Los 'rusos' deciden mañana el sucesor de Olmert en Israel
Uno de cada cinco votantes procede de países de la antigua Unión Soviética
A finales de la década de los ochenta, el muro de Berlín se desplomó y una masiva inmigración judía procedente de las repúblicas soviéticas fue bienvenida en Israel. Hace 10 años, Avigdor Lieberman fundó Yisrael Beiteinu (Nuestra Casa Israel), un grupo ultraderechista a imagen y semejanza del partido que encabezara en Rusia el entonces presidente Vladímir Putin. Hoy, 1,25 millones de los 7,3 millones de israelíes hablan ruso. Y será este segmento del electorado, el 20% de la población judía del Estado, amantes por tradición del puño de hierro, el que decidirá mañana quién reemplaza a Ehud Olmert como primer ministro del país.
El Likud y Kadima, a la cabeza en las encuestas, son conscientes de que el voto ruso será crucial, y han amoldado las campañas y su discurso electoral para dar gusto a sus oídos.
Livni y Netanyahu cortejan en sus campañas a los inmigrantes rusos
En las ciudades de Ashkelón, Ashdod, Netania, Beersheva, Netivot y en las colonias de Ariel o Gilo, en la Cisjordania ocupada, se escucha a los lugareños hablar ruso tanto como se oye hebreo. Los rótulos de las tiendas en alfabeto cirílico forman parte del paisaje. Dos canales de televisión emiten en la lengua de Tolstoi. Pero nunca como ahora han sido tan decisivos. No hay partido con aspiraciones que no cuente con políticos rusos en puestos relevantes de su lista. Benjamín Netanyahu, líder del Likud, ha prometido a Lieberman uno de los ministerios destacados de su Gabinete; la ministra de Exteriores y candidata de Kadima, Tzipi Livni, no le descarta como socio de Gobierno, e incluso ha prometido el cargo de ministra a Marina Solodkin, una mujer de origen ruso a la que Olmert despreció.
Y claro, el lenguaje que adoran los seguidores de Yisrael Beiteinu ha adornado los actos electorales. "Los alcanzaremos cuando estén en el retrete", ha dicho el candidato laborista, Ehud Barak, sobre los líderes de Hamás. "Derrocaré a su Gobierno", añadió Bibi Netanyahu. "Si soy primera ministra, cualquier ataque con cohetes desde Gaza recibirá una respuesta inmediata y contundente", replica Livni.
Todos se quedan cortos respecto a Lieberman, que ha propuesto la ejecución de los diputados árabes que entablen contactos con Hamás y que se lance a los presos palestinos al mar Muerto. No son de extrañar estas palabras en boca de un político que dio sus primeros pasos en el Kach, un partido ilegalizado en 1988 por sus posturas manifiestamente racistas.
"La guerra de Gaza ha cambiado totalmente la agenda electoral. Antes hablaban de educación, de corrupción. Los temas sociales y la paz apenas se mencionan. Tan sólo la crisis económica porque es un asunto global. Las ideologías de los tres partidos se solapan", explica Arie Kacowicz, profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Hebrea. Una evidencia que causa desazón en una opinión pública de por sí hastiada de la clase dirigente y de sus componendas. Muchos analistas aventuran que la participación -63,5% en 2006- caerá a su nivel más bajo en la historia de Israel.
La inquietud aflora en el Likud durante los últimos días de campaña debido a la estrategia de Netanyahu, que rechaza todo ataque a Lieberman. Bibi es consciente de que este político xenófobo atesora enorme popularidad entre la población de origen ruso, y que compite con él por el mismo caladero de votos. Por eso dice: "Votar a Lieberman puede convertir a Tzipi Livni en jefa de Gobierno".
El jefe de Yisrael Beiteinu, que detesta a varios miembros de la élite del Likud, juega a romper los nervios de Bibi, se deja querer por todos, y rechaza anunciar su preferencia a la hora de elegir un socio de coalición en el futuro Gobierno.
Sea cual sea el desenlace, pocas son las incertidumbres sobre el futuro de las políticas israelíes. Los tres favoritos son vástagos de la misma cuna política. Lieberman ejerció como director de la Oficina del Primer Ministro cuando Bibi ocupaba la jefatura del Gobierno a mediados de la década pasada, y la aspirante de Kadima pertenecía entonces también al Likud. Las líneas maestras de los tres partidos que encabezan los sondeos son casi un calco. Hay una única incógnita a despejar en un sistema político extremadamente personalizado: si los 900.000 indecisos -que decidirán el destino de unos 25 escaños- inclinarán con claridad la balanza a favor de Livni o Netanyahu.
El rabino que planta cara a Lieberman
El gran rabino Ovadia Yosef, líder espiritual del Shas, el partido ultraortodoxo sefardí y aliado clave -12 escaños en la actual Kneset- en los últimos Gobiernos israelíes, arremetió sin piedad contra Avigdor Lieberman, jefe de Yisrael Beiteinu.
Yosef predica cada noche de los sábados en su casa de un barrio jerosolimitano y es el único que ha osado atacar al ultraderechista. "Hay quien no tiene Torá, quien promueve el matrimonio civil, vende cerdo en las tiendas y fomenta el alistamiento en el Ejército de estudiantes de las yeshivas [escuelas religiosas]. Quienes respalden a Lieberman refuerzan a Satanás y cometen un pecado intolerable", advirtió el respetado líder religioso.
El Shas es reflejo, aunque no el único, de las tendencias teocráticas que también aquejan al Estado sionista, un país en el que resulta casi imposible subirse a un autobús, comprar en un supermercado o acudir a muchos restaurantes en Sabath.
Lieberman es la bestia negra del partido ultraortodoxo. Racista antiárabe, pero laico en estado puro, uno de los pilares de su campaña es la promesa de que regulará el matrimonio civil, inexistente en Israel, y que promoverá la regulación de las conversiones al judaísmo para hacer más llevadero el proceso. Son unas 300.000 personas, la mayoría de origen ruso, las que pretenden su aceptación en la comunidad judía. Pero los rabinos exigen estudios religiosos que se prolongan años. Imposibles de llevar a cabo para un creyente con empleo.
El mensaje de Ovadia Yosef iba dirigido más a los votantes de cualquier formación que a sus fieles, que acostumbran a votar Shas con disciplina. Para su parroquia, sabedor de que en las encuestas pintan bastos (pierde un par de asientos en la Kneset), tampoco eludió la amenaza divina: "Quien se quede en casa y no acuda a votar sufrirá un gran castigo".
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