Curas contra el obispo
La apuesta de Roma por prelados vascos no nacionalistas solivianta al clero local
Casi el 80% de los párrocos guipuzcoanos se han pronunciado contra el nombramiento de José Ignacio Munilla, actual obispo de Palencia, como prelado de San Sebastián. Critican tanto el "procedimiento" de nombramiento como su "intencionalidad". Es decir, que no se haya tenido en cuenta la opinión de la Iglesia guipuzcoana y del obispo saliente, monseñor Uriarte, y que se pretenda cambiar desde arriba la línea pastoral seguida en los últimos años. Concretamente, la línea marcada por el obispo Setién desde 1979.
Con este nombramiento, culmina una cuidadosa operación de cambio de la jerarquía vasca iniciada por el Vaticano a mediados de los noventa con el nombramiento de Ricardo Blázquez como titular de la diócesis de Bilbao, seguida por la sustitución de Setién por Uriarte en 2000, y el nombramiento de Mario Iceta como auxiliar de Bilbao en 2008. Munilla e Iceta comparten dos rasgos reveladores de la intención de Roma: ambos son nacidos en el País Vasco y hablan euskera, y ambos se alinean con el sector más conservador del episcopado, el identificado con el cardenal Rouco.
Es muy recordado el desdén con que los nacionalistas recibieron al actual obispo de Bilbao. Como rechazarle por no ser nacionalista sonaba muy fuerte, subrayaron con aquel "un tal Blázquez" su condición de forastero desconocedor de la idiosincrasia y la lengua de los vascos. Algo que no podrían decir de Mario Iceta Gabicagogeascoa, nacido en Gernika, ni del donostiarra y durante años cura de Zumárraga José Ignacio Munilla Aguirre. Por eso, la forma de señalar su condición de no nacionalistas ha sido poner el acento en su ideología conservadora.
Ambos lo son, pero no más que el pontífice que los ha nombrado: Benedicto XVI continúa la cruzada de rectificación de la orientación salida del último concilio, iniciada por Juan Pablo II. Pero así como el Papa polaco potenció la idea de las iglesias nacionales, la identidad que interesa al pontífice actual es la cristiana. Incluso como cultura universal.
En los nombramientos últimos, Roma parece haberse guiado también por criterios pragmáticos. Busca otras vías para recuperar feligreses, a la vista de que la fuerte identificación con una población mayoritariamente nacionalista no ha impedido el avance del laicismo. La máxima influencia política de la Iglesia vasca como factor de legitimación y extensión del nacionalismo coincidió paradójicamente con la crisis que vació los seminarios y llevó a cientos de curas vascos a secularizarse.
Esa crisis no se ha superado: hay en las tres provincias 400 curas (más otros 600 jubilados) para 939 parroquias, con una edad media que supera los 50 años; y en 2008 sólo había seis seminaristas. Ante ese panorama, Roma y Rouco han apostado por seguir la línea tradicionalista que ha detenido la crisis en otras diócesis; pero al hacerlo asumen el riesgo de una ruptura entre el clero local y sus pastores. No porque no sean vascos, sino precisamente porque lo son sin ser a la vez nacionalistas.
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