Ahmadineyad y las sanciones
Las medidas de castigo impuestas por Occidente a Irán resultan ineficaces a corto plazo. No son la vía adecuada para conseguir que el Gobierno islamista y la élite política modifiquen su política exterior
La estancia de Mahmud Ahmadineyad en Nueva York en septiembre pasado, con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas, no pasó inadvertida para nadie, al igual que sus anteriores visitas. Pero más allá de sus polémicas declaraciones sobre los atentados del 11-S, cabe remarcar aquí el mensaje que pretendió dar a la comunidad internacional sobre el papel que Irán pretende y puede ejercer en Oriente Próximo, ante la próxima partida de las tropas estadounidenses de Irak.
Al proponer la realización de una conferencia internacional sobre terrorismo en Teherán y declarar 2011 el año del desarme nuclear, Ahmadineyad pretendía dejar en claro que su intención es la de participar activamente en el rediseño y estabilización de Oriente Próximo, remarcando el protagonismo estratégico y político que Irán ostenta en el contexto regional. Ya en la inauguración de su segundo mandato el año pasado Ahmadineyad había atribuido a Irán el derecho a participar en la solución de los mayores problemas del mundo junto a las grandes potencias, derecho que habría ganado el país presumiblemente tras los éxitos de su primer mandato. En ese sentido, este último discurso solo representa una reafirmación de los objetivos de su agenda política exterior, más allá de lo excesivo que pudiera resultar en relación a los medios y recursos disponibles para llevarla a cabo.
El aislamiento político de Irán no se corresponde con la reducción de sus transacciones comerciales
Hay consenso interno sobre su derecho inalienable a tener un programa nuclear civil
Simultáneamente, Ahmadineyad criticó los dobles raseros existentes en las organizaciones internacionales como Naciones Unidas o la Organización Internacional de la Energía Atómica al negociar con Irán su programa nuclear. Principalmente esta última, desde el reemplazo de su anterior director Mohamed el Baradei por Yukiya Amano, está siendo duramente cuestionada por los diversos estamentos políticos iraníes, y no solo por el Gobierno, quien llegó a negar la entrada a varios de sus inspectores recientemente. Lo que se le reprocha a Amano es el cambio de actitud y lenguaje en el manejo de la cuestión nuclear iraní, lo que se achaca a las presiones directas de Estados Unidos. La ecuanimidad que El Baradei mantenía en sus declaraciones y las resoluciones que emitió el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) bajo su dirección garantizaron la continuidad de las inspecciones internacionales y un cierto grado de colaboración y negociación, más allá de las grandes diferencias en las posturas de ambas partes del contencioso. Por el contrario, la última resolución del OIEA de noviembre de 2009 y algunas declaraciones posteriores de Amano fueron vistas por las autoridades iraníes como totalmente hostiles, justificando en parte sus sospechas sobre la parcialidad que había adquirido el organismo internacional.
Si bien algunos analistas iraníes consideraron inapropiada la mención de la teoría conspirativa en los atentados del 11-S en el discurso de Ahmadineyad, su presencia en el máximo foro internacional fue aplaudida por otros, por el ejercicio de su "diplomacia pública personal" con miras a establecer mecanismos directos de diálogo con otros jefes de Gobierno, principalmente Barack Obama. Y es que más allá de las diferencias que separan al actual presidente de una gran parte de la clase dirigente, la política exterior iraní ha sido históricamente un mecanismo de cohesión interna para enfrentarse a lo que se aprecia como amenazas desde el exterior. Es en este contexto en el que las sanciones internacionales del Consejo de Seguridad son percibidas desde el interior del país. A pesar de que desde las elecciones de 2009 se criticó la política negociadora de Ahmadineyad, que convirtió a Irán en objeto de seis resoluciones sancionatorias, sigue habiendo un consenso interno acerca del derecho inalienable a desarrollar un programa nuclear civil. Y la percepción de que Estados Unidos impedirá su concreción sin importar las garantías que brinde este o cualquier otro Gobierno iraní bajo el actual sistema político está sustentada en la rápida negativa al intento turco-brasileño de mediación de meses atrás. Quizás la motivación estadounidense estuvo más basada en evitar que el presidente Lula adquiriera mayor peso regional e internacional al convertirse en un exitoso mediador en Oriente Próximo, pero en todo caso, el resultado fue un portazo al primer "sí" de cierta relevancia que había dado la presidencia iraní. Aunque la aceptación de la negociación no hubiera sido el ciento por ciento de lo que exigía la comunidad internacional era, en todos los casos, mejor que lo que existe en la actualidad.
