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El valor simbólico del viaje a China de Dilma Rousseff

Existe expectación por saber si la exguerrillera hablará en Pekin en defensa de los derechos humanos

La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, aterriza hoy lunes en Pekín para un viaje oficial al que ha querido imprimirle un simbolismo especial por coincidir con los 100 días de su Gobierno. Pese a tratarse de su tercer viaje como jefa de Estado, después de los de Argentina y Portugal, este a China se considera su primer gran examen internacional.

China es al mismo tiempo, como ha escrito en Folha de Sâo Paulo Eliane Cantanhede, "aliada y adversaria" de Brasil. Aliada porque es el segundo inversor extranjero en el país, después de los Estados Unidos, y está pendiente de 29.000 millones de dólares en inversiones brasileñas concentrados en minerales, energía y agricultura. Adversaria porque, según el Gobierno, no actúa con "reciprocidad", dándose a menudo a una competencia comercial desleal, sobre todo mediante la desvalorización de su moneda.

Se espera que Rousseff recuerde a Pekín lo que no dudó en recordar al presidente estadounidense, Barack Obama, cuando visitó Brasil: al mandatario le exigió "coherencia y apertura comercial" en sus relaciones con Brasil.

Brasil quiere que China no se limite a comprar tierras en Brasil para, por ejemplo, producir su propia soja; tampoco quiere que únicamente compre productos brasileños. Prefiere que abra fábricas en el país, que invierta también en infraestructuras. Rousseff va a China interesada especialmente en unos acuerdos puntuales en el área de la tecnología, y muy concretamente de la tecnología digital.

Quiere, por ejemplo, que la compañía china de electrodomésticos ZTE se instale en Hortolandia, en el Estado de Sâo Paulo. Rousseff espera vender su gran proyecto de ensanchar en todo el país la banda larga, y para ello va a visitar la fábrica de ZTE en Xián y se va a reunir con ejecutivos de Huawei, compañía que, siendo líder en el mercado de banda larga fija y móvil, actúa ya en Brasil desde 1999 junto con las principales operadoras de teléfonos de Brasil. Quiere también la presidenta brasileña firmar importantes acuerdos entre las grandes firmas estatales del país, como Petrobrás y Eletrobras, y empresas chinas como la State Grid y Sinopec, para que colaboren en las áreas de tecnología de prospección e investigaciones geológicas.

Rousseff necesita a China hoy más que nunca ya que ha heredado una situación económica nada halagüeña: su Gobierno sufre para controlar la inflación y sujetar la caída del dólar que tanto perjudica a las exportaciones.

Al mismo tiempo existe una cierta expectación por saber si la exguerrillera y torturada durante la dictadura militar hará alguna alusión en China a la defensa de los derechos humanos, por ejemplo defendiendo al perseguido Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, y al desaparecido artista Weiwei. Se espera que, al igual que hizo con Irán condenando la práctica de la lapidación de las mujeres, deje alguna señal de que ella desea ser menos condescendiente que su antecesor, Lula da Silva, en la condena de los atropellos a los derechos humanos. ¿O prevalecerán los intereses económicos y se callará ante todo lo demás?

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