Mi vida a 400 metros de la pista
"Un poco más y nos hacen la pista en mitad de la plaza". Fermín Delgado y su mujer, Carmen Piedrabuena, nacieron en Villar del Pozo (Ciudad Real) hace 80 años. Aquí se conocieron y se casaron. Tienen dos hijas, que ya no viven en el pueblo. Su casa está en mitad del pequeño municipio, con menos de 100 habitantes que rondan los 80 años. "En Villar del Pozo no hay bodas ni nacimientos", sentencia Carmen tapándose con las ropas de la mesa camilla de su salón. Desde su puerta se ve la pista del aeropuerto, a 400 metros.
Fermín está enfadado porque le expropiaron 14 hectáreas para su construcción. "Muy mal pagadas, a un millón [de pesetas] por hectárea", añade. No hubo manifestaciones. "Es que somos pocos vecinos y mal avenidos", revela casi en un susurro. La dirección del aeropuerto les envió una carta, explica Fermín. "Sí, mujer, para eso de quitar los ruidos...". ¿Insonorizar? "Eso, eso, insonorizar", asiente. Su mujer está convencida de que los aviones les molestarán. "Si ya se oyen desde arriba, ¿cómo no se van a oír cuando aterricen?", reflexiona.
Las cosas se ven de otra manera desde el despacho del consejero delegado del aeropuerto, José Cano, que dibuja con los dedos una elipsis pegadita a los límites del aeródromo. Más allá de esa línea imaginaria, las molestias serán mínimas, según su versión. "Vamos a dar acristalamiento a todas", promete.
Villar del Pozo, Ballesteros de Calatrava y Calzada de Calatrava, los tres municipios más cercanos, deberán recibir compensaciones según la Declaración de Impacto Ambiental: dinero para su desarrollo, realojo voluntario para el que lo pida durante los cuatro primeros años de funcionamiento y un plan de aislamiento acústico -uno de los requisitos pendientes que frenó la licencia de Fomento el viernes-. Felipe Pulla, alcalde de Villar del Pozo, lo resume así: "Si todo esto se cumple fielmente y sin rodeos, los vecinos no lamentarán estar al lado del aeropuerto. Si no es así, nos sentiremos perjudicados y engañados".
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