Canje de espías
EE UU y Rusia anteponen sus relaciones a la captura de una red de agentes de poca monta
A juzgar por el reciente intercambio de espías entre Estados Unidos y Rusia y sus circunstancias, el oficio que inmortalizara John Le Carré ha perdido la pátina acerada y tenebrosa que lo caracterizara durante la guerra fría. El canje en Viena del fin de semana pasado de 11 agentes rusos en EE UU por cuatro reclamados por Washington, y perdonados por el presidente Medvédev tras haber cumplido cárcel, ha sido un trámite sin otro ingrediente que una eficaz burocracia.
Sin duda, la rapidez con que la Casa Blanca y el Kremlin se han puesto de acuerdo, y el perfil bajo, bajísimo, otorgado a la historia -con Vladímir Putin compadreando a propósito del tema con Bill Clinton- tiene mucho que ver con la falta de réditos políticos para ambas partes, domésticos o internacionales, que supondría mantener un enfrentamiento prolongado y a todo volumen. Pero también con las propias características de la red de espionaje desvelada por el FBI la semana pasada, aun cuando Barack Obama fuera advertido en junio del arresto del más numeroso grupo de agentes durmientes rusos desde la guerra fría. Una trama de informantes, vecinos de tranquilos suburbios metropolitanos, que no habían descubierto en años ningún secreto digno de tal nombre y contra quienes los federales ni siquiera han presentado cargos formales por espionaje. Parece que su apacible misión consistía en infiltrarse en círculos políticos más o menos influyentes para pulsar las intenciones de Washington sobre Moscú y su opinión acerca de la Rusia de hoy.
Las interpretaciones del caso están abiertas a los interrogantes de rigor; desde un compló de halcones de uno u otro bando para torpedear las relaciones entre ambas potencias, hasta la ocurrencia de algún brillante funcionario americano para proporcionar alivio periodístico a la baqueteada Administración demócrata. Lo que parece claro es que ni EE UU ni Rusia han considerado a este brote de espionaje veraniego merecedor de poner en peligro el renacimiento de sus relaciones en diferentes ámbitos. Se trate de enajenarse el incipiente apoyo de Moscú en el pulso de Obama con el régimen de Irán, de hipotecar el padrinazgo de Washington para el ingreso de Rusia en la Organización Mundial del Comercio o de poner en peligro la ratificación parlamentaria del tratado de control de armamento recientemente firmado por sus presidentes.
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