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Reportaje:

La frontera del crimen

El tráfico de drogas y armas confluye con la emigración ilegal en el explosivo Estado mexicano de Sonora. En un enfrentamiento entre 'narcos' y policías murieron 16 sicarios, cinco agentes y tres civiles

"Tengo la sensación de que esto no ha terminado", sospecha María Cristina Berny de Castro, directora del Museo de Cananea, en el norte de México. El alcalde, Luis Carlos Cha, vaticina que pasará mucho tiempo hasta que la ciudadanía recupere la confianza: "Todo puede ocurrir a partir de ahora". Un policía municipal admite abiertamente: "No tengo miedo, pero sé que corro peligro". Los habitantes de este pueblo minero de 20.000 habitantes no olvidarán fácilmente la pesadilla de hace tres semanas, cuando un comando de sicarios del narcotráfico irrumpió de noche, se adueñó de las calles y sembró el terror durante varias horas. En su huida se llevaron secuestrados a cinco policías, que fueron asesinados, y algunos civiles. El convoy siniestro fue interceptado al día siguiente en la sierra de Sonora, donde se desencadenó una balacera interminable.

"Cuídate mucho porque parece que van por los periodistas", advirtieron a Ruiz
15 agentes locales de Cananea pidieron la baja tras el último golpe del crimen organizado

El enfrentamiento dejó 16 sicarios muertos y 17 capturados y cinco agentes y tres civiles ejecutados. Según el alcalde, "el ataque fue una respuesta al trabajo del presidente Calderón", que ha ordenado una ofensiva contra el narcotráfico en varios Estados de México. El edil ha solicitado al Gobierno el envío de policías federales y militares "porque la Policía Municipal no está preparada para atacar el problema". Una quincena de agentes locales de Cananea pidió la baja después del último zarpazo del crimen organizado.

Jesús Renato Serrano, padre de tres hijos, era el encargado del Grupo Operativo de la Policía Municipal de Cananea. Estaba en su casa la noche del ataque."Era mi día de descanso. Sonó el teléfono a la 1 de la mañana, y estuve pendiente toda la noche". Cuenta que llegaron unos 70 hombres, con uniformes militares de camuflaje y de color negro como los de la Agencia Federal de Investigación (AFI), armados hasta los dientes y a bordo de una veintena de camionetas, algunas de ellas blindadas.

En cuestión de minutos se convirtieron en los amos y señores de la ciudad. Cortaron las líneas telefónicas de la Policía Municipal y de la Federal, instalaron controles en las calles para revisar los vehículos, entraron en casas y secuestraron a varias personas. Entre las víctimas había dos vendedores de cocaína que solían recorrer la ciudad en un vehículo conocido popularmente como "el carrito feliz". Nunca más se supo de ellos.

Durante horas, nadie se interpuso en el camino del convoy, ni en la ciudad ni en las carreteras del Estado de Sonora. Ninguna autoridad ha sido capaz de dar una explicación convincente del porqué de la ausencia de fuerzas de seguridad para detener el avance del convoy criminal. ¿Dónde estaban los distintos cuerpos policiales? ¿Y el Ejército, que tiene desplegados puestos de control en diversas carreteras?

La columna de sicarios fue descubierta al día siguiente, 12 horas después de su irrupción en Cananea y a más de 100 kilómetros de distancia, cuando avanzaba por una quebrada de la sierra San Antonio. Un helicóptero de la Policía estatal enviado por el gobernador de Sonora, Eduardo Bours, divisó la caravana de vehículos en las proximidades de Arizpe, una apacible localidad de 2.000 habitantes. Según cuentan algunos testigos, los fugitivos se habían perdido en una zona conocida como Baimpa, y buscaban desesperadamente un escondite, aparentemente un rancho del narcotraficante más buscado de Sonora, Francisco Hernández García, alias El Dos Mil, que, según la policía, es "el jefe de la plaza".

