Crisis: ¿no será la distribución de la riqueza?
Si algo se echa en falta en la galopante crisis económica que nos anega es la existencia de un marco teórico que permita explicar por qué ha pasado lo que ha pasado y, sobre todo, cómo recuperar la senda del crecimiento, a ser posible, equilibrado. La inmensa mayoría de los economistas, adeptos de las teorías neoclásicas en que había desembocado el monetarismo, callan. No sabemos si con propósito de enmienda o sólo a la espera de volver a la carga.
Por su parte, los contados neokeynesianos existentes y, masivamente, los líderes políticos se afanan en atajar una enfermedad cuyo diagnóstico no parece estar muy claro. Más parecen curanderos que médicos. Se recurre a Keynes, y es lo más sensato. No veo otra opción. Ocurre, sin embargo, que Keynes analizó la situación hace más de setenta años, y, desde entonces, muchas cosas han cambiado.
La equidad no sólo es moralmente mejor, también resulta más eficiente
Sobra capacidad para producir. Falta capacidad para comprar
Dos resultan especialmente relevantes en la génesis de la crisis actual: una, la conversión del capitalismo industrial en capitalismo financiero. Hoy, de cada 100 transacciones que se realizan en los ampulosamente denominados "mercados", más de 90 son meramente financieras. Dinero por dinero.
La segunda es que el modelo keynesiano está referenciado hacia economías cerradas de Estado-nación y ahora la realidad es la de un mundo globalizado y, si se me permite el barbarismo, instantaneizado desde el punto de vista financiero. ¿Cómo hacer si el papel del rico prestamista, acumulador de capital, ya no es una gran industria nacional sino una nación nominalmente comunista llamada China? ¿Cómo controlar esta nueva multiplicación de los panes y los peces que son los "apalancamientos" financieros que crean dinero de donde no lo hay llevando las burbujas a las "exuberancias más irracionales"?
En este tipo de situaciones, nada más útil para abordar lo novísimo que echar mano de lo básico. Para la fronda del árbol, la raíz. Espero que si algún término suena a marxismo no se produzca un rasgar de vestiduras. Sobre acumulaciones, crisis y ciclos, Marx es un referente ineludible, tanto o más que Ricardo. A Marx le sobra Hegel, pero no Ricardo.
La crisis económica que se desencadenó en 1973 con la guerra del Yom Kippur y la subida de los precios del petróleo fue una crisis de oferta que marcó el fin de la era keynesiana, iniciada en los años treinta como respuesta a la Gran Depresión.
En la década de los setenta, la economía había entrado en situación de estanflación, inflación sin crecimiento. El diagnóstico que prevaleció fue que los salarios y los impuestos habían crecido tanto que no se generaba suficiente "excedente de explotación" para invertir al ritmo que la tecnología demandaba. Un sector público hipertrofiado e ineficaz ahogaría la iniciativa privada al mismo tiempo que exigía crecientes recursos que sefinanciaban vía déficit públicos, generadores, a su vez, de inflación al aumentar indebidamente la oferta monetaria. En términos de vieja economía política, una "caída de la tasa de ganancia del capital" provocada por un exceso de distribución de la renta. ¿Causantes? El Estado de bienestar pujante y las instituciones que lo acompañaban. Contra todo ello levantaron bandera política Reagan y Thatcher. Y hasta hoy.
Hoy deberíamos pensar que, como en 1929, estamos en la situación inversa. Por tanto, sacar las consecuencias políticas contrarias. La crisis no es de oferta, sino de demanda. El capitalismo ha vuelto a lo que solía: crear más oferta que demanda. Por todas partes sobra capacidad instalada para producir, y lo que falta es capacidad para comprar. Las sucesivas burbujas tecnológica, inmobiliaria, etcétera, que se han producido desde hace 15 años nos indican que, por vías reales o ficticias -quizá mitad y mitad-, había más dinero disponible que capacidades de inversión. Ésa es la esencia de toda burbuja, desde los tulipanes, en la Holanda del siglo XVII, hasta las punto.com de ayer. Estaríamos, pues, en una crisis generada por una sobreexplotación que produce un exceso de acumulación de capital.
¿Detrás de ello qué hay? Pues simplemente una injusta distribución de la renta, tanto en términos nacionales como internacionales. Y así es. Aunque pocas veces se la sitúa en la génesis de esta crisis.
En Estados Unidos, en los últimos años, se ha producido un sesgo sin precedentes históricos a favor de los beneficios empresariales. El porcentaje de renta nacional dedicado al pago de salarios es el más bajo desde que hay estadísticas, en 1929. Desde 2002, los beneficios empresariales han crecido ocho veces más que los salarios, y por eso no sorprende que los ricos hayan incrementado su riqueza nueve veces más deprisa que los pobres. En China, la distribución de la renta es peor que la de Estados Unidos. Para muestra, un botón: el índice de Gini, que mide la desigualdad en la distribución de la renta (0: igualdad absoluta, todos iguales. 1: desigualdad absoluta, uno se lo llevaría todo), en Europa se mueve entre el 0,25 y el 0,35; en España, por cierto, es el 0,34. En Estados Unidos es el 0,40, y en la comunista China, el 0,46. Este último, en el furgón de cola. La Eurozona, por su parte, ha resistido mejor, pero en la última década los salarios reales han crecido la tercera parte que la productividad, y en el último quinquenio, sencillamente, están cayendo. No hablemos del antiguo bloque comunista, con sus nuevos y estrafalarios millonarios, o de otros lugares del mundo.
Una de las novedades que la crisis ha traído consigo es la vuelta de la problemática socioeconómica a las parrillas de alta audiencia de televisiones y radios. La posmodernidad se esfuma, y en la sociedad líquida emergen los arrecifes. Los problemas identitarios y el sinfín de acontecimientos llamativos que reclamaban la atención de los medios ha cedido el paso a las tasas de paro, las caídas de ventas, las quiebras empresariales y la marcha de las bolsas de valores. Entre tanto fragor, muy pocos parecen hablar sobre la vieja historia de la distribución de la riqueza. Para los iniciados, las páginas salmón de la prensa narran las Technicality en las que se han movido las burbujas. Y ahí se paran. No en vano, venimos de una economía apolítica en una sociedad que se pretendía poseconómica.
Se piden más controles públicos sobre el mercado, pero se oyen pocas voces pidiendo más igualdad. Se culpa de la crisis al descontrol en la codicia, pero se habla poco de las injusticias subyacentes. No se ve que la izquierda política levante contra "la sociedad de la desigualdad", que se nos viene presentando como si fuese "la naturaleza de lo social", una bandera teórica y política tan nítida y decidida como la que, en su día, el neoliberalismo conservador levantó contra el Estado de bienestar. Se oye poco decir que la equidad, además de ser mejor moralmente, es también más eficiente.
Ciertamente, sería ingenuo no tener en cuenta la tremenda complejidad en la que hoy se desenvuelven los parámetros económicos que marcan las diferencias entre ricos y pobres. Todas las Technicality me parecen pocas para explicarlos. Pero más ingenuo, o mayor impostura, sería pensar que las relaciones de dominación entre humanos han desaparecido de la historia. Por eso la economía es siempre economía política.
Justo Zambrana, subsecretario del Ministerio del Interior, ha publicado El ciudadano conforme (Taurus) y La política en el laberinto (Tusquets).
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