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Reportaje:LIBROS | Escritores del mundo

El grito colérico de Boualem Sansal

Fue un alto funcionario en Argelia hasta que el acoso islamista lo empujó a escribir. Hoy es un autor de éxito prohibido en su país

De los turboreactores a la novela. Pocos itinerarios de autores literarios son tan atípicos como el del argelino Boualem Sansal, de 59 años, que en pocos años pasó de ser un alto funcionario trajeado y encorbatado a un novelista consagrado de melena gris y ropa vaquera.

"Nunca quise ser escritor", confiesa sentado en una cafetería cercana al Salon du Livre de París. "Era un gran lector, me gustaba discutir de literatura con mi amigo y vecino Rachid Mimouni [escritor argelino fallecido en el exilio en 1995], pero de ahí no pasaba".

Ingeniero y economista de formación, Sansal, en realidad, había escrito un primer libro de joven "sobre la poscombustión de los turborreactores con los que experimentaba en un laboratorio de Argel y una retahíla de artículos científicos", recuerda orgulloso. Después empezó una carrera de funcionario que le llevó a ser director general de Industria en el ministerio del ramo.

"En el fondo yo sólo escribo lo que gran parte de mis compatriotas repiten desde hace años"
"Para los islamistas pertenezco a la peor especie: la de los laicos con anhelos demócratas"
"Se me acusa de injuriar porque denuncio el racismo y el antisemitismo en muchos países árabes"
"El Holocausto es desconocido en nuestros países, cuando no se le considera un invento"
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Nada le predestinaba a escribir novelas de no haber sido por las circunstancias excepcionales que atravesó su país en la década de los noventa cuando las embestidas de los islamistas en armas causaron cerca de 200.000 muertos.

"Regresaba del ministerio a casa a primerísima hora de la tarde antes de que las carreteras se convirtieran en campo de batalla", rememora. Vivía en Boumerdes, a unos 50 kilómetros al este de Argel, una de las ciudades más golpeadas por el terrorismo. "De noche oíamos los tiroteos nocturnos, los bombardeos sobre las montañas cercanas y, al amanecer, la ropa tendida aparecía moteada por las cenizas de los incendios en los bosques".

"No había nada que hacer", prosigue, "y para matar el tiempo me puse a escribir compulsivamente". "Poco a poco, a lo largo de dos años y medio, un primer relato fue adquiriendo forma". Cuando lo acabó lo tituló El juramento de los bárbaros.

Envió el manuscrito a Gallimard (París) y cuál no fue su sorpresa al recibir, dos semanas después, una carta invitándole a ponerse en contacto con la editorial para firmar un contrato. "Dudé antes de aceptar", confiesa. "Mis libros son un grito colérico y proferirlo puede acarrear problemas", le dijo a su esposa argelina.

Su ascenso literario se desarrollará a la par que su declive funcionarial. Con la llegada de Abdelaziz Buteflika a la presidencia, en 1999, empieza la política de mano tendida hacia los islamistas menos radicales y algunos obtienen incluso altos cargos. "Me tocaron, sucesivamente, dos ministros de esas características", recuerda.

"Para ellos pertenezco a la peor especie: la de los laicos francófonos con aspiraciones democráticas", asegura. El primero de esos ministros de Industria intentó echarle en 2000, pero no lo logró y se conformó con apartarle. El segundo sí le expulsó y hasta le privó durante años de cobrar una pensión de jubilación.

Como la de otros muchos argelinos, la vida, incluso la privada, de Sansal ha estado marcada por los islamistas de diverso pelaje. "Me topé con ellos ya en los setenta cuando una tarde Nancy, una de mis hijas, no apareció a la salida del colegio", recuerda. "Mi mujer y yo descubrimos horrorizados que, con tan sólo 5 años, la habían apuntado sin consultarnos a una escuela coránica, junto a la mezquita, porque así lo acordaron el colegio y el imán".

"Es más", continúa con tintes de indignación en la voz, "para acceder a esas clases vespertinas daban la prioridad a los hijos de matrimonios mixtos -mi primera esposa, Anna, era checa- porque debían de ser los más permeables a las religiones infieles". El matrimonio Sansal retiró a Nancy y Sabine de la escuela y, en verano, las mandó a Praga con los abuelos.

Allí fueron escolarizadas y su madre, Anna, que las echaba de menos, viajaba con frecuencia a su país para verlas. "Permanecía más tiempo en Praga que en Boumerdes, nuestra relación se iba desenhebrando, el matrimonio quebró", se lamenta. Los islamistas y las penurias de la Argelia del partido único -"carecíamos de todo, empezando por el agua potable y los productos lácteos"- lo habían roto. Sansal volverá, no obstante, a casarse, pero con una argelina.

