De Lavapiés a la plaza de Tahrir
El cineasta egipcio afincado en Madrid Basel Ramsis cuenta desde el corazón de la revolución en El Cairo la celebración por la dimisión de Mubarak
Basel Ramsis empezó a digerir lo que acababa de vivir con un café. Rodeado de amigos en una esquina de la plaza de la Liberación, en El Cairo, de la que apenas se había movido en los últimos 12 días. Habían pasado un par de horas desde que se había anunciado la dimisión del presidente egipcio, Hosni Mubarak, y el cineasta cairota, afincado en Madrid desde hace 12 años, empezaba a saborear el regusto de la victoria.
La euforia llegaba desde el otro lado del teléfono. La voz de Ramsis se elevaba por encima de los gritos y la música. "La gente se está volviendo loca, llora, ríe, baila. Hemos ganado la batalla al régimen". Al ruido y a la fiesta se sumaban también los abrazos. El cineasta dejaba entonces el español y el teléfono de lado para unirse a sus compatriotas. La plaza de Tahrir era, después de 21 días, una gran fiesta.
El cineasta organizó una concentración en la capital para apoyar la revuelta
Ramsis llegó a España en 1999 para poder contar las historias que quería
Cuando estallaron las revueltas en El Cairo el 25 de enero, Ramsis, de 37 años, siguió desde Madrid los acontecimientos. En apenas unos días se dio cuenta de que este era el momento que esperaba desde hacía décadas. Aquel que no había podido vivir en sus años de universidad en El Cairo, cuando su militancia política como activista de izquierdas acabó con él en la cárcel en varias ocasiones. Ahora, la revolución estaba en marcha y los kilómetros de distancia le quemaban por dentro.
Para poner su granito de arena Ramsis promovió, junto a unos amigos en varias redes sociales, una concentración ante la Embajada de Egipto en Madrid. Unas 200 personas se dieron cita para apoyar desde la capital la revuelta. El cineasta estaba calentando motores.
Apenas 24 horas después, un vuelo lo situaría en el corazón de las protestas en El Cairo. "Este es el momento", dijo horas antes de partir. Y ese lunes emprendió un viaje completamente distinto al que solía hacer una vez al año para visitar a sus padres y amigos en Egipto.
Desde su llegada a Madrid en 1999 Ramsis consiguió muchas cosas. Montó su propia productora y empezó a dar clases de documentales, el género en el que mejor se mueve. En 2001 rodó el que considera su primer trabajo profesional El otro lado... Un acercamiento a Lavapiés. Un documental sobre la vida del barrio madrileño. Después vinieron algunos más. Había hecho realidad su sueño de hacer el cine que quería hacer.
La vida cómoda en España, sin embargo, no era suficiente para olvidar que a su país le seguía faltando algo. Por eso, apenas dos días después de comenzar las protestas, se compró un billete de avión solo de ida a El Cairo.
Una vez allí apenas abandonó la plaza Tahrir. Noche y día en unas improvisadas tiendas de campaña que compartía con un grupo de 30 amigos del mundo del cine y de sus años de universidad. "Todos los que estábamos en la plaza acabamos formando una gran familia en esta lucha a vida o muerte", decía ayer emocionado. Y los recuerdos de los últimos días se agolpaban en su mente. Como aquella única botella que se llenó una y otra vez una noche para dar de beber a cientos de manifestantes. "Y ni a una sola persona le preocupó quién podía haber bebido antes", explica.
Además de las anécdotas, Ramsis se quedaba con dos momentos. El de ayer, el día de la victoria, y el del pasado día 2. Aquel miércoles, octavo día de protestas, Mubarak estalló ante el asedio incansable de la revuelta pacífica. Un grupo de sus partidarios, disfrazados de manifestantes y a los lomos de camellos, irrumpió en la plaza y cargó contra los detractores del régimen. Se desató una batalla campal.
Ramsis vio morir a su lado a dos jóvenes tiroteados por un francotirador que disparaba indiscriminadamente desde un puente cercano a la plaza de Tahrir. Aunque fue un momento amargo, el cineasta tiene ahora un recuerdo agridulce de las 24 horas que los miles de manifestantes pasaron aislados en la plaza. "Fue muy especial, el momento más duro y el más bonito a la vez. Todos luchando unidos. En esos momentos piensas que tu vida vale lo mismo que la vida de cualquier compañero".
A pesar de la dureza de los ataques de los partidarios de Mubarak y de la resistencia del presidente, los ánimos nunca decayeron. Ramsis apenas dejó un par de horas la plaza para ducharse en la casa de unos amigos y volver. Estaba convencido de que "no había vuelta atrás".
Y no la hubo. Mientras la fiesta seguía en la plaza de la Liberación, al otro lado del teléfono se hacía el silencio al preguntarle si ahora pensaba volver a Egipto a vivir. "Es demasiado pronto para contestar a eso". Lo que sí tenía claro era que su relación con el país iba a cambiar, porque Egipto "después de esto, ya no va a ser el mismo". "Vendré mucho más que antes".
Lo que aún no piensa por ahora es en regresar a Madrid. "Egipto necesita un Estado civil y democrático. ¿Oyes los gritos? La gente dice que rechaza cualquier régimen militar. La lucha sigue viva, pero eso será mañana. Hoy hay que celebrarlo".
Desde la azotea de un bar que mira a la plaza, para no perderla de vista, Ramsis había cambiado horas después de la dimisión de Mubarak el café caliente por una cerveza fría. Junto a amigos escritores, cineastas y periodistas entonaba canciones revolucionarias. Las mismas que hace solo 18 días simplemente estaban prohibidas.
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