En los círculos diplomáticos y académicos iraníes se recuerda la existencia de esa misma política reactiva de Estados Unidos hacia Irán tanto con Gobiernos republicanos como demócratas, y a pesar de que las presidencias de Hashemí Rafsanyaní (1989-1997) y Mohamed Jatamí (1997- 2005) eran consideradas más aperturistas y negociadoras que la actual. Por ello, no confían en que tras el aumento de la tensión bilateral desde 2005 pueda haber una mejoría a medio plazo. Más aún, la reciente sanción unilateral de Estados Unidos contra ocho altos funcionarios iraníes en relación a los sucesos poselectorales de 2009 -entre los que se encuentran dos ministros de Ahmadineyad- refuerzan la visión iraní del compromiso del Gobierno estadounidense con el cambio de régimen en Irán, lo que resulta a todas luces una injerencia en los asuntos internos de otro país. Incluso políticos reformistas y pragmáticos ven en esta nueva sanción algo inaceptable, que terminará siendo contraproducente a los efectos deseados por la Administración de Obama.
Por otra parte, la efectividad de las sanciones contra Irán viene estando en entredicho desde la polémica ILSA (Iran-Libya Sanction Act) establecida por Bill Clinton en 1996. Incluso la propia entidad estadounidense encargada de evaluar anualmente la aplicación del embargo unilateral -Government Accountability Office- concluye que los resultados son "difíciles de determinar". La Unión Europea se opuso inicialmente a su aplicación, aunque gradualmente fue adquiriendo posturas más cercanas a Estados Unidos respecto a Irán, sobre todo a partir de 2005. La última ronda de sanciones de junio de 2010 contó también con el apoyo explícito de Rusia y China, dejando prácticamente aislada de apoyos políticos a Irán. Esto implicó que Rusia, principal socio estratégico iraní en la industria nuclear y armamentística, comenzara a aplicar firmemente lo estipulado en la resolución CS/1929, suspendiendo la entrega de material misilístico ya comprometido. El presidente Medvédev también ordenó impedir la entrada en el país a una lista de altos cargos militares y científicos iraníes que visitaban Rusia habitualmente.
Sin embargo, el aislamiento político de Irán no se ha visto hasta ahora correspondido con la reducción de sus transacciones comerciales con el exterior. El embargo de gasolina y la limitación de las transacciones bancarias con entidades europeas, principales objetivos de las sanciones comerciales, se están supliendo con el aumento del comercio bilateral con China, India, Afganistán, Irak y los países de Asia Central. El regionalismo pragmático aplicado por Irán desde hace lustros está dando sus frutos en este sentido, evitando que el empeoramiento de las relaciones con Europa y Estados Unidos afecten el normal desarrollo de la economía iraní. Si bien es cierto que la industria nuclear y armamentística puede verse retrasada, y la explotación petrolera gradualmente afectada por la falta de recursos técnicos y financieros, algo insostenible a largo plazo.
La ineficacia a corto plazo de las sanciones y su percepción negativa por parte de toda la élite política iraní no permiten ver en este instrumento de presión internacional la vía para conseguir un cambio en la dirección exterior del Gobierno a corto plazo. Teniendo en cuenta que las decisiones en política exterior no dependen exclusivamente del presidente, sino de un mecanismo semiinstitucionalizado y colegiado dentro de la élite política, es difícil pensar en grandes cambios patrocinados por un solo hombre. Cabe recordar que estos no se han producido ni siquiera durante la presidencia del reformista Jatamí, y que si Ahmadineyad ha dado ciertos pasos en dirección a Estados Unidos, ha sido con la aprobación de ese mecanismo decisorio.
Luciano Zaccara es director del Observatorio Electoral TEIM de la Universidad Autónoma de Madrid e investigador visitante de la Universidad de Exeter, Reino Unido.
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