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Reportaje:

Ségolène Royal va por libre

La socialista prosigue su imprevisible carrera política sin contar con el partido

Antonio Jiménez Barca

Ahí estaba Ségolène ese histórico 20 de enero, en Washington, en la toma de posesión de Barack Obama. Ningún ministro francés se hizo (o pudo hacerse) con una invitación. Tampoco ningún representante del Partido Socialista francés (PS). Ella sí. Supo mover sus influencias para obtenerla. Apartada de su partido, aislada, sin un cometido claro ni dentro ni fuera del PS, pero estaba allí, en la ceremonia de consagración del hombre que había encandilado a un mundo en crisis. No sólo eso. Atenta siempre a los medios de comunicación, se dejó entrevistar y soltó una de esas perlas marca de la casa capaces de hundir para siempre una carrera política que no sea la suya: "Obama se inspiró en mi campaña", dijo.

"Está perdiendo credibilidad", afirma un antiguo colaborador

En junio de 2007, Ségolène Royal, por entonces de 54 años, perdió las elecciones a la presidencia de Francia contra Nicolas Sarkozy; en noviembre pasado, volvió a perder otros comicios, más modestos, pero igualmente determinantes para su futuro: por un puñado minúsculo de votos fue derrotada por Martine Aubry en la lucha por el puesto de primer secretario del PS. Alguno pensó que Royal, sin apoyos, con dos derrotas a sus espaldas, era ya historia.

Aún no: la persistente ex ministra hija de un coronel autoritario, alumna modelo, de mediática sonrisa perfecta y discursos a veces poéticos y otras sólo cursis, no se ha dado por vencida. Al contrario: ha decidido plantar batalla contra el olvido con un estilo particular, a su aire, solitario, impredecible y algo guerrillero que vuelve locos a sus enemigos dentro del PS (y también a sus cada vez más escasos amigos).

Diez días después de asistir al nombramiento de Obama se entrevistó con el presidente Luiz Inácio Lula da Silva en Belem (Brasil), dentro del Forum Social Mundial. La foto dio la vuelta a Francia y borró del congreso las aportaciones de la delegación oficial del PS, a la que ella, faltaría más, no pertenecía.

Por entonces salía un libro suyo titulado Mujer en pie, en el que arremetía contra todo el panorama político excepto ella: contra Sarkozy, por supuesto, pero también, y sobre todo, contra los compañeros del PS: Martine Aubry "mira por encima del hombro", Jack Lang es un "manipulador", Lionel Jospin es "irracional para las cosas del partido".

Con su propio impulso algo suicida como única arma, seguía acaparando portadas, a costa de robárselas a Aubry, ocupada en criticar las medidas anti-crisis de Sarkozy. Tras su viaje de Brasil, Royal partió el 23 de febrero a la isla francesa de Guadalupe, en Las Antillas, en huelga general desde hacía un mes. Su intención era asistir al entierro de un sindicalista asesinado de un disparo desde una barricada. Se invitó ella misma. Lo reconoció sin empacho: "No vengo como enviada del PS, sino a título personal". Pasó por encima de sus compañeros socialistas de ultramar, de sus propios colaboradores que le desaconsejaron el viaje y de -por supuesto- la dirección del PS, que desaprobó la visita y desautorizó sus palabras. Daba igual: su foto volvió a dar la vuelta a Francia.

Su popularidad a prueba de todo, que le proporciona un tirón electoral incontestable, es un arma de doble filo: hace poco un reportaje de Paris Match la ha retratado junto a su nueva pareja [fue compañera del anterior primer secretario del PS, François Hollande] en Marbella, como si fuera una estrella de cine y no una líder que aspira a presidir Francia. "Está perdiendo credibilidad, y eso es muy importante", asegura uno de sus, hasta hace poco, más estrechos colaboradores, el socialista Manuel Valls, quien ahora se siente "decepcionado con la nueva estrategia".

Es cierto lo que dice: los sondeos indican que Royal cotiza a la baja. Sus antiguos lugartenientes, como Vincent Peillon o como el propio Valls, la abandonan a la búsqueda de corrientes más seguras, más coherentes o más acordes con su propio futuro político.

Pero que nadie la dé por enterrada. Su asociación política, Deseos de Porvenir, está sufragada, entre otros, por Pierre Bergé, antiguo mecenas y pareja de Yves Saint Laurent, que obtuvo hace dos semanas 373 millones de euros al vender su colección de arte. Como presidenta de la región de Poitou-Charentes, disputará en 2010 comicios locales. Si pierde, quedará más en entredicho. Pero si gana, volverá a colocarse en primera fila para ser candidata.

Mientras tanto, para que no se olviden de ella, jugará su carta de personaje político impredecible y saltimbanqui. Lo dice en la última frase de su último libro: "Yo habría podido morir... interiormente. Pero aquí estoy, otra vez de pie. Debo de tener un buen ángel de la guarda".

Ségolène Royal se dispone a dedicar un ejemplar de su libro, ayer en el Salón del Libro de París.
Ségolène Royal se dispone a dedicar un ejemplar de su libro, ayer en el Salón del Libro de París.AFP

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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