La pobreza atrae al desastre
Una vez más se repite la misma historia. En esta ocasión ha sido un terremoto de 7,0 en la escala Richter el que ha sacudido a las 16.53 horas de ayer el país más pobre de América Latina. Apenas un año después que los huracanes Gustave e Ike causaran medio millar de víctimas y casi un millón de damnificados, además de cuantiosas pérdidas en la ya maltrecha economía del país.
El terremoto de ayer fue especialmente grave, no tanto por su intensidad, relativamente importante (900 veces inferior al que originó el gran tsunami en el océano Índico en 2004), como por la proximidad de su epicentro con la capital, Puerto Príncipe. Aunque todavía nadie se atreve a hacer un balance de víctimas, las imágenes y los testimonios que nos llegan muestran que el efecto ha sido devastador en algunas zonas de la ciudad.
Nadie puede evitar un terremoto, pero sí se puede reducir la vulnerabilidad de quienes viven con ese riesgo
En Puerto Príncipe reina el caos. Muchas personas permanecen atrapadas en los escombros, miles son las que deambulan por las calles porque lo perdieron todo o porque no se atreven a entrar en sus casas. No existe suministro eléctrico y las comunicaciones no funcionan, la precaria red sanitaria está absolutamente desbordada (alguno de los hospitales principales tampoco resistió).
Las propias instalaciones de las agencias humanitarias y la Minustah (la misión de Naciones Unidas en Haití) están seriamente dañadas, lo que dificulta aún más su capacidad para responder de forma inmediata. Ahora es el momento de la solidaridad. De la búsqueda y el rescate a contrarreloj de supervivientes, de prestar atención sanitaria urgente, de proveer refugio y alimento y de instalar equipos de agua y saneamiento antes de que surja la epidemia.
Pero es ahora también, antes de que Haití vuelva una vez más al olvido mediático, el momento de preguntarse por qué son siempre los más pobres los que sufren las peores consecuencias de los desastres naturales. Nadie puede evitar que un terremoto ocurra, pero sí podemos hacer algo (o mucho) para reducir la vulnerabilidad de quienes tienen que vivir con ese riesgo.
El desastre lo causó el terremoto, pero también lo causó el dumping que obliga a los campesinos a abandonar sus campos de arroz en Artibonite y emigrar a la capital, las condiciones en las que se hacinan cientos de miles de personas en distritos como Cité Soleil o Martissant, la falta de empleo para la mayor parte de los jóvenes en Puerto Príncipe, los servicios sanitarios que no cubren las necesidades más básicas de la población, la insoportable inflación en 2008 del precio de los alimentos. La pobreza atrae al desastre.
Más que nunca Haití necesita ayuda para la reconstrucción. La comunidad internacional tiene el deber de actuar a tiempo y evitar el hundimiento del país.
Miguel Ángel Herrero es director regional de Intermón-Oxfam para Centroamérica y Caribe
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