Una Europa dependiente
El gas que mana en abundancia de Rusia y de las pequeñas repúblicas limítrofes se ha convertido en factor estratégico principal de la política europea y occidental por extensión. En términos más crudos, es una palanca que explica tanto el creciente poder de disuasión de Vladímir Putin como el enquistamiento de dictadores como Saparmurat Niyázov en Turkmenistán, cuya súbita muerte abre un interrogante de dimensiones inquietantes. Véanse si no los últimos movimientos del gigante Gazprom, el grupo gasista ruso, que acaba de adquirir el control mayoritario del gran yacimiento Sajalín-2, el proyecto dirigido por la compañía angloholandesa Royal Dutch Shell, del que ésta poseía el 55%, en lo que bien puede entenderse como un desalojo forzoso tras meses de amenazas. Sajalín-2 cuenta con reservas de 150 millones de toneladas de petróleo y 500.000 millones de metros cúbicos de gas, y contempla la construcción de una planta de licuefacción de gas que debe dar su primera producción en 2008 y que será exportado a Japón.
El caso de Turkmenistán es ilustrativo sobre la naturaleza de la pugna en curso. El mayor interés de los consumidores occidentales es ahora saber quién y en qué condiciones sucederá al extravagante déspota Niyázov y si se garantizará la continuidad tranquila del suministro de gas por parte de un país que ingresa por ello casi dos mil millones de euros anuales. La inestabilidad política que se avizora en la antigua república soviética centroasiática, sometida a una tiranía implacable de características medievales, preocupa tanto que Rusia, China y Estados Unidos, los tres poderes reales en la zona, se disponen a cortejar sin ningún pudor a los nuevos dirigentes del país que alberga las quintas reservas mundiales conocidas de gas. Cualquier interrupción de las exportaciones de Turkmenistán, vía Rusia, hacia Europa, podría amenazar la seguridad energética de un continente que no ha olvidado las incertidumbres del invierno con el suministro ruso.
No es exagerado afirmar que las posiciones políticas europeas van a estar demasiado condicionadas en el corto plazo por la dependencia del gas de la zona rusa y ex soviética, con las implicaciones de todo tipo que ello acarrea. Europa va a estar supeditada a cantidades y precios que no están mediadas por mercado alguno, sino que se derivan en gran medida de decisiones arbitrarias y en algunos casos simplemente paranoicas. Una de las posibles escapatorias, poco factible por el momento, consiste en reducir la dependencia del gas de esa zona del mundo. Otra, más asequible si existe la necesaria voluntad política, es coordinar los esfuerzos, intereses y capacidad de demanda en un mercado energético común.
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