Los talibanes avanzan hacia Islamabad
Los integristas toman el control de una zona a 100 kilómetros de la capital de Pakistán - El Gobierno envía fuerzas paramilitares para frenar la amenaza
Las patrullas de talibanes controlando las carreteras y pueblos del distrito de Buner, a un centenar de kilómetros de Islamabad, han disparado la alarma en Pakistán. El Gobierno envió ayer a dos centenares de miembros del Frontier Constabulary, las fuerzas auxiliares de la frontera, para tratar de retomar el control. Aunque la exhibición de fuerza no supone una amenaza inmediata para la capital, constituye una indicación del creciente ímpetu de los insurgentes, apenas diez días después de que el Gobierno se plegara a sus exigencias de establecer la ley islámica (sharia) en el vecino valle de Suat.
"Si los talibanes continúan su avance al ritmo actual, pronto estarán llamando a las puertas de Islamabad", manifestó el miércoles ante el Parlamento Fazl ur Rehman, jefe de Yamiat-e-Ulema-e-Islam, el principal partido islamista de Pakistán.
La democracia es "un concepto ajeno al islam", dice el líder religioso de Suat
Tal vez sea exagerado, pero preocupa que, desde las montañas de Buner, los talibanes tienen acceso a las llanuras de Suabi que llevan directamente a la autopista entre Islamabad y Peshawar, la capital de la Provincia Fronteriza del Noroeste. El distrito de Buner, con cerca de un millón de habitantes, es también la puerta a la ciudad de Mardan, la segunda en importancia de esta provincia, después de Peshawar. Ayer, poco después de llegar a Buner para reforzar la seguridad, las fuerzas paramilitares fueron atacadas por hombres no identificados.
Desde Occidente se observa con pavor el descenso al caos de este vecino de Afganistán, donde tropas de medio centenar de países -entre ellos España- combaten a los talibanes y otros grupos simpatizantes de Al Qaeda, y que además tiene armas atómicas.
El portavoz del Ejército paquistaní, el general Atar Abás, negó que la situación fuera tan grave como se había pintado. Según él, los insurgentes apenas controlan una cuarta parte de Buner, sobre todo en el norte del distrito. "Somos plenamente conscientes de la situación", dijo el militar, citado por las agencias de prensa, "y se le ha dicho a la otra parte que saque a su gente de esa zona". Hay miles de soldados en el valle de Suat, pero ninguno en Buner, donde la única fuerza armada es la policía.
Y eso a pesar de que la llegada de los talibanes a este enclave montañoso era una crónica anunciada desde febrero, cuando el Ejército aceptó una tregua con ellos en Suat y se replegó a sus cuarteles. Los extremistas, sin embargo, no han cumplido su palabra de deponer las armas. Según el diario Dawn, empezaron su asalto a principios de abril, cuando un primer grupo de milicianos con armamento pesado cruzó las montañas que separan ese valle de Buner. Los policías, mal pagados y mal equipados, no se han enfrentado a ellos.
Lo más dramático del caso es que los propios habitantes se habían organizado para hacer frente al avance talibán. Fue el año pasado, a raíz de que los fanáticos trataran de tomar el santuario del santo sufí Pir Baba, una de sus principales atracciones y que solía congregar a peregrinos de todo el país. Así que cuando los talibanes, que condenan la veneración de santos como una superstición, amenazaron el lugar, los aldeanos de los alrededores montaron patrullas de vigilantes y les obligaron a retroceder.
Pero tras la retirada del Ejército de Suat, la moral de los vecinos parece haber decaído, y algunos pueden haber considerado que es mejor no oponer resistencia. Al fin y al cabo, los talibanes están mejor armados y disponen de campos de entrenamiento en ese valle, por lo que muy probablemente iban a terminar avanzando de todos modos.
Hace diez días que los extremistas cerraron el santuario de Pir Baba, y desde entonces han ido avanzando sin parar hacia el resto del distrito. El miércoles ordenaron a los miembros de las ONG locales que abandonaran sus oficinas y las saquearon.
Tampoco han mantenido en secreto sus intenciones. A principios de esta semana, su portavoz, Muslim Jan, juró extender la ley islámica más estricta a todo Pakistán. Incluso se permitió invitar a Suat a Osama Bin Laden. El líder religioso de ese valle, Sufi Mohamed, también ha explicado que la democracia es "un concepto ajeno al islam" y que los talibanes pretenden acabar con ella en Pakistán. Estos acontecimientos no sólo han alarmado a Estados Unidos y sus aliados occidentales, sino a la mayoría de los 170 millones de paquistaníes. The News pedía en un editorial al Gobierno y al Ejército que actúen de una vez.
Los radicales quieren imponer la ley islámica en todo el país
No hace falta salir de Islamabad para encontrarse con los islamistas que pretenden la imposición de la sharia (ley islámica) en Pakistán. Con la inesperada y sorprendente puesta en libertad del maulana Abdul Aziz, la semana pasada, la Mezquita Roja de la capital ha vuelto a convertirse en el faro ideológico de los extremistas, sin haberse cumplido dos años de la sangrienta confrontación que las fuerzas de seguridad libraron contra sus seguidores.
En su primer sermón después de estos meses de arresto domiciliario, Aziz pidió sin ningún recato el pasado viernes el establecimiento de la sharia en su país y en el mundo. El clérigo, que en julio de 2007 fue detenido cuando intentaba huir del asalto a esa mezquita disfrazado con un burka, aseguró que la suya era una lucha pacífica, pero dejó entrever que no descartaba apelar al uso de la fuerza.
"Si el Gobierno quiere paz y estabilidad, debería adoptar el sistema [jurídico] islámico", declaró. "Pero si elige la senda de la agresión y la fuerza, agravará la situación", añadió en una poco velada amenaza ante la multitud de enturbantados que le jaleaban en medio de estrictas medidas de seguridad. La policía había rodeado con alambre de espino todo el perímetro de la mezquita y mantuvo una discreta vigilancia de las plegarias. El maulana, tratamiento de respeto que en el subcontinente indio y Asia Central se antepone al nombre de los graduados de las escuelas coránicas, negó que haya pactado con las autoridades, a pesar de que aún tiene 26 causas abiertas.
Aziz apoyó junto a su hermano y asistente, Abdul Rashid Gazi, el ascenso al poder de los talibanes en el vecino Afganistán durante los años noventa. Para 2007 ambos estaban empeñados en convertir Pakistán en un Estado islámico en esa misma línea. De hecho, en los meses que precedieron al choque con las fuerzas de seguridad, en el que Gazi resultaría muerto, almacenaron armas en el recinto de la mezquita y enviaron a grupos de estudiantes de su madraza en misiones morales contra videoclubes y presuntos prostíbulos en una clara provocación al Gobierno.
Más de un centenar de personas murieron en el asalto que siguió a esa demostración de fuerza de los islamistas y que marcó un aumento de los atentados en todo el país. Aziz se refirió a ellos como mártires e instó a otros a sacrificar su vida por el islam. De ahí que los observadores teman que su libertad para predicar inspire un nuevo estallido entre sus seguidores, incluidos grupos extremistas y sectarios ilegalizados
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