Fanatismo consentido
La Audiencia Provincial de Barcelona ha confirmado la pena de tres años de prisión para tres ultras del Espanyol por disturbios cometidos en el estadio de Montjuïc en el partido de su equipo contra el Barça en 2004. Las acciones violentas en los estadios son cada vez más frecuentes, pero son pocas las ocasiones en las que se produce una sanción penal. Consiguieron evitarla unos energúmenos que protagonizaron gestas como lanzar un cuchillo al césped o agredir a un agente de seguridad. Y habrá que ver qué sucederá cuando sea juzgado el furioso lanzador de botellas que hirió en el ojo al portero del Bilbao en el partido que éste jugaba en el campo del Betis. Los clubes son víctimas de esa violencia, pero en más de una ocasión y de dos son los dirigentes de los propios clubes quienes la propician con declaraciones que incitan al odio. Así lo denunció en su momento el hoy entrenador del Arsenal Juande Ramos, víctima de un botellazo cuando lo era del Sevilla, en 2007, en un partido contra el otro equipo de la ciudad.
Lo frustrante al abordar el tema de la violencia en el deporte es que las críticas y exigencias de más control a los clubes se olvidan a la semana siguiente. Por eso es un paso adelante que esta clase de salvajadas no se queden en el ámbito de los reglamentos internos del deporte y lleguen a la justicia penal. El camino que conduce a las agresiones físicas está construido por acumulación de agresividad verbal, tácitamente tolerada como si fuera un banal ingrediente del espectáculo. "Habría que matar a dos o tres de éstos [los jugadores del equipo rival], y ya verás lo suaves que vuelven el año que viene". La frase, literal, se escuchó en un campo de fútbol de Primera División en diciembre pasado. "Éste todo lo arregla con matar", fue todo el comentario que se le ocurrió a una espectadora vecina; a lo que el otro replicó: "¿Qué pasa, que voy a tener que ir a Madrid para decir lo que pienso?".
Diálogo que compendia lo peor del fanatismo consentido en el deporte. Es indudablemente una forma incivilizada de librarse de las frustraciones personales; pero es también el paso previo a la acción y a la violencia arrojadiza.
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