La verdad y el perdón son actos dignos
La dictadura sufrida en El Salvador durante décadas y posteriormente el conflicto armado fueron episodios largos y cruentos. Triste y doliente ha sido nuestra historia.
Hubo muchos salvadoreños, entre ellos mi padre, Roque Dalton, que no sólo fueron vejados por la dictadura, sino que se enfrentaron a ella con su poesía, sus ideas, su humor sarcástico e irreverente, pero también poniendo el pecho y la mente para lograr un mundo mejor.
Con mi familia toda, los que están y no están en El Salvador, decidimos emprender un esfuerzo grande y sacrificado por establecer la verdad en relación al asesinato de nuestro padre.
Quisimos entablar un diálogo con el actual Gobierno desde que Jorge Meléndez, Jonás, involucrado en el asesinato de Roque Dalton, fue juramentado en junio. Todavía más, antes del triunfo advertimos la inconsecuencia de incluir a Meléndez en el Gobierno. Nuestro reclamo lo hacíamos con el derecho que nos otorgan la justicia universal y las leyes locales, aunque a diario se violan en El Salvador.
Hay testigos en el entorno del presidente de la República, Mauricio Funes, entre sus secretarios y asesores más cercanos, que pueden dar fe de nuestro reclamo, e incluso nos manifestaron el derecho que nos asistía de ser escuchados.
Quisimos sentarnos frente a frente con el Gobierno y no sólo para expresarle nuestro dolor, sino también para que exploráramos salidas honorables, como debe ser en una democracia, aunque esto lógicamente no se trata de ninguna negociación política, sino de un acto de justicia y de respeto a la memoria de una personalidad relevante que fue martirizada.
Nunca nos hicieron el más mínimo caso. Es aquel menosprecio a la memoria del Roque Dalton humano e integrante de una familia dolorida lo que hemos recibido durante 35 años. En realidad, la reacción oficial fue una sorpresa nunca esperada.
Nuestras reivindicaciones no han variado desde hace 35 años. Año tras año hemos clamado lo mismo, y hemos sufrido desengaños por la capacidad de Joaquín Villalobos, especialmente, de intentar desmarcarse reiteradamente del crimen. Por otra parte, Jorge Meléndez dice saber "todo", pero que lo dirá cuando él quiera.
Queremos dejar establecido de forma definitiva, y con todo el derecho que nos asiste, lo siguiente:
- Las circunstancias reales en que se dio la muerte de Roque Dalton y Armando Arteaga. Sabemos, por boca de los victimarios, que los asesinados fueron muchos más.
- Quiénes son los responsables intelectuales y materiales de la ejecución de Dalton y Arteaga.
- Cómo, cuándo y dónde los asesinaron.
- Dónde están sus restos, porque existen varias versiones sobre la sepultura.
- Si esta verdad es establecida, exigimos, por último, un humilde, sincero y valiente perdón.
Tenemos desde hace 35 años el corazón desgarrado. Nuestras abuelas, María García y Carmen, viuda de Cañas, murieron sin saber dónde estaba su hijo y yerno, respectivamente. Rezaron hincadas todas las noches para pedir a Dios que aparecieran sus restos para que tuviéramos el consuelo de ir a enflorarlos. Mi madre llora a diario por sus dos Roques muertos: su esposo y su hijo. Como hermanos, Jorge y yo también lloramos y no nos avergüenza hacerlo en público, porque, como ocurrió en la misa ofrecida por el padre José María Tojeira, en la capilla de la UCA el pasado 10 de mayo, también lloran nuestros leales amigos y admiradores de Roque Dalton.
Nuestro mensaje a la sociedad salvadoreña, pero en especial a la izquierda social y política, es que tenemos que ser valientes para encarar la verdad: es lo moral y lo ético. No podemos aceptar enmascarar los crímenes y las injusticias. En nuestro mundo moderno hay dos símbolos de inhumanidad que por desgracia cruzaron nuestras fronteras, y debemos hacer todo lo necesario para negarles la entrada, si es que quisieran volver: esos símbolos son Adolfo Hitler y José Stalin, la extrema derecha que nos quitó a monseñor Romero y la extrema izquierda que nos quitó a Roque Dalton.
