"Por esta vez, nos libramos"
El gobernador de Tejas pide a la población que no regrese a pesar de que el Rita ha perdido fuerza
Todo podía haber sido mucho peor. En lugar de ser una ciudad destruida o inundada, Port Arthur ha sobrevivido al Rita. Pero el huracán entró por aquí, y por eso las calles están cubiertas de ramas y árboles destrozados; por eso hay tantas casas destruidas y tantos coches aplastados. "Yo no tenía ningún sitio donde ir, y por eso me quedé. Pero fue malo, malo, malo", dice Joe Landrie, que a sus 73 años vaga por la calle y se tambalea bajo la lluvia y el viento: "¿Me puede llevar a la calle 25?".
A cambio, Joe -barba descuidada, camiseta que fue en su momento burdeos y pantalón corto negro- explica por qué no se fue con todos los demás: "Estoy jubilado, tengo poco dinero y no conozco a nadie. Y no quería ir a ningún refugio de ésos".
"No teníamos dinero ni gasolina, así que nos quedamos", asegura un chico negro
Poco podía ocurrir en un Houston casi vacío y una policía dispuesta a todo
Port Arthur, un enclave industrial en Tejas, cerca de la frontera con Luisiana, rodeado de refinerías de petróleo, no es sólo la patria chica de Janis Joplin; desde la madrugada de ayer es también la ciudad que se salvó de ser destruida por el Rita.Todo podía haber sido mucho peor. En lugar de ser una ciudad destruida o inundada, Port Arthur ha sobrevivido al Rita. Pero el huracán entró por aquí, y por eso las calles están cubiertas de ramas y árboles destrozados; por eso hay tantas casas destruidas y tantos coches aplastados. "Yo no tenía ningún sitio donde ir, y por eso me quedé. Pero fue malo, malo, malo", dice Joe Landrie, que a sus 73 años vaga por la calle y se tambalea bajo la lluvia y el viento: "¿Me puede llevar a la calle 25?".
A cambio, Joe -barba descuidada, camiseta que fue en su momento burdeos y pantalón corto negro- explica por qué no se fue con todos los demás: "Estoy jubilado, tengo poco dinero y no conozco a nadie. Y no quería ir a ningún refugio de ésos".
Port Arthur, un enclave industrial en Tejas, cerca de la frontera con Luisiana, rodeado de refinerías de petróleo, no es sólo la patria chica de Janis Joplin; desde la madrugada de ayer es también la ciudad que se salvó de ser destruida por el Rita.El huracán hizo su entrada exactamente entre Port Arthur y Sabine Pass, con categoría 3 y vientos de más de 185 kilómetros por hora. Muy pocos de sus 57.000 habitantes -Joe y otros chiflados, o pobres como ratas como él- estaban allí para esperarlo. La destrucción se ve por todas partes, pero la ciudad sigue en pie, y las refinerías, que habían sido apagadas, arrojan ahora llamaradas victoriosas que anuncian la reanudación de la actividad.
Es difícil circular por Port Arthur. Las calles están cortadas por árboles arrancados de cuajo, semáforos y farolas caídos, trozos de carteles y cables, afortunadamente más telefónicos que eléctricos. Más ramas rotas, decenas de postes de teléfono tumbados. La autopista de entrada tiene partes del asfalto con un palmo de agua; a ambos lados de la carretera se han formado ríos con olas de agua revuelta y marrón que viene en parte de la bahía y en parte de la lluvia que no ha dejado de caer.
La mayoría de las casas en esta zona de trabajadores tiene daños. Algunos son leves, pero el capricho del huracán se ha repartido y varias están completamente destruidas. En el número 2833 de la calle Stadium, una habitación despanzurrada deja al descubierto un dormitorio, con la cama perfectamente hecha pero con ropa tirada por los suelos.
Johnny's Pizza, con letreros rojos y paredes verdes que ya necesitaban una mano de pintura antes del huracán, ha resistido bien, pero Bucaneer Seafoods no podrá servir comidas durante mucho tiempo. La iglesia baptista ha sido protegida por el Señor; el automóvil del pastor, o de algún feligrés, ha corrido peor suerte: una farola descansa sobre el capó. Una gaviota y un perro muertos sobre el asfalto, entre ramas de árboles, recuerdan la violencia de una tormenta llamada Rita.
