Vuelve la guerra de las favelas
Los 'narcos' y las milicias rompen la tregua vivida en los barrios marginales de Río de Janeiro durante los Juegos Panamericanos
La paz que vivió la ciudad de Río de Janeiro durante los Juegos Panamericanos, celebrados en julio, fue una especie de espejismo. Duró sólo 48 horas. El miércoles se reanudó con furia la lucha entre los traficantes de drogas de las favelas y las nuevas milicias, grupos formados por ex policías que alegan defender a las comunidades amenazadas por los narcotraficantes. Nueve personas, al menos, han muerto.
La muerte del estudiante William Alves, de 22 años, padre de un niño de un año, un joven muy apreciado en la favela, motivó una protesta que llevó al cierre de la autopista Grajaú-Jacarepaguá. Mientras, un autobús y dos coches fueron incendiados. Según los dueños de las empresas de autobuses, el miedo a nuevos ataques alteró la ruta de las 40.000 personas que usan cada día los 155 autobuses que hacen ese trayecto. Los niños tuvieron que hacer kilómetros a pie para ir a la escuela. Un gran aparato de más de 10.000 hombres entre policía civil, militar y miembros de la Fuerza Nacional de Seguridad hizo de Río una ciudad casi sin violencia durante un mes. Una especie de paraíso desconocido en los últimos 20 años. No sólo hubo paz en la ciudad -disminuyeron hasta un 80% los homicidios y asaltos-, sino también en las martirizadas favelas, en cuyas estrechas callejuelas se cruzan a diario los tiros de la policía, de las bandas de traficantes y de las milicias que pretenden por su cuenta defender a los habitantes.
Los expertos estudian aún por qué los traficantes y las milicias hicieron callar sus fusiles y ametralladoras durante los juegos. Según César Maia, alcalde de Río, experto en los temas de violencia, se debió a que los narcotraficantes hacen buen negocio durante los grandes acontecimientos de masas y que ellos lo único que quieren es realizar tranquilos su negocio. Por otra parte, la policía tampoco actuó esos días en las favelas, que vivieron también una inusitada paz, con los niños saliendo hacia la escuela sin tener que correr y protegerse contra las balas perdidas.
Ahora, el gobernador de Río, Sérgo Cabral, ha conseguido del presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, que se quede en la ciudad el 75% de los equipos desplegados para los juegos, todos ellos dotados de tecnología moderna. También permanecerán hasta diciembre los 2.500 hombres de la Fuerza de Seguridad. El gobernador ha demostrado que la presencia ostentosa de agentes en las calles acaba inhibiendo, en casi en un 50%, los delitos más comunes, como homicidios, asaltos a personas, robos, secuestros, etc.
Río vive un momento particular. El Gobierno del Estado cuenta, por primera vez, con un hombre, Cabral, que es amigo de Lula, al revés de lo que acontecía anteriormente con el matrimonio Garotinho, que eran sus peores adversarios políticos, por lo que la ciudad había quedado poco menos que abandonada a su suerte. Cabral se ha comprometido formalmente a dar la batalla contra la violencia. "El interés de mi Gobierno en la seguridad pública será máximo", dijo días atrás, haciendo suya la frase del ex primer ministro británico Tony Blair de que "la seguridad es la primera de las libertades".
Nadie duda de la buena voluntad de Cabral de hacer frente a la seguridad de Río, la ciudad más turística del país, lo que significa frenar al formidable poder de los traficantes de drogas -mejor armados que la policía-, además de frenar la corrupción de buena parte de la policía, connivente con lo narcos, a quienes vende sus armas y que actúan con total libertad en las favelas. A veces, son menos odiados que la misma policía.
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