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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Héroes sin superpoderes

Narrativa. Vuelve a ser otra vez la Noche Triste del 30 de junio del año 1520, la sublevación azteca contra la crueldad del lugarteniente de Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, ahora en Ojos azules, de un excelente Arturo Pérez-Reverte. "Llovía a cántaros (...) Llovía sobre Tenochtitlán", empieza la historia, que tiene una sensorialidad de hierro y ruido, llena de tambores la noche, y repiqueteo del agua en las corazas, y fragor de soldados atiborrados de oro y guerreros ansiosos de matar, color de sangre en los templos donde se celebran sacrificios humanos.

Es la furia de la fuga, de "romper el cerco (...) Todos corriendo a Veracruz, y maricón el último". El episodio, realzado por las ilustraciones de Sergio Sandoval, tiene la contundencia onomatopéyica de un cómic: bum bum de "los jodidos tambores de Tenochtitlán", ris ras del degüello, "tunc, y ching, y chas, carne desgarrada y golpes de maza y tajos de espada". El héroe, el soldado de ojos azules, no tiene superpoderes, pero sí claridad de ideas: "Nos hacen filetes". El narrador es de ahora mismo, y así habla: "Menudo plan (...) Venir desde Cáceres y Tordesillas y Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones, para terminar abierto como un gorrino con las asaduras hechas brochetas en lo alto de un templo, aquí donde Cristo dio las tres voces". El héroe es nuestro contemporáneo a través del lenguaje. Alejo Carpentier recurría al mismo procedimiento en su Concierto barroco, cuando contaba el escándalo de un indiano, una noche de 1733 en Venecia, ante "la extravagante ópera mexicana" de Vivaldi sobre Cortés y Moctezuma.

Ojos azules

Arturo Pérez-Reverte

Prólogo de Pere Gimferrer

Ilustraciones de Sergio Sandoval

Seix Barral. Barcelona, 2009

XVI + 44 páginas. 14 euros

Más información
'Ojos azules'

Las aventuras de Hernán Cortes ("gentil corsario", lo llamó López de Gómara, que quizá fuera su capellán) han alimentado piezas dramático-musicales, romances, novelas, memorias, crónicas alucinadas. Pero el pobre héroe de Pérez-Reverte no es Cortés, sino un soldado cualquiera, sin nombre, a merced de los acontecimientos y las decisiones de sus jefes, los verdaderos personajes históricos. La espectacular carnicería histórica es ocasión para la división íntima, verosímil, del corazón de un hombre anónimo. El soldado de los ojos azules avanza lastrado por un saco de oro, peso que reconforta para el futuro, como para el presente la espada en la mano, cegado por el diluvio y la lluvia de cuchilladas, a oscuras, o, mejor dicho, retrocede en busca de una india. Quiere curarse "un hueco raro en el corazón (...) cuya intensidad superaba incluso la del miedo". Se queda el último en el lugar de donde huye, entre el oro y el sexo. Atiende la llamada de la propia sangre en la tierra nueva, conquistador conquistado. En un prólogo que lúcidamente nos hace fijar la mirada en lo esencial de Ojos azules, Pere Gimferrer señala el tema del cuento: el mestizaje.

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