El huracán descargó sólo sobre las casas, los automóviles y los comercios, porque casi toda la población de Port Arthur evacuó la ciudad a tiempo. Nadie ha venido aún aquí, y no hay policía. Un hombre y una mujer bajan de un vehículo, miran a un lado y a otro y entran en El Rancho, supermercado, taquería y frutería. A los pocos minutos salen con cuatro bolsas; un pillaje discreto, de subsistencia. En sus rostros hay más sensación de culpabilidad que de otra cosa. Otros dos coches circulan lentamente por la calle Twin City; uno de ellos, que lleva en el abierto portamaletas una segadora de césped que acaba de encontrarse, empuja el vehículo de su amigo, menos afortunado: salió a ver lo que pillaba y se quedó sin gasolina. Quince minutos más tarde aparece un patrullero de la policía. Poco después, otro con las luces encendidas. Tarde para la taquería, pero quizá a tiempo para proteger las casas y los comercios vacíos. Un chico negro en bicicleta, con camiseta y bandana, juega al ratón y al gato con los patrulleros: "No teníamos dinero ni gasolina, así que nos quedamos. Ahora estoy viendo lo que ha pasado", dice, con escasa convicción, mientras mira a un lado y a otro.
Las gasolineras, los restaurantes McDonald's, los supermercados ... ninguno ha resistido bien al huracán. Las mamparas están caídas sobre los surtidores, las banderas y los adornos, por los suelos. Hay cristales rotos. Más cables, más farolas derrumbadas, más señales que todavía el aire arrastra. Un hombre corre a duras penas, estorbado por el viento: "Estoy comprobando estos moteles para ver si hay daños". ¿Y los hay? "Algo, pero no demasiado. Por esta vez, nos libramos". Port Arthur es la desolación bajo las nubes de los restos del huracán, pero lo peor no llegó a ocurrir.
La gente regresa con cuentagotas. En parte por el huracán, convertido en tormenta tropical una vez en tierra, y en parte porque las autoridades así lo han pedido: "No es seguro regresar hoy. La tormenta aún es peligrosa. No queremos que la gente que está bien instalada vuelva antes de tiempo. No queremos que vuelvan a atascarse las carreteras de entrada a Houston. Quédense en los lugares en los que están, no salgan a la calle, por favor", pidió ayer desde Austin el gobernador de Tejas, Rick Perry.
En Houston, el alcalde de la ciudad, Bill White, envía el mismo mensaje. La coordinación entre autoridades locales, del Estado y federales es patente; Rita ha sido providencial para el Gobierno en su intento de corregir la imagen de falta de reflejos y de comunicación de hace un mes. Triste paradoja: las víctimas de Katrina murieron por no evacuar Nueva Orleans a tiempo; las víctimas de Rita, hasta ahora -los 24 ancianos de la residencia que se abrasaron en su autobús cerca de Dallas- murieron por evacuar Houston en el momento en el que tenían que hacerlo.
Al hacer balance provisional de los daños -675.000 personas sin energía eléctrica en el área metropolitana de Houston, algunos destrozos, un par de incendios, árboles tronchados y carteles por los suelos- el alcalde dice que pocas veces la ciudad ha estado tan segura: durante el huracán hubo sólo 28 llamadas a la policía -la mitad debido a alarmas que se dispararon por el viento- y 16 detenidos. Bien es verdad que poco podía ocurrir con Houston casi vacío, y también es cierto que la policía -con ninguna se puede jugar en EE UU, pero con la de Texas, menos- había advertido que no iba a andarse con contemplaciones para evitar saqueos y desórdenes.
Patrulleros de policía, ambulancias con sirenas y una columna con más de 300 vehículos militares van hacia Port Arthur, Sabina Pass y las poblaciones más afectadas para evitar el saqueo, despejar los destrozos y para ayudar a los que lo necesiten. Joe Landrie decidió no esperarlos. "Voy a arreglar mi casa. Está entera, pero ya no tengo cristales. A ver si puedo llamar a mi hermano, para que me eche una mano... ¿Usted tiene mucha prisa?"
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