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Reportaje:

Dentro del monumento del 11-M

La obra en memoria de las 191 víctimas está diseñada para verse a dos metros bajo tierra, desde 'la habitación azul'

Patricia Ortega Dolz

Hay una habitación azul en Atocha que conduce hasta el cielo. Se entra atravesando una mampara de cristal. El límite con otro mundo. Un mundo azul cobalto, un lugar con tintes oníricos, un rincón de cristal que hace temblar el espacio. Y está justo donde estaba antes la sucursal de un banco, justo a la izquierda de los tornos del metro. Cruzar ese límite es como meterse de pronto en una película de David Lynch, implica estar dispuesto a experimentar algo. Porque tras esa mampara hay un pasillo algo sinuoso, también azul cobalto, también acristalado. A cada paso, se hace el vacío. Silencio. Y, al fondo del pasillo: la habitación azul, encapsulada y presurizada. Y allí, la luz: un enorme foco de luz que se proyecta sobre el suelo y que, como si fuera un imán, atrae a cualquiera que se acerque: ¿de dónde viene esa luz?

Es "una mirada desde dentro, desde un espacio que crease emociones". De allí, al cielo
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'Vacío Azul' en honor a las víctimas

Si hay algún misterio sin descubrir en Madrid es el monumento a las víctimas del 11-M, tapado y protegido con un cubo de lona negra al principio y por una enorme tela blanca actualmente. Todo el mundo espera a que sea descubierto el próximo domingo en el acto que contará con la presencia del Rey y del presidente del Gobierno. Sin embargo, cuando se descubra el monumento, nadie que esté allí lo verá realmente. Porque desde donde se ve es desde abajo, a dos metros bajo tierra, desde la habitación azul. Porque el monumento es una especie de viaje, con la particularidad de que ese viaje conduce al cielo.

Sólo cuando uno ha cruzado la mampara, atravesado el pasillo, entrado en la habitación azul... sólo cuando uno se pone debajo de ese foco de luz y mira hacia arriba lo entiende todo. Entonces se siente atrapado por el haz de luz, envuelto en una membrana de centenares de mensajes que rondan su cabeza. Los mismos que dejaron escritos los madrileños aquel fatídico 11 de marzo de 2004 y los días posteriores, en el mayor gesto de espontaneidad y de compasión que se recuerda en la ciudad, consternada por las 191 víctimas del brutal atentado. En español, en árabe, en rumano... los 24 albañiles de distintas nacionalidades que han puesto pieza sobre pieza de vidrio macizo, iban descubriendo con emoción el significado de esos mensajes que se alzan en espiral, hasta el cielo.

Así que la vista desde la superficie, esa especie de cúpula de vidrio cilíndrica, sólo es parte del envoltorio de ese viaje. Eso sí, un envoltorio original, que ha supuesto un desafío a la arquitectura en España. Porque por primera vez se ha edificado con piezas de vidrio macizo, como si fuesen ladrillos de cristal de un espesor de 15 centímetros y de ocho kilos cada uno, y con la forma de los comecocos de los videojuegos, como las idearon sus creadores.

"Se trataba de crear una pieza que nos dejara jugar con la luz y darle la forma geométrica que quisiéramos a la obra. Que nos permitiera hacer giros y no tener que cambiar de material ni utilizar otros para sostenerla", comenta Miguel Jaenicke, uno de los cinco arquitectos autores de esta increíble obra.

Para sorpresa de muchos, incluido el jurado que eligió ese proyecto como monumento del 11-M entre los muchos que concursaron, el estudio de arquitectos FAM (Formidable Aroma de Manzana) lo conforman cuatro hombres y una mujer de 28 años que se conocieron en la Escuela de Arquitectura de Madrid.

Se ha hablado mucho de ese estudio estos días previos al descubrimiento del monumento, pero muy poco de sus autores. Esaú Acosta, Raquel Buj, Miguel Jaenicke, Mauro Gil-Fournier y Pedro Colón de Carvajal llevan dos años y medio unidos y volcados en este proyecto, después de enterarse de que habían ganado el concurso por un amigo que estaba viendo la tele.

Han sido dos años y medio de ganarse la confianza de la Administración, de constantes argumentos para convencer de que su proyecto era posible. "Generaba muchas dudas porque todo era nuevo para todos", cuentan. Tanto por los materiales (vidrio macizo) como por lo artesanal de su ejecución: los ladrillos se pegaron uno a uno, con tal meticulosidad que cada uno tenía escrito el día y la hora en que fue puesto.

Ellos mismos querían haber explicado el otro día, en esa rueda de prensa desconvocada por discrepancias entre las Administraciones (Ministerio de Fomento y Ayuntamiento de Madrid) que han subvencionado este proyecto de tres millones de euros, que lo que querían es que el monumento fuese "una mirada desde dentro, desde un espacio que crease emociones, desde una sensación espacial". Por eso, crearon ese mundo aparte, un mundo aislado, casi envasado al vacío. De allí, al cielo.

Arriba, imagen del monumento desde fuera, tal y como está ahora. Abajo, una recreación de la secuencia del acceso a la <i>habitación azul</i> y percepción interior.
Arriba, imagen del monumento desde fuera, tal y como está ahora. Abajo, una recreación de la secuencia del acceso a la habitación azul y percepción interior.BERNARDO PÉREZ / FAM

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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