Feroz calvinismo
La decisión de prohibir la construcción de alminares o minaretes adosados a las mezquitas que se edifiquen en Suiza a partir de ahora es tan disparata como prohibir las columnas jónicas o las chimeneas altas. El alminar es un elemento arquitectónico, como lo es el campanario, el cimborrio o los dinteles en una iglesia cristiana. Y decidir en un referéndum los elementos arquitectónicos y artísticos que pueden tener un templo o lugar religioso es una estupidez, aunque lo decida el 58% de los suizos.
La cuestión es que se trata de una estupidez que oculta un fenómeno ideológico mucho más serio y que no puede, ni debe, dejarse pasar como si fuera algo anecdótico y no un síntoma de un retroceso de las libertades, que nos afecta a todos los europeos de manera sustancial, y por el que deberíamos estar seriamente preocupados.
El referéndum sobre la prohibición de construir minaretes en Suiza es un síntoma del retroceso de las libertades
Los impulsores del referéndum aseguran que la prohibición de los alminares no atenta contra la libertad de culto, protegida por la Constitución helvética y por la Declaración Universal de Derechos Humanos, porque los musulmanes pueden seguir rezando y practicando su religión sin necesidad de las torres. No quieren ver minaretes porque, a su juicio, son el símbolo de un islam político y agresivo y al prohibirlos se les envía un mensaje claro y tajante: los suizos tienen miedo a la islamización de su país y harán lo posible para evitarla. Eso es lo que afirmó el 57% de los votantes el pasado domingo.
Veamos los datos. Suiza tiene 7,5 millones de habitantes, de los que el 20,7% son extranjeros, sobre todo italianos, serbios, portugueses, alemanes y españoles. Los inmigrantes musulmanes pasaron entre 1980 y 2008 de 50.000 a 350.000, con la llegada de trabajadores turcos y, en menos medida, bosnios. Es decir, que en la actualidad los musulmanes representan un 4,3% de la población total suiza. Además, una parte de ese 4,3% declara que no practica (o no practicaba) su religión. Si algo revelan los datos de la Oficina Federal de Estadística no es la pujanza del islam en Suiza sino del agnosticismo: los cristianos siguen siendo el 77% de la población total, pero los aconfesionales han pasado al 11,1%, muchos más que los musulmanes. La pujanza del islam no se ve por ningún lado.
Si los minaretes son el símbolo del poder del islam, lo que ha hecho el referéndum del domingo es definir como único poder posible el poder cristiano, simbolizado en los campanarios, lo que afecta a la libertad de los que no lo son y de los que se declaran agnósticos. Y eso es un tema serio, que ha dado origen a mucho sufrimiento en Europa y que debería estar ya completamente resuelto.
Lo único que de verdad refleja el referéndum es una medida populista, impulsada por un partido reaccionario, que tiene mayoría relativa en el Parlamento y que toma a los musulmanes como chivos expiatorios de los problemas del país. El domingo fue un día triste para los ciudadanos suizos, porque ellos son las primeras víctimas de este tipo de fenómenos. Quienes creen que el miedo de estos ciudadanos trasciende a las ideologías deberían volver a leer los diarios de Víctor Klemperer, en la Alemania de los años veinte y treinta, en los que dejó reflejado cómo se esclavizaba a todo el país con la excusa de la pujanza de los judíos. O, puesto que hablamos de Suiza, acudir a la hermosa biografía de Sebastian Castalio que escribió Stefan Zweig, otro gran observador de la Europa de entreguerras. Zweig honró la memoria de un hombre que decidió enfrentarse a Calvino, el intolerante teólogo afincado en Ginebra, que "gracias a una magnífica técnica organizadora, logró convertir toda una ciudad, todo un Estado, con miles de ciudadanos hasta entonces libres, en un rígido mecanismo de obediencia, secuestrar toda libertad de pensamiento, en favor de su exclusiva doctrina".
Ojalá la Corte Europea de los Derechos Humanos anule pronto uno de los símbolos de ese feroz calvinismo renacido.
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