obtuvo un acuerdo inesperado con Rusia por el que vuelve a tener petróleo subvencionado, cuyas ventas le permiten luego lucrarse, y él, por su parte, acepta las condiciones de un "espacio económico único" con Rusia y Kazajstán. Hasta ese acuerdo, la situación se inclinaba más bien en la dirección opuesta. Daba la impresión de que Rusia estaba harta de Lukashenko. Un canal de televisión ruso propiedad de Gazprom había llegado a emitir una serie en cuatro capítulos que le criticaba y le calificaba de padrino corrupto. Mientras tanto, los ministros de Exteriores de Polonia y Alemania habían volado a Minsk con una atrevida oferta: si Lukashenko celebraba unas elecciones razonablemente limpias, su país entraría en la vía de regreso a la civilización europea, y la UE le apoyaría con un paquete de ayudas y préstamos por más de 3.000 millones de euros. Una oferta arriesgada, pero que merecía la pena hacer dadas las circunstancias que había en aquel momento.

Sin embargo, ahora que parece que Rusia vuelve a estar de su parte, y después de haber hecho una fría evaluación neoleninista de los fundamentos de su propio poder, Lukashenko ha decidido emplear el palo con su pueblo y decirle a la UE dónde se puede meter su zanahoria.

Bielorrusia es un país remoto del que la mayoría de los europeos occidentales sabe muy poco. Y ese es aún mayor motivo para abrir los ojos ante lo que está sucediendo allí.

Este es un mal final a un año que ha sido malo para Europa. Desde luego, la crisis de la eurozona, todavía sin resolver, es un peligro más grave para toda la visión liberal de la historia europea reciente, como una historia de progreso hacia más libertad, prosperidad e integración. Pero el hecho de que la UE ya no pueda ejercer ningún poder de atracción sobre un país pequeño y pobre que está ahí al lado es también un golpe terrible. Hace unas semanas lamenté que India no utilizara su influencia para mejorar la situación en Birmania. Bielorrusia es nuestra Birmania europea.

Es urgente que hagamos todo lo posible para que esos presos políticos salgan en libertad y puedan pasar estas fiestas con sus familias y una versión más amable del Abuelo Escarcha. Y en cuanto comience el nuevo año, la Unión Europea debe mirar detenidamente y con frialdad qué rostro le devuelve el espejo bielorruso. No creo que sea una imagen muy favorable.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford e investigador titular en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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