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Columna
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El precio de la victoria

Esta vez Israel ha golpeado demasiado fuerte. Por supuesto, están esos soldados que lían el petate haciendo la V de la victoria; y está también la sonrisa satisfecha de Ehud Olmert en mitad de los dirigentes europeos llegados para abogar por el alto el fuego y hablar de paz. El hombre que portaba la carga de la práctica derrota frente a Hezbolá es el mismo que ahora puede vanagloriarse de haber hecho retroceder a Hamás. Pero ¿a qué precio? Al del sacrificio de la confianza que buena parte de la opinión pública de nuestros países depositaba aún en la democracia israelí. Demasiadas víctimas civiles, demasiados niños muertos: para la opinión pública, Israel ha ocupado sin duda el lugar de George Bush, culpable también, aunque no tanto de la guerra como de la forma (Guantánamo, Abu Ghraib) en que permitió que se desarrollase, a costa de los valores en los que se suponía se basaba su acción. Es pues la primera vez que en Europa, Reino Unido e incluso Estados Unidos se ha alzado un número significativo de voces para denunciar posibles crímenes de guerra.

El triunfo militar puede resultar inútil para Israel si el próximo Gobierno es incapaz de construir la paz

La respuesta a la pregunta de por qué Israel se ha beneficiado siempre -y no sólo en Occidente, sino también en numerosos países árabes-, de una forma de indulgencia, es que todo el mundo es consciente de lo que es Hamás: no un movimiento nacional que, como el Fatah de Arafat, y hoy de Abbas, intente edificar un Estado palestino, sino un movimiento fundamentalista y fanático que pretende extender su influencia sobre la "comunidad de creyentes" y, por tanto, hacerse con el poder lo mismo en Egipto (a través de su matriz: los Hermanos Musulmanes), que en Indonesia o Líbano, y, claro está, derrotar a Israel. Esto representa una diferencia esencial que, por supuesto, modifica el análisis de la situación: la indulgencia será necesaria mientras dure la obsesión por destruir Israel.

Hamás no sólo ha podido comprobar los límites del apoyo de Irán, sino también el deseo de los grandes países árabes de la región de ver a Israel infligirle una derrota y frenar así su expansión. Los dirigentes de Hamás se inspiraban imprudentemente en Hezbolá, subestimando la capacidad de los militares israelíes para extraer lecciones de su expedición contra el sur del Líbano en 2006. En consecuencia, han sufrido y han hecho sufrir a la población de Gaza, un diluvio de fuego. Y se han visto completamente aislados diplomáticamente.

Desde el punto de vista de Israel, la victoria militar puede resultar totalmente inútil y cargada de consecuencias -teniendo en cuenta el coste humano (o más bien inhumano) infligido a la población de Gaza-, si su próximo Gobierno resulta incapaz de construir la paz.

Desde el intento de Ehud Barak en Camp David, bajo los auspicios de Bill Clinton, de sellar la paz con Arafat y Fatah (que este último rechazó in extremis), Israel ha demostrado no tener estrategia. Al menos una que no sea ganar tiempo. Ya en la época de Moshe Dayan, Nahum Goldman, presidente del Congreso Judío Mundial, observó que tal vez llegaría el día en que los norteamericanos no se conformarían con entregar armas a Israel, sino que condicionarían su apoyo al respeto, por parte de este último Estado, de ciertas directivas y consejos políticos. Dayan respondió: "Ese día ya pensaremos en ello".

A su manera, Ariel Sharon lo hizo y concibió las retiradas unilaterales, cierta forma de paz también unilateral y dos Estados separados. Su sucesor, Olmert, no ha demostrado la menor visión estratégica, ni siquiera unilateral. Y las próximas elecciones bien podrían dar la victoria a quienes se contentan con ganar tiempo, cuando no son extremistas, como Benjamín Netanyahu. Sin embargo, la política del bloqueo ya demostró que Hamás es capaz de transformar Gaza en un fortín; y la ofensiva recién concluida ha cohesionado a una parte de la población en torno a un movimiento cuya popularidad, por el contrario, habría convenido socavar.

Habrá que esperar que, tras la libertad de acción otorgada a los militares, Israel se dote de una dirección política realmente decidida a aceptar al Estado palestino. Será necesario que la política norteamericana adopte un nuevo rumbo, así como la cohesión entre norteamericanos, europeos y países árabes "moderados", que, tras comprobar que el sufrimiento ha llegado al límite, se organicen para imponer una paz duradera y segura para Israel. A no ser que acepten que, pese a una derrota momentánea, los extremistas recuperen terreno.

Traducción: José Luis Sánchez-Silva.

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