Vuelta a clase en Gaza para superar el trauma
Los niños palestinos regresan hoy al colegio marcados por el sufrimiento de un mes de combates
Comenzaron a verse mochilas en las espaldas de los niños de Gaza. Volvieron ayer a las escuelas unos 200.000, aunque otros 200.000 tardarán algún tiempo en pisar sus aulas porque los colegios de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (UNRWA) abrirán sus puertas en los próximos días. Ahora, siguen atestados de personas que tuvieron que abandonar sus casas para comprobar a su regreso que de ellas sólo quedan un montón de escombros. Buena parte de esos estudiantes no escuchará a sus profesores en las escuelas a las que siempre acudieron. Las bombas israelíes las han aplastado. Literalmente. Sólo retirar los cascotes y los enormes trozos de techos y paredes llevará meses. Es el caso de la Escuela Americana de Beit Lahia. Otras 35 han sido destruidas.
En uno de los centros de Beit Lahia, decenas de alumnos podrían entrar en las aulas por los boquetes abiertos por la artillería israelí. Es un alivio también para los adultos. Jalil, padre de cuatro hijos, dos en edad escolar, asegura: "Es casi insoportable estar todo el día con ellos metidos en casa. Es para volverse locos. Los niños necesitan correr, jugar e ir a clase". Es casi seguro que sólo hablarán de un asunto: el ataque israelí.
Más que de impartir clases, se trata de que los chavales salgan de la terrible rutina que han sufrido desde el 27 de diciembre. Muchos echarán en falta a compañeros fallecidos. O a los ingresados en los hospitales. Como Fayez Mohamed Gadash, de 16 años, al que le arrancaron un pedazo de muslo cuando pasaba junto a la escuela de UNRWA en la que murieron 43 personas. O Mahmud Nabil Slim, de 11 años, al que los médicos hacen beber agua con una jeringuilla porque apenas puede abrir la boca. Recibió metralla en la mandíbula y en el pecho.
No aprenderán mucho los próximos días porque el Ministerio de Educación ha recomendado a los docentes que presten ayuda psicológica a unos menores que padecen un trauma descomunal. O tal vez sea al revés. Han aprendido demasiado para su edad en los 23 días de guerra. No es difícil toparse por las calles con chavales con la cabeza vendada. Y se ven más muletas de las habituales. Como es natural, las aulas estarán repletas por la repentina escasez de instalaciones. El Gobierno de Hamás ha pedido también que se establezcan más turnos para atender la demanda. No obstante, muchos niños esperarán. Es el caso de Omar, de nueve años, cuya casa fue derribada por la aviación israelí y que ahora vive demasiado lejos de su escuela.
Cuando menos servirá para que niños y adolescentes olviden por un rato el horrendo lugar al que les tocará volver cuando terminen las clases cada día. En la periferia de las ciudades, según se acerca uno a la frontera israelí, el panorama es dantesco. Cientos de familias pasan las horas de luz del invierno sobre las ruinas de sus viviendas. Por la noche duermen en casas de vecinos, en chozas de madera y techo de metal -abunda la chatarra después de campaña militar israelí, Plomo Fundido-, o en pequeñas carpas de plástico. Nada pueden hacer salvo esperar caridad. Probablemente, lo único que no escasea en la franja.
La vuelta a clase es también parte del esfuerzo del Gobierno islamista por demostrar que siguen ocupándose de los servicios que preocupan a los ciudadanos. Durante toda la guerra lo hicieron. Y muchos ciudadanos lo agradecen estos días. A pesar de las bombas que podían caer en cualquier lugar, la policía, aunque vestida de paisano, se encargó de que mantener la seguridad en las calles. No ha habido casos de pillaje, y eso que las puertas de cientos de comercios saltaron por los aires dejando al alcance de cualquiera las mercancías.
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