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Columna
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El género del corazón

Las personas transexuales se han visto obligadas a construir su identidad de género

Era jueves de Orgullo y cuando entré en el salón de actos de la Biblioteca Pública Manuel Alvar, de la mano de Javier Gómez y de Manuel Ródenas, casi todos los asientos estaban ya ocupados. No habría podido asegurar si la mujer, por ejemplo, que tenía a mi derecha, con su larga melena y su vestido de verano, era una mujer transexual. Había muchas mujeres y hombres transexuales porque cada año, durante la semana del Orgullo, AET-Transexualia hace entrega de unas placas de reconocimiento a aquellas personas que, en su opinión, se han significado en distintas áreas por su contribución en la defensa de los derechos de las personas transexuales y en la dignificación pública de ese colectivo. La entrega se celebraba allí y había tenido el honor de recibir ese reconocimiento, que me enorgullece especialmente porque lo otorgan personas a las que admiro yo. A las que además admiro doblemente. Por un lado, por ese plus de coraje y valentía que requiere ser una persona transexual: si ya es difícil para cualquiera el reconocer y reafirmar la propia identidad, más lo es para aquellas personas con las que la naturaleza ha cometido, digamos, un error (como lo denominan, para hacerse entender, en la web de www.elhombretransexual.es, con quienes compartí premio) que a la sociedad le cuesta tanto asumir. Pero, por otro lado, porque en ese supuesto error de la naturaleza se esconde una superación de sí misma, un cuestionamiento de sus propios parámetros, que, desde un cierto punto de vista, convierten la transexualidad (esa disforia: ese malestar) en vanguardia.

En estos tiempos de cambio, las personas que son capaces de enfrentar un asunto esencial, fundamental, radical (en su sentido de raíz, lo digo una vez más), personas capaces de plantearse la reasignación de lo que se supone incontestable, como es el sexo biológico, son un ejemplo y pueden llegar a ser un espejo en el que se mire esta sociedad que aún las discrimina. Solo personas capaces de ser propietarias de su identidad son auténticamente libres. Las personas transexuales se han visto obligadas a construir su identidad de género, dado que su sexo biológico no se corresponde con su sexo psicológico: una mente de un género en un cuerpo de otro. El proceso, inscrito en el marco familiar, escolar, laboral, sentimental, es complejo y exige la toma de una serie de decisiones difíciles, que pueden desembocar, aunque no necesariamente, en operaciones quirúrgicas de reasignación. Hace falta valor para vivir con esa condición, pues la dificultad de comprender la diferencia y la ignorancia que conlleva el no hacer el esfuerzo de conocerla, de normalizarla y de cubrir sus necesidades médicas y sociales, conducen a la discriminación. Para mí, que he tenido la suerte, pero también la intención, de tratar con personas transexuales, estar allí era un privilegio, y más en el año en que Carla Antonelli, amiga transexual, ha logrado un escaño en la Asamblea de Madrid.

Conducía la ceremonia Noelia Mariani, presidenta de Transexualia, de quien quiero y debo destacar su educación y elegancia. Debo, porque el perverso círculo de la discriminación aboca con frecuencia a las personas transexuales a una precariedad y a una marginalidad que tiene por consecuencia unos modelos rechazados por quienes los han provocado, y ya es hora de romper esos círculos. Con exquisita presencia e impecable dominio de la situación, Noelia dejaba patente nuestra ignorancia y cortedad de miras. Salimos a tomar un cóctel. Y entonces conocí a Susana. Se acercó a mí con una sonrisa envidiable, de las que derrochan alegría de vivir, la fuerza del humor, actitud. Me dijo que era transexual y que vivía en Albacete. Quiero resaltar que nunca habría pensado que era una mujer transexual. Y quiero hacerlo para meter el dedo en la llaga de nuestros prejuicios y de los obstáculos que la sociedad impone a las personas transexuales: si su DNI no dijera otra cosa, Susana no sería más (¡ni menos!) que una chica con una personalidad tan arrolladora. Pero como además ha tenido que ser una luchadora con una energía que ya la quisiera para mí, Susana es una mujer admirable. Me contó que salió de su casa a los 15 años, aunque su familia la ha apoyado. Que ha lavado coches, pero nunca ha ejercido la prostitución, trabajo al que han estado condenadas muchas personas transexuales. Que no se le pone nada ni nadie por delante. Que tiene un novio estupendo que, cuando ella se queja, más bien en broma, de que le está saliendo piel de naranja en los muslos (como a todas), se la come a besos (cuántas quisieran). No paraba de hablar de cosas importantes, mientras le caían rizos traviesos sobre la frente y el gesto de sus labios tenía tal encanto que pensé que lo que queda por hacer está en buenas manos. Las suyas peinaban en ese momento los mechones desordenados de Sonia como hacemos las amigas de verdad: con el género del corazón.

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