Decenas de vehículos policiales rodearon la zona y comenzó el tiroteo. "Los cazaron como conejos", explica Cronopio Bernal Copillo, vecino de Arizpe. "Huían a pie monte arriba y dejaron abandonados carros preciosos, nuevecitos nomás". Últimos modelos de Jeep Grand Cherokee, Chevrolet Silverado, Ford Lobo, Jeep Commander, Lincoln Navigator? "Todos tenían muchos impactos de bala. Las puertas estaban hechas gelatina", comenta Copillo. En el interior de los vehículos y en un radio de varios kilómetros a la redonda quedó esparcido un arsenal de armas largas y cortas.

Un recorrido por las vaguadas del arroyo Baimpa permite descubrir diversas huellas del enfrentamiento. Manchas de sangre seca, trazos de cuerpos que fueron arrastrados y, oculta entre la maleza, una casaca de camuflaje fabricada en Honduras con los bolsillos repletos de casquillos de bala. Fuentes policiales aseguran que varios de los sicarios muertos eran antiguos miembros del Grupo Anfibio de Fuerzas Especiales del Ejército mexicano.

El secretario (ministro) de Seguridad Pública, Genaro García Luna, declaró en una reunión con la prensa extranjera que los integrantes del convoy de Cananea pertenecían al Cartel del Golfo, una de las dos principales bandas de narcotraficantes, cuya fuerza de choque ?los Zetas? fue creada por desertores de grupos especiales del Ejército.

"A los muertos los cargaban como leña, y a los que capturaron les ponían suero porque estaban deshidratados", recuerda Copillo. Trescientos policías y soldados peinaron durante varios días las montañas en busca de los que consiguieron escapar. Algunas voces insinúan que siguen ocultos en pueblos y ranchos.

La pregunta está en boca de muchos lugareños: ¿Volverán por la revancha? Seis días después del enfrentamiento, el miedo se apoderó de nuevo de los habitantes de Cananea. Una llamada anónima advirtió de que se acercaba un convoy con sed de venganza, "van a matar a más policías". El alcalde dio el aviso por radio. Madres aterrorizadas se agolparon en las escuelas en busca de sus hijos, los comercios cerraron las puertas y en cuestión de minutos las calles quedaron desiertas. La alarma se extendió a las localidades fronterizas de Naco y Agua Prieta, y las autoridades decretaron el toque de queda. El periodista Juan Carlos Ruiz, del diario Nuevo Día de Agua Prieta, arrancó a toda velocidad rumbo a Cananea. Una compañera, recuerda, le llamó por el móvil y le dijo: "Cuídate mucho porque parece que van por los periodistas".

La ola de rumores parecía no tener fin. En Naco, el comandante de la Policía Municipal decía a través de la radio que sus hombres estaban preparados "para recibir a los guerrilleros". Todo fue una falsa alarma.

El tráfico de drogas y de personas discurre en el Estado de Sonora por caminos paralelos que a veces se entrecruzan. Localidades como Cananea, Agua Prieta y Naco son tierra de paso de miles de emigrantes ilegales hacia Estados Unidos y zonas en disputa de bandas de narcotraficantes. El cartel de Sinaloa, que dirige Joaquín El Chapo Guzmán, controlaba el negocio sin problemas hasta la irrupción en Sonora del cartel del Golfo, de Osiel Cárdenas (extraditado a EE UU).

La guerra entre carteles de la droga cuenta con la complicidad de las fuerzas de seguridad. Basta una mirada al triángulo Cananea-Agua Prieta-Naco. Ramón Tacho Verdugo, ex jefe de Policía de Cananea fue asesinado en marzo pasado cuando ocupaba el mismo cargo en Agua Prieta. Su lugarteniente, Gabriel Hurtado, dirige hoy la Policía Municipal en Cananea y está en paradero desconocido. Roberto Tacho, hermano de Ramón, fue jefe de Policía de Naco hasta febrero pasado, cuando se entregó a la policía fronteriza estadounidense a bordo de un vehículo cargado de marihuana. Está preso en Arizona.

El tráfico de drogas y la emigración ilegal hacia el vecino del norte se complementan con el contrabando de armas que ingresan ilegalmente a México procedentes de EE UU con destino a la delincuencia organizada. Así se cierra el círculo de un negocio tan rentable como criminal.

Dos agentes mexicanos enmascarados llevan detenido a un narcotraficante en Sonora.
Dos agentes mexicanos enmascarados llevan detenido a un narcotraficante en Sonora.NUEVO DÍA

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