La prejubilación forzosa le incitó a acelerar el ritmo de su producción literaria. En ocho años publicará seis libros, dos de ellos ensayos. El último, Le village de l'Allemand (La aldea del alemán, editorial Gallimard) ha cosechado el Gran Premio Literario de Radio Tele-Luxemburgo.

"He dado un nuevo empujón a los supuestos valores nacionales", confiesa con una sonrisa sibilina. Inspirada en una historia real, la novela narra, a través de sus hijos, la vida de Hans Schiller, un ex oficial de las SS alemanas, reclutado por los revolucionarios argelinos para ayudarles en su guerra de la independencia contra la Francia colonial. La etapa más gloriosa de la historia de Argelia queda así algo mancillada.

Peor aún, la novela rompe un tabú desvelando los mecanismos de la Shoah, esa solución final imaginada por Hitler para acabar con los judíos que los árabes se empeñan, según él, en ignorar. "El Holocausto es desconocido en nuestros países, cuando no se le considera como un mero invento de los judíos o un 'detallito de la historia', como dijo en su día Jean-Marie Le Pen", denuncia Sansal.

La evocación de la Shoah por un musulmán ha suscitado un aluvión de elogios en Israel. "(...) es un acontecimiento comparable al J'accuse de Emile Zola que defendió a Alfred Dreyfus contra sus detractores", reza, por ejemplo, una página web israelí. Su novela está siendo ya traducida al hebreo.

La reacción entre sus pares no ha sido tan entusiasta. "Se me acusa de injuriar porque denuncio el racismo y el antisemitismo que imperan en muchos países árabes", se lamenta Sansal. "Se me acusa de desempolvar la Shoah para hacer olvidar los crímenes perpetrados por el colonialismo francés en Argelia".

Colmo del desafío, Sansal asimila nazismo e islamismo, pese a ser una ideología con la que comulgan amplios sectores de las sociedades árabes. "Sí, de una vez por todas, debe quedar claro: el islamismo es un fascismo totalitario, agresivo, beligerante y sectario como lo fue en su día el nazismo", recalca. "La única diferencia es que está en una fase artesanal y no dispone de la potencia militar e industrial de la Alemania de Hitler".

Éste colaboró en su día con Amin al Husseini, el gran mufti de Jerusalén, o con los Hermanos Musulmanes egipcios. "En algunos círculos islamistas se mantiene viva la simpatía hacia Hitler, cuyas hazañas les siguen inspirando", sostiene Sansal. "Desde Bin Laden hasta incluso Ahmadinejad, son muchos los que aún hoy en día sueñan con continuar la tarea de aniquilación que Hitler emprendió".

De sopetón, Sansal interrumpe lo que se ha convertido casi en un monólogo. "Sabe, establezco comparaciones peligrosas que me podrían valer serios problemas". Lo dice sin trémulos en la voz, pero en los montes que rodean Boumerdes, su ciudad, se esconden aún 400 terroristas, según aseguraba en febrero el diario El Khabar citando un informe del Gobierno Civil de la provincia. "Ya sé que podría exiliarme, en Francia, en Estados Unidos, pero no forma parte de mis intenciones", sentencia.

El ex director general da por descontado que su novela será prohibida en Argelia, pero se reconforta con las traducciones hechas o en curso. "Nunca esperé tal éxito", comenta. Su anterior libro, un ensayo titulado Poste restante: Alger. Lettre de colère et d'espoir à mes compatriotes (Lista de Correos: Argel. Carta de cólera y de esperanza a mis compatriotas), también se topó con la censura argelina aunque la versión electrónica circuló profusamente.

"La censura es dolorosa y más en tu propio país", reconoce. "Pero después uno se consuela pensando que es mejor que las cosas estén claras, que sepamos dónde está cada uno". "Además, en el fondo yo sólo escribo lo que buena parte de mis compatriotas repiten desde hace más de 40 años".

¿Y qué repiten sus compatriotas? Sansal acentúa la cadencia de sus palabras. Tiene muchas cosas que decir: "Que los árabes padecemos dictaduras medievales; que Buteflika es un autócrata; que del maná de los hidrocarburos sólo se aprovechan oligarcas e islamistas falsamente moderados que han arrebatado parcelas de poder. Pese a que las arcas del Estado están a rebosar, gran parte de la población ha perdido la esperanza. El único sueño al alcance de los jóvenes es emigrar clandestinamente a Europa". -

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