Teoría de la distancia
Thomas de Quincey escribió sobre tres grandes escritores ingleses del romanticismo: Wordsworth, Coleridge y Southey. Artículos sueltos que tras su muerte fueron recopilados en un libro que se edita ahora en España bajo el título de 'Memoria de los poetas de los Lagos'. Son páginas en las que la autobiografía se mezcla con la vida de los tres poetas que habitaron los Lagos, y con los comentarios de sus obras en pleno apogeo literario.
Esta Memoria de los poetas de los Lagos no fue un libro exento hasta principios del siglo XX, casi cincuenta años después de la muerte de su autor. En vida de Thomas de Quincey no pasó de una serie de artículos dispersos, lo cual deja a los editores y traductores una gran responsabilidad, porque participan de la autoría en un grado mayor del habitual. Jordi Doce ha preparado una edición llamada a perdurar, más allá de que sea la primera versión en español.
Si hay un escritor que necesita que lo detallen en el espacio y en el tiempo, ése es Thomas de Quincey. Los mapas de la región de los Lagos que incluye el volumen ponen coto a la sugerente polisemia del título, fruto de una feliz simplificación. Lo que en el original era Recollections of the Lakes and the Lake Poets, se vuelve en español más bello por más simple. A su vez, la cronología establecida por Jordi Doce se ciñe a los acontecimientos de una vida tan literaria y tan extravagante como la de De Quincey. El resultado es tan preciso que incluye como único dato del año 1829 una sola frase -"Dorothy Wordsworth sufre un colapso nervioso"- que difícilmente podría ser más decimonónica y más británica. Las peripecias de De Quincey -avisa el traductor en el prólogo- pueden ser leídas como una alegoría de los vaivenes de la fortuna. Sorprende, incluso gusta, que en un libro tan autobiográfico cueste trabajo saber quién es el protagonista, y algo tendrá que ver en ello la destreza de De Quincey como narrador. En apariencia, el protagonismo se lo lleva William Wordsworth, sometido al prisma de una admiración apasionada. Tanto, que la Memoria viene a ser el relato de su encuentro y desencuentro con De Quincey. Sin embargo, Coleridge aparece insistentemente desde el primer capítulo hasta el final, en razón de "sus muchos y raros talentos; por una parte, su erudición multiforme; por otra, su espléndido poder teorizante y combinatorio". Y como tercero, Robert Southey. Tres grandes del romanticismo inglés, tomados en el momento de su apogeo, y mostrados en un universo habitable y delimitado, la región de los Lagos. Los apuntes biográficos se mezclan con los de crítica literaria hasta conseguir lo que probablemente pretendía De Quincey: un capítulo de la historia de la cultura en cuyo centro se sitúa él. Las relaciones de amistad, de familia y de vecindad se prestan a una trama más eficaz que ninguna telaraña, tejida por un observador inteligente, divertido y admirable, como corresponde a quien elevó el asesinato a la dignidad de la bellas artes. Lo mismo imagina la destrucción de libros ajenos como "una forma singularmente alta de cortesía" que asevera: "La mayoría de los hombres tienen enemigos y calumniadores: el doctor Bell tenía el suyo, que era su mujer". Al final se alza con el protagonismo la propia región de los Lagos, "un lugar donde las exigencias locales regalaban constantemente a los ojos, desde cualquier ángulo de visión, objetos magníficos". El paisaje muestra su esplendor independiente del paso de las estaciones. Las casas de los poetas, recorridas por una cámara incansable, se manifiestan como metáforas de la singularidad. En esta suerte de documental descubrimos la manía "coleridgiana" de no abrir el correo. También hallamos una teoría del plagio y otra del libelo.
MEMORIA DE LOS POETAS DE LOS LAGOS
Thomas de Quincey
Selección, traducción y notas
de Jordi Doce
Pre-Textos. Valencia, 2003
381 páginas. 30 euros
Libro muy recomendable para meditar sobre la noción de distancia, tan importante para un verdadero poeta, y que debe empezar por ser distancia puramente física. Eso representan la región de los Lagos y sus poetas, convertidos en vecinos cada vez más distanciados, hasta la disgregación final. Después de haberse encadenado a ellos por vínculos que sobrepasaban la admiración, la última palabra que De Quincey escribe en este libro es "libertad".
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