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Reportaje:

Me falta el aire (acondicionado)

Los usuarios del metro soportan hasta 34º en los trenes - Cinco periodistas hallan fallos de ventilación en tres líneas y altas temperaturas en nueve - Transportes prometió refrigerar toda la red

Estación de Usera. Línea 6 (circular). Cuatro menos cuarto de la tarde. El termómetro marca 31 grados en el andén. A Yolanda, boliviana de 35 años, le brilla la frente. Lleva el pelo estirado hacia atrás y una camiseta de tirantes. "A veces, ni el abanico sirve", comenta. Se seca la cara mientras explica que usa la circular a diario entre Usera y República Argentina. A las seis de la mañana, "casi" pasa frío. A las 15.30, "calor... o no". Cruza los dedos. Sube al tren. El aire funciona.

Una viajera se queja de que "un día te asas y otro tienes que ponerte chaqueta"

La Consejería de Transportes anunció en julio que instalaría aire acondicionado en todas las líneas de metro antes de agosto. Para eso ha invertido 49 millones de euros en los últimos tres años. Pero el termómetro desvela otra realidad. El último plan de ahorro energético del Ministerio de Medio Ambiente recomienda poner el aire acondicionado a 24 grados. Los cinco redactores de EL PAÍS que recorrieron ayer diez líneas del suburbano (véase el gráfico) entre las tres y las cinco de la tarde no registraron esa temperatura en ningún punto. La más baja se midió en un vagón de la línea R (Ópera-Príncipe Pío), con 25 grados; la más alta, 34 grados, en un convoy de la línea 4 (Argüelles-Pinar de Chamartín), a la altura de la estación de Prosperidad. "Puede haberse producido algún fallo", indicó ayer una portavoz de Metro de Madrid, que insistía en que hay aire "en todos los vagones". Los redactores comprobaron que había al menos tres líneas con trenes sin ventilación: la 4, 5 y 6, además de las altas temperaturas registradas en otros vagones refrigerados.

Los andenes son otra cuestión. No hay aire que valga. "Ni en los de Madrid, ni en ningún lugar de Europa", apostilla la citada portavoz. Ayer por la tarde, la temperatura en algunos andenes alcanzó los 32 grados, más que el año pasado. En 2006, cuando uno de cada cuatro vagones no estaba refrigerado, según Metro, dos periodistas de EL PAÍS registraron hasta 31,5 grados en el interior de un vagón de la circular; 33, en los andenes.

María se abanicaba ayer en un banco de la estación de Ciudad Lineal, en la línea 5 (Casa de Campo-Alameda de Osuna). La mujer, con 44 años, tenía la cara muy roja y los tobillos hinchados. El termómetro marcaba 30,7 grados en el andén. "No aguanto el calor, me pongo mala", aseguró. Tres minutos después entró en el vagón. "Este verano ha mejorado", reconocía al notar el aire. "Pero hay días que los viajes son infernales", añade. El sistema funciona en tres trenes de la línea 5. La suerte cambia al coger el cuarto. El recorrido entre Ciudad Lineal y Núñez de Balboa discurre a 32 grados. Un joven resopla.

Hay quien intenta aportar soluciones. Como Raquel, de 26 años, que vuelve de su trabajo en la línea 1 (Pinar de Chamartín-Valdecarros), con vaqueros y cargada con dos bolsas del súper. Asegura que "a veces" no nota el aire. Y ofrece un remedio: "Subirlo a las tres de la tarde y bajarlo a las nueve de la noche, fácil, ¿no?". Vagón lleno, 30 grados. Raquel se baja en Plaza de Castilla. Adán, que lleva la camisa a cuadros desabrochada, sigue el trayecto hasta Ríos Rosas. Suda. "A mí me falta el aire, estoy muerto de calor".

Gloria no sabe lo que va a encontrar dentro del vagón. "¿Habrá aire, o no?", se pregunta en el andén de Goya (línea 4). Coge el metro a diario, hasta tres líneas diferentes. "Es una ruleta rusa. Ojalá hoy tenga suerte y pille un coche fresquito... Llega su tren. "Muy bien", sonríe, porque el termómetro marca 28 grados.

Ana -pelo teñido de rojo, pantalón pirata- no está tan contenta. Se sube a un vagón de la misma línea, pero cinco minutos más tarde. En un solo convoy, dos realidades. Entre un lado y el otro del muelle que une dos compartimentos la temperatura oscila seis grados: de 28 a 34, en la zona más calurosa. "Es una locura; ahora me aso y ayer por la mañana me tuve que poner una chaqueta", dice. A su lado, Candela añade con cara de cabreo: "Es tercermundista; cada vez que bajo al metro, me enfado".

A María López (42 años) le pasa todo lo contrario. Le sobra sonrisa en la línea 9 (Herrera Oria-Arganda del Rey). "Esto es una alegría", dice. Y enseña el abanico blanco que descansa en su bolso. Como Aída Benito, de 48 años, que compró su abanico "en el metro y para el metro", pero no le hace falta en la línea 10 (Hospital del Norte-Puerta del Sur). En un vagón atiborrado, la temperatura llega a 28 grados.

Para Edgardo Mestre es una cuestión de trucos. Con su pelo blanco bien cortito, el argentino se esfuerza en llamar la atención de los viajeros con una guitarra en el pasillo de Diego de León, el que lleva de la línea 4 a la 5. Asegura que se conoce el suburbano "al dedillo". "Casi vivo aquí abajo, ¿sabes?". Ha elegido a propósito esa esquina para tocar porque corre el aire, pero la mala suerte pincha por otro lado. Ha conseguido "poco dinero", protesta. "Donde no se puede respirar es en los pasillos de Avenida de América; allí no podría cantar". Recomienda los pasillos de Goya, otro de los rincones que frecuenta. Deja la conversación a medias y se arranca por tangos. Viene una oleada de viajeros y corre el aire. Seguro que cae alguna moneda.

Una mujer se abanica en un vagón en el que no funciona el aire acondicionado.
Una mujer se abanica en un vagón en el que no funciona el aire acondicionado.CRISTÓBAL MANUEL

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