También quiero ofrecerles unas palabras a los ex jefes, combatientes y masas del ERP. Ante ustedes, mil veces heroicos y sufridos hijos del pueblo salvadoreño, me arrodillo humildemente. Mi hermano Roquito cayó en la guerra, fue un guerrillero valiente como ustedes; hoy yace su cadáver confundido entre las piedras y los árboles de las montañas de Chalatenango; no tiene más flores que las siemprevivas silvestres de la campiña, pero allí está él reclamando justicia.
Yo también fui guerrillero, con orgullo llevo en el pecho la única medalla que tengo de la guerra: es el hueco de una bala que casi me arranca el corazón. Mi Arcatao heroico fue testigo de las gestas de junio de 1981, cuando el conflicto recién comenzaba y el comandante Douglas me tenía que prestar su fusil hasta que me ganara el propio en los combates. Después de herido fui capturado; conozco las sádicas torturas, pero con ellas los esbirros no lograron arrancar ni mi verdadero nombre. Viví un exilio cruel que sólo fue soportable gracias al calor del pueblo cubano.
A ustedes, ex militantes del ERP, les digo: los asesinos de mi padre tienen nombre y apellido. Les agradezco en el alma a quienes han aportado datos para establecer la verdad y fortalecer las pruebas. Nuestro esfuerzo ayudará a lavar definitivamente la mancha ingrata que Rivas Mira, Villalobos y Meléndez incrustaron en el alma del heroico ERP, al que con sus ideas mi padre también dio vida.
Reitero con toda responsabilidad y derecho humanista que seguiremos como familia luchando por la verdad y la justicia. Sin embargo, también en este 75º aniversario del natalicio de Roque Dalton, hoy, 14 de mayo, pondremos a prueba la institucionalidad de El Salvador, brindándole la oportunidad de enmendar la falta de justicia y verdad de la cual hemos sido víctimas.
A los victimarios de mi padre, les digo: si tuvieron hace 35 años la "valentía" de acabar con su vida y la de Arteaga, tengan hoy y en adelante el coraje y la dignidad de reconocer sus culpas, revelar la verdad y pedir perdón.
A nosotros como familia se nos agotó la paciencia para seguir implorando en vano. Recalco: lo hemos hecho por 35 años (tres veces lo que duró la guerra civil). Lo que no se nos ha agotado es la voluntad de perdonar. El pueblo, desprovisto de su poeta, y Dios en el cielo también los van a perdonar, estoy seguro.
Cuando aparezcan los restos de Roque Dalton y de Armando Arteaga se los vamos a entregar a su amado pueblo. Entonces, el Estado y el pueblo entero deberán hacer lo necesario para colocarlos en un lugar donde acudamos todos y todas, sin excepción, al encuentro de aquel juglar que un día le cantó a su propia poesía, como símbolo de pueblo, vida, lucha y profundo amor:
Agradecido te saludo, poesía,
porque hoy al encontrarte
(en la vida y en los libros)
ya no eres sólo para el deslumbramiento
gran aderezo de la melancolía.
Hoy también puedes mejorarme,
ayudarme a servir
en esta larga y dura lucha del pueblo.
Ahora estás en tu lugar:
no eres ya la alternativa espléndida
que me apartaba de mi propio lugar
Y sigues siendo bella
compañera poesía
entre las bellas armas reales que brillan bajo el sol
entre mis manos o sobre mi espalda.
Sigues brillando
junto a mi corazón, que no te ha traicionado nunca,
en las ciudades y los montes de mi país,
de mi país que se levanta
desde la pequeñez y el olvido
para finalizar su vieja prehistoria
de dolor y de sangre.
Juan José Dalton es hijo del poeta salvadoreño Roque Dalton, asesinado en mayo de 